José Luis Rodríguez enseña sus castañas delante de su puesto delante del Metro de Pacífico
José Luis Rodríguez enseña sus castañas delante de su puesto delante del Metro de Pacífico - MAYA BALANYÀ

CastañerosVuelven las castañas a Madrid: ya huele a invierno al salir del metro

Los castañeros aterrizan en sus rincones de la capital justo cuando el frío ha hecho acto de presencia

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No falla. Cuando baja el mercurio hay un radar en el interior de cada persona que empieza a funcionar automáticamente. Mientras las manos se enfrían, el rostro palidece, los abrigos ganan en grosor y la nariz en color —rojo, por supuesto—, una alarma se activa justo al girar una esquina cualquiera de la capital que esconde, detrás, ese aroma tan característico que todo aquel que sepa lo que es el invierno, conoce. «La verdad es que sí, el olor es inconfundible» reconoce José Luis Rodríguez, uno de los culpables de que la capital, en invierno, no se entienda sin sus castañas.

Dice que no le tiene miedo al frío, porque para eso es del Bierzo (León), tierra gélida como pocas y hogar de numerosos castaños.

«Yo las castañas las traigo de allí, sí, y además este año están saliendo muy buenas», explica este castañero que, todos los días entre las 10 de la mañana y las 8 de la tarde, toma posición en la esquina del Metro de Pacífico, en la calle Doctor Esquerdo, con su particular e inconfundible carro. «Este invento es consecuencia de alguna noche sin dormir en la que me puse a construirlo», bromea Rodríguez sobre su asador, que tiene forma de locomotora y que no deja indiferentes a los paseantes.

«A algunos clientes les tengo que decir que no se coman las castañas con cáscara»

«Le echan fotos y todo», reconoce, aunque sabe que lo más preciado no es la carrocería, sino el fruto que esta locomotora guarda caliente en su interior. «Una señora me dijo el otro día que verme aquí y oler las castañas le recordó a su infancia», rememora el artesano que, en ocasiones y además de ser maestro asador, tiene que hacer las veces de supervisor. «Hay algunos clientes que se meten las castañas, con cáscara y todo, en la boca», indica, antes de ejemplificar su afirmación con un ejemplo. «Justo ayer le pasó esto que te cuento a un chaval pequeño que, cuando su madre se despistó y dejó de prestarle atenció, se echó la castaña sin pelar a la boca. Pero no es el único porque también he tenido que avisar a varios chinos», confirma simpático. Parece ser que la castaña, además de gustar a los propios, agrada a los extraños.

Alfredo Sanguino sirve una docena de castañas en su puesto de Atocha
Alfredo Sanguino sirve una docena de castañas en su puesto de Atocha - MAYA BALANYÀ

«Al chino le gusta y también al coreano», confirma Rodríguez, en la misma línea que otro de sus colegas, Alfredo Sanguino, el castañero que coloca sus brasas a los pies del Museo Reina Sofía, frente a la Estación de Atocha. Sanguino, que empezó a hornear castañas hace diez años, no es del Bierzo. Viene de mucho más lejos, concretamente desde Bolivia donde, según especifica, no hay mucha tradición de castañas asadas: «Allí no se comen». Los que sí las comen, al menos según su experiencia, son las personas mayores que, en numerosas ocasiones, acuden acompañadas de sus nietos para transmitirles esta tradición. «Les gustan mucho a los chicos también», revela el castañero.

Estilo tradicional

«Como mejor, con carbón», defiende Sanguino, que echa al fuego los trozos de este combustible que tuesta, poco a poco, las castañas. Rodríguez, por su parte, expone que a él, desde el Ayuntamiento, le indicaron que tenía que asar sus frutos con gas. «Es la fuente de calor, pero las aso con arena, porque si las expusiera directamente al gas tendrían mal sabor», matiza el artesano que, previsor, guarda todas las castañas que va asando en un recipiente de barro «para que no pierdan el calor» en un gesto propio de la vieja escuela.

«Cuanto mejores sean las temperaturas, menos castañas vendemos»

Además, tampoco es raro verle trabajar rajando castañas sentado a poco más de un palmo del suelo, en un pequeño taburete, aunque no tenga cliente, para que así esté todo listo cuando el frío apriete y la gente pida castañas. «Es importante rajarlas antes de meterlas al calor», justifica Sanguino porque si no, como le ha pasado en alguna ocasión, «comienzan a hincharse, explotan y te saltan a la cara», reconoce entre risas.

Rodríguez confirma que sus castañas están «más tranquilas» y que de momento no le ha saltado ninguna aunque el calor —a otro nivel, claro— sí le jugó una mala pasada el año pasado. Y es que por culpa de las altas temperaturas del tardío invierno del año pasado, tuvo que hacer las maletas de vuelta a su tierra antes de tiempo. «Cuanto mejores sean las temperaturas, menos vendemos». Esa es la ecuación que expresa el berciano para vaticinar si, al final de la temporada, el saco de monedas está lleno y el de castañas vacío, o al revés. No obstante, augura una buena temporada: «Mi olfato me dice que sí, que va a hacer frío».

Por el momento, razón no le falta y frío tampoco. «Estamos vendiendo mucho porque no hace buen tiempo», refrenda Sanguino, que también es consciente de la importancia del frío para el negocio que le da de comer. «Mientras haya frío no habrá problema; llevo diez años en esto y no hay crisis en las castañas si hace frío», argumenta un artesano que, pese a vivir del frío, aún recuerda lo mal que lo pasó el primer día que salió a la calle a asar castañas recién llegado de su país. «Me acuerdo de que hacía mucho frío», revela Sanguino, a quien le enseñó el oficio una mujer a la que, con cariño, se refiere como «señora Milagros». «Era una mujer muy buena, de hecho era la dueña del puesto y yo aprendí mucho al trabajar con ella», confiesa. El caso de Rodríguez, por su parte, es distinto, y se asemeja más al de un hombre que se adapta a las circunstancias para salir adelante.

Buscavidas

«Yo en verano, con el calor, vuelvo a mi tierra y vendo helados en la zona de Las Médulas, que es muy turística», resalta Rodríguez, que hace buena esa máxima de muchas localidades en las que las figuras del heladero y el castañero convergen en una misma persona. «Tiene cierta relación en muchas ciudades, sí es verdad», verifica un hombre que, como suscribe, además de castañero también ha sido «afilador e incluso vendedor de cerezas». Pero él sabe bien que, cuando el frío aprieta, encontrarse con el castañero siempre es un buen negocio, por lo que vuelve a sacar su carro en busca de amantes, sean niños, ancianos o coreanos, de estos frutos asados.

Hasta los chinos saben que lo mejor que se puede hacer con las castañas es comérselas —además de por su sabor «porque tienen muchas calorías para paliar el frío», dice Rodríguez—. Eso sí, sólo lo más viejos del lugar saben que lo segundo mejor de las castañas es calentar las manos con el cucurucho que las contiene. De momento, Madrid ya huele a invierno.

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