Laureano Oubiña (i) en una de sus salidas de la prisión de Navalcarnero
Laureano Oubiña (i) en una de sus salidas de la prisión de Navalcarnero - EFE

Oubiña, libre tras media vida a la sombra

Tras dos décadas en prisión, la recta final de su condena la pasa junto a exdrogadictos

Santiago Actualizado: Guardar
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A punto de soplar 71 velas, un Laureano Oubiña canoso y altivo se despidió esta semana de la prisión de Navalcarnero. Del rey del contrabando que en los años 90 puso cara a una generación de narcos ostentosos y soberbios, queda una sombra en chandal. Pero media vida entre rejas y continuas entradas y salidas no han logrado variar el semblante de uno de los procesados en la «Operación Nécora», punta del iceberg de la realidad del narcotráfico en Galicia. Ahora, y tras dos décadas encarcelado, el «señor do fume» compartirá sus días con toxicómanos en proceso de rehabilitación. Una circunstancia que quienes llevan años luchando contra el tráfico de drogas en Galicia no acaban de interpretar como una reinserción palpable.

«Para que los arrepentimientos sean ciertos y creíbles tienen que ir acompañados de varias cosas, como el perdón y una colaboración con la justicia señalando a cómplices, clientes o proveedores», apunta el presidente de la Fundación Galega contra el Narcotráfico, Fernando Alonso, en una conversación con ABC.

«Me pesa haber hecho lo que hice [...] pero yo no he matado a los hijos de nadie»
Laureano Oubiña

En el caso de Oubiña, condenado en tres ocasiones por tráfico de hachís y una por blanqueo de capitales, también preocupa qué ha pasado con la ingente fortuna que amasó durante los años de la opulencia y el descaro. Aquellos en los que los coches deportivos, las mansiones y los Rolex trufaron el paisaje de la costa gallega señalando quién se dedicaba a qué. «Sabíamos que este día llegaría, pero estamos alerta para que no haya ninguna irregularidad, porque lo que más duele es ver cómo los narcos del pasado siguen conservando su riqueza a su salida de prisión, y los paraísos fiscales existen y están en Europa. Esperamos que no sea el caso...», insiste Alonso. La misma idea ronda la cabeza de Carmen Avendaño, portavoz de las madres contra la droga, las primeras en plantar cara a los capos gallegos. «No creo que el señor Oubiña vaya a pasar apuros económicos...», sostiene rotunda.

De la celda al huerto

El tercer grado del que ahora goza Oubiña le impide, por el momento, regresar a su Cambados natal. Una humilde casa de acogida a las afueras de Madrid —a la que llegó de la mano de un párroco que conoció en prisión— será su destino cada mañana durante los próximos meses, tiempo que le resta de una condena que expira en 2018. Las noches las pasa en un Centro de Inserción Social de Alcalá de Henares, nada que ver con los pazos que la justicia le arrebató y que se acabaron convirtiendo en símbolos de la lucha contra la marea blanca. La lacra arrasó con una generación completa de jóvenes en el triángulo de la droga, que tuvo como vértices Vilagarcía, Cambados y la Illa de Arousa.

La noticia de la liberación de uno de los integrantes de ese club de históricos narcos no ha supuesto ningún terremoto en la Comunidad donde hizo estragos, a unos 600 kilómetros de distancia. «El cupo de excarcelados lo estrenamos hace tiempo...», confiesan en su tierra. Aquejado de cáncer, Oubiña se ha afanado en mostrar desde su salida de prisión una imagen de cercanía. La del narco que, sentado entre gallinas y girasoles, reconoce que traficó, pero «con hachís, hachís, hachís». «¿Tenemos derecho a reinsertarnos no?» se preguntaba este viernes sacho en mano desde el huerto donde colabora mano a mano con inmigrantes y exdrogadictos. Tras rememorar una infancia de trabajo en el campo, Oubiña pidió perdón, pero a medias. «Me pesa haberlo hecho [...] pero yo no he matado a los hijos de nadie». Y las madres de la droga, a las que primero llamaron locas y después coraje, no callan. «Traficar con hachís también es ser narco, pero el hachís solo no da para la vida que él llevaba», sostiene Avendaño. «Yo estaba esperanzada en que a este señor el tiempo le hiciese ver cosas, pero se sigue obcecando en lo mismo. Estos días he sido muy benévola porque yo no creo en las condenas eternas, pero él es partícipe de todas las familias que se quedaron sin hijos», denuncia.

Un negocio redondo

Avendaño echa la vista atrás a dos décadas negras en las que la droga se coló en miles de hogares, que no sabían a lo que se enfrentaban. Eran los tiempos en que se saltó del contrabando de tabaco a otro mucho más lucrativo, con una capacidad de enganche entre la población nunca vista. Solo por participar en la descarga de una lancha de cocaína un joven podía ganar medio millón de pesetas de la época. También se le pagaba en especies porque «cuando te has metido una raya trabajas mucho más rápido», reconoce una de estas mulas. Oubiña, como otros tantos, supo ver el negocio. Antes se había dedicado al contrabando de café, de combustible, y se movía a la perfección por el troquelado litoral gallego.

«He traficado, pero solo con hachís, hachís, hachís». Nunca fue condenado por otro motivo

El resto, comentan los testigos de su apogeo, «es historia». Cuando la justicia lo cercó, Oubiña escapó y se fugó a Grecia. Después llegó el periplo por una docena de prisiones españolas en las que se sorprende de haber encontrado a «gente buena», como el cura que le abrió las puertas del centro donde ahora trabaja. Años atrás, confiesa Avendaño a ABC, lo intentó con ellas. «Se puso en contacto con nuestra organización en una de sus salidas para ofrecernos su colaboración. Qué locura, ¿íbamos a meter el zorro en el gallinero?», desvela ante la propuesta de un hombre que conoce bien. «Es un fantoche, mala gente y carente de cualquier ética», describe rotunda.

La Galicia que dejó atrás Laureano Oubiña dista mucho de la que podría encontrar si regresase. La heroína que en su día hizo estragos ya no es visible en las calles y los que relevaron a los grandes narcos en el negocio han aprendido de sus errores. «Ya no se pasean en Ferrari, ni se compran voluntades», reconoce Fernando Alonso para subrayar que la droga sigue siendo, pese a todo, un problema de primer orden. De los grandes alijos de los años 90 en los que se movían toneladas de droga se ha pasado a «bacaladas» mucho más discretas y fáciles de colar.

Además de la costa, los puertos se han convertido en puerta de entrada y los grandes clanes ya no copan el negocio, ni siquiera tocan la mercancía, aseguran los agentes dedicados a la lucha contra el narcotráfico. Las nuevas tecnologías también complican esta batalla diaria que enfrenta a buenos y malos, aunque el vis a vis sigue siendo la mejor forma de blindar las operaciones más importantes. «Nos hemos acostumbrado al consumo, a que forme parte del día a día y nos olvidamos de que somos campeones de Europa en tráfico y consumo. El peor error que podemos cometer es pensar que esto fue cosa del pasado», apuntan.

Acariciando la condicional

Laureano Oubiña tiene nueve hijos y una ristra de nietos que, lamenta, casi no ha visto. El siguiente paso para él será regresar a la sociedad. Quiere disfrutar de lo que le queda de vida con los suyos, aunque no descarta hacerlo lejos de España. Desde su tierra, le mandan un recado: «En Galicia no queremos ni drogas, ni narcos. Ellos metieron el demonio en nuestras casas».

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