Antonio Martínez repara un cochecito de Tom y Jerry en el «Hospital del juguete», abierto desde 1945
Antonio Martínez repara un cochecito de Tom y Jerry en el «Hospital del juguete», abierto desde 1945 - MAYA BALANYA

El «Hospital del juguete», una cura contra la nostalgia

El «quirófano» de Antonio Martínez trabaja a destajo desde 1945 para devolver a la vida a los muñecos más olvidados

Madrid Actualizado: Guardar
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Una muñeca Nancy que perdió la pierna espera a que su prótesis de látex esté lista para poder volver a andar con normalidad. Mientras se seca la masilla, Antonio Martínez destripa con la ayuda de un flexo lupa y un destornillador minúsculo un coche teledirigido de la película de dibujos animados Tom y Jerry, de Disney. Con la precisión de un cirujano, este maestro juguetero, de 63 años, repara el que fue el primer regalo que un abuelo le hizo a su hijo hace más de tres décadas y con el que estas navidades quiere que juegue su nieto. Este peculiar sanatorio, situado en el barrio de Pacífico (Calle de Granada, 36), es el único que resiste en toda España al paso del tiempo y a la voracidad de las nuevas tecnologías y el consumismo. 

Muñecos sin extremidades, un «scalextric» con el circuito eléctrico estropeado y peluches «ciegos» o «mudos», se acumulan en la encimera del taller que fundaron sus padres en 1945. «Al principio, ellos sólo se dedicaban a la fabricación. Hacían juguetes en madera, chapa, mayólica...», recuerda Martínez, a quien le encantaba pasar las horas en la tienda, «investigando y trasteando con las tripas de todos los cacharros que pillara». «Las hacía dobladas. Pero todo lo que conseguía arreglar o que estropeaba era con el mismo propósito: el de investigar. Lo destripaba todo», rememora.

Extremidades de muñecas rotas sirven para reparar otras
Extremidades de muñecas rotas sirven para reparar otras - MAYA BALANYA

Sus progenitores llegaron a ganar doce trofeos en la Feria Internacional del Juguete. Hasta que, en el año 1952, llegó el plástico a España. «A partir de ese momento hubo «un cambio radical para el negocio».«Mis padres se asustaron. La creación de juguetes no bastaba para pagar las facturas», reconoce.

Fue entonces cuando el «Hospital del Juguete» se especializó en la reparación de piezas antiguas. «Nos convertimos en el servicio técnico de las principales marcas que había entonces: Famosa, Paya, Jyesa, Rico...» De su padre heredó ese arte de las manualidades, a lo que se sumó su pericia con la electrónica y la mecánica. «El experto en hacer piezas y modelar era él. Yo me encargaba de los juguetes más modernos, que tenían sistemas eléctricos más complejos», explica.

Las cajas con juguetes pendientes de reparar se acumulan en el taller de la calle Granada
Las cajas con juguetes pendientes de reparar se acumulan en el taller de la calle Granada - MAYA BALANYA

El artesano conoce cada detalle de los juguetes que pasan por sus manos. «La Nancy moderna ya no tiene nada que ver con estas y, aunque la casa Famosa sigue existiendo, ya no fabrica repuestos», relata con conocimiento de causa. En reparar las piernas de la muñeca tarda tres horas, cuando hace años tan sólo había que pedir un repuesto y encajarla: «Antes, era cuestión de un minuto», dice.

Demandado en todo el país

Mientras rebusca en una caja de cartón una pieza que necesita para reparar un Belén gigante musical y articulado, Martínez atiende al goteo de clientes que no cesan de entrar por la tienda de la calle Granada. Los paquetes de mensajería exprés se amontonan en el taller. Los nostálgicos que buscan dar una segunda vida a los juguetes que alegraron su infancia le llaman desde todos los rincones del país. «Por fortuna, todavía queda gente que valora lo antiguo, lo que está hecho a mano», expresa con satisfacción.

«Aún hay gente que valora lo antiguo, lo que está hecho a mano. El problema es que no tengo relevo»

El estado en el que llegan los artículos es penoso, pero Martínez no da ningún caso por perdido. «Muchas piezas ya ni se fabrican, pero siempre se puede hacer algo para solucionarlo», apunta el artesano, sin dejar la faena ni un minuto. Siempre contra el reloj. «El mundo del juguete es un veneno que engancha», expresa sonriente con sus nuevas gafas, que acaba de traerle un familiar de la farmacia. «No tengo tiempo ni para hacer recados».

Futuro incierto

La actividad de este taller es frenética. El teléfono de «urgencias» suena cada diez minutos. La demanda es enorme. Más aún en época navideña, aunque suele ocurrir casi todo el año, ya que Martínez es el único «médico» del Hospital. «Me jubilo en un par de años, pero no lo dejaré. Aquí me quedo hasta que el cuerpo aguante. Me enterrarán aquí», dice, sin perder la sonrisa ni el trajín.

Solo alguien con la misma pasión y dedicación por el negocio podría continuar con ello. Pero, por ahora, no serán ninguno de sus hijos. «No tengo ni idea de qué ocurrirá en el futuro cuando yo no esté»: El mayor cuida de los delfines, en el Zoo de Madrid. Y la pequeña, es maestra, pero al no encontrar empleo de lo suyo, ahora trabaja en una gran superficie de juguetes.

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