José Luis Méndez Romeu - TRIBUNA

Por una política basada en hechos

La sequía ha servido para recordar a los ciudadanos que la cooperación entre Administraciones es difícil de llevar a la práctica

Imagen del embalse de Eirás que abastece a Vigo, antes de las lluvias EFE

En Galicia, las últimas semanas nos han deparado dos consecuencias extremas del cambio climático. Primero la oleada de incendios de octubre, de una intensidad sin precedentes a esas alturas del año, luego la sequía prolongada durante meses hasta Diciembre. La respuesta de nuestras autoridades, autonómicas y locales, ha sido decepcionante para cualquier ciudadano mínimamente informado del problema. Acusaciones mutuas de imprevisión, amenazas de conflictos jurídicos, soluciones estrambóticas y ninguna actuación real. Sobreactuación mediática, silencio administrativo .

En su día, Tony Blair al frente del Gobierno británico, fue de los primeros dirigentes en postular que algunas políticas deberían de basarse más en la evidencia de los hechos y menos en los apriorismos ideológicos o tácticos de la lucha política, una tendencia defendida por muchos expertos. En Galicia, como en España, preferimos todavía las acusaciones desaforadas antes que el debate sosegado, incluso cuando tratamos problemas con base científica, técnica o simplemente empírica.

La Agencia Española de Meteorología, publicó en 2014 un estudio regionalizado sobre las perspectivas del cambio climático en relación con los principales parámetros: temperatura, pluviometría y vientos. Ahí se anunciaba la repetición de episodios extremos, de temperaturas más altas, menos lluvia y con distribución distinta, modificaciones en las masas de aire que originan el régimen de vientos dominante y otros datos.

Aquí, ha sido la lluvia la que nos ha salvado de los incendios de octubre y no la política preventiva , como nos ha evitado las restricciones del consumo de agua en Diciembre y no la política hidráulica, compartida por Xunta y municipios. Por el camino se han inventado teorías disparatadas como «el terrorismo incendiario«, negadas por los expertos pero impulsadas por la Xunta y repetidas acríticamente por los medios, a pesar de cuatro décadas de evidencia en sentido contrario.

Algún juez, presionado por esas declaraciones, encarceló durante semanas a una persona que perdió el control de una parrillada doméstica y provocó un incendio. Probablemente su vida personal ha quedado arruinada luego de ser vilipendiado de terrorista en todos los medios de comunicación y probar el sabor de la cárcel. Pasaron los incendios, se olvidaron las teorías extravagantes y hasta el próximo episodio, seguiremos priorizando la lucha contra el fuego antes que la prevención del fuego. Sin duda porque los problemas de fondo, régimen de propiedad de los montes, prioridades de la Xunta y debilidad de los municipios, no son abordables sin costes notables .

La sequía ha servido para recordar a los ciudadanos que la cooperación entre Administraciones, tan presente en los discurso, es difícil de llevar a la práctica . Obras sin fecha de ejecución, estado obsoleto de las redes de distribución de agua, imprevisión sobre las consecuencias del cambio climático o de la urbanización acelerada del país, deficiencias de saneamiento. De nuevo acusaciones múltiples y actuaciones nulas.

Si añadimos que apenas se reciclan los residuos, dato cuidadosamente edulcorado en las web oficiales, tendremos una visión medioambiental más matizada y desgraciadamente menos complaciente de lo que acostumbramos a escuchar. En Galicia, el «país de los mil ríos», donde el agua era tan abundante que no se valoraba, hemos descubierto que se trata de un recurso que se agota. Quienes al parecer aún no lo saben son quienes deberían de estar actuando para evitarlo. Prefieren esperar a que la lluvia arregle los problemas. Y luego nos extrañamos de que antes se hiciesen rogativas o procesiones para invocarla. No somos tan modernos como parecemos.

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