José Luis Jiménez - PAZGUATO Y FINO

Nostálgicos y morbosos

Meirás es un decorado más propio de «La Escopeta Nacional» que de un espacio museístico

Cuando el bipartito de PSOE y BNG decidió en 2008 declarar el Pazo de Meirás como Bien de Interés Cultural (BIC) no lo hizo para abrirle al pueblo gallego un inmueble de obligada visita, sino para meterle el dedo en el ojo a la familia Franco. El primer paseíllo por el Pazo lo hizo la prensa, cámara en mano, que constató que la ruta autorizada no iba más allá de un puñadito de estancias sobrecargadas de retratos del dictador y trofeos de caza, un decorado más propio de «La Escopeta Nacional» que de un espacio museístico. Meirás se ha convertido en un reclamo para nostálgicos y morbosos: los primeros, para ensoñar un pasado lejano y antidemocrático; los segundos, para saciar la curiosidad cotilla de ver cómo era la residencia de verano de un dictador. Poco lujo y mucha caspa, la verdad.

Este era el minuto y resultado hasta que la familia Franco —recelosa de abrir el Pazo al público y cumplir con lo que exige la declaración de BIC— encargó a la fundación que lleva el nombre del dictador la gestión de estas visitas. Y estos han emitido un comunicado anunciando su intención de proclamar las grandezas del general ferrolano —propaganda que, en España, no es ilegal ni está perseguida por la Memoria Histórica—.

Con ellos llegó el escándalo o, más bien, un postureo demagógico en la izquierda gallega, a la que no le llega la camisa al cuerpo por la ofensa que suponen, a su juicio, las soflamas de los miembros de la fundación. No se entienden estos miedos cuando la Historia ha sentenciado con objetividad al anterior régimen.

Todo este sainete —que solo revela lo acomplejada que sigue la izquierda patria— conduce a una conclusión: legislar con ánimo de venganza a veces lleva a disparar torcido. Abrir Meirás era esto, darle publicidad a Franco y todo lo que representa, desenterrar mensajes y símbolos de otra época, evocar un pasado indeseado. En paralelo se desliza el debate sobre la propiedad del Pazo, que no es político, sino legal: que los tribunales dictaminen si los Franco adquirieron el inmueble legalmente o no. Pero que BNG y PSOE dejen ya de agitar una polémica tan rancia como la sintonía del Nodo.

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