Luis Ojea - Cuaderno de Viaje

Tres años después

A un año de las próximas municipales, la película de los rupturistas en los concellos gallegos ya no tiene arreglo. Empezó mal y acabará peor

Seguro que le ha pasado alguna vez. Esa sensación, al principio solo es fastidio, diez minutos después de entrar en el cine cuando empiezas a entender que te has equivocado en la elección de la película. Aun así, le das una oportunidad. Seguro que este director lo arregla con un giro inesperado, las críticas eran geniales y, además, ese actor parecía realmente bueno. Pero, a veces pasa, un cuarto de hora más tarde aquello ya no tiene arreglo de ninguna forma. Los chistes no tienen gracia y la trama carece de sentido alguno. Es ese punto de no retorno en que el fastidio se convierte en enojo y la frustración crece con cada nueva secuencia del montaje. Hasta que te acabas bajando del tren asumiendo que ese viaje no lleva a ninguna parte.

Mutatis mutandis, el proceso no es muy distinto al que siguen los votantes tras unas elecciones y un cambio de gobierno. Al menos aquellos que no son solo hooligans que están dispuestos a justificar una entrada con los tacos a la rodilla del rival y piden penalti cada vez que el delantero de su equipo se acerca a cinco metros del área. Los forofos se quedarán hasta el final de la proyección encantados. El resto, los que en realidad acaban decidiendo el resultado de los siguientes comicios, acaba huyendo de la sala más tarde o más temprano si no les convence la película.

Tres años después de las últimas municipales, en Ferrol ya no queda ni el Tato en la función de la marea. De una marea que hoy en realidad ya son tres distintas. La que sostiene a un alcalde perdido. La que promueve una concejala no adscrita expulsada del partido original. Y la que lidera un cofundador de Ferrol en Común que ahora acusa a sus excompañeros de traicionar el espíritu de la unidad popular. Las tres, por acción u omisión, son igualmente responsables del fracaso.

Un disparate completo. No muy distinto, por cierto, al que ha protagonizado estos años Lugonovo. Una marca de la que han acabado huyendo buena parte de los partidos fundadores. Un grupo que se estrenó exigiendo la cabeza de un candidato del PSOE imputado y ahora implícitamente sostiene a una alcaldesa socialista investigada. Puro espectáculo.

La incoherencia es marca de la casa en ese universo político. El que sale a manifestarse con los okupas cuando está en la oposición y después ordena desde el gobierno su desalojo de dependencias públicas. El que clama a favor de la regeneración y después mira hacia otro lado cuando un atestado policial refleja que una diputada hizo ostentación de su cargo en una disputa con los agentes durante un control nocturno por vandalismo.

Incoherencia máxima, sí, pero también una supina incompetencia. Porque la gestión que han desarrollado los alcaldes rebeldes se califica por sí sola. Una cosa es berrear en las manifestaciones y otra muy distinta es liderar una ciudad y afrontar los problemas reales de sus vecinos. En lo primero son unos artistas. En lo segundo el resultado es muy deficiente.

Tres años después de las últimas municipales y a un año de las próximas, la película de los rupturistas en los concellos gallegos ya no tiene arreglo. Empezó mal y acabará peor. Los diez primeros minutos ya hacían presagiar este final. Un fracaso.

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