Sucesos

Un año de la ola de incendios: Galicia recuerda su octubre negro

Los fuegos arrasaron más de 49.000 hectáreas y acabaron con la vida de cuatro personas

Interior de un coche calcinado en el concello orensano de Melón Álvaro Ybarra Zavala

Ana Martínez (Efe)

Maximina, Angelina, Marcelino y Alberto son los nombres propios de una tragedia de la que se cumple un año, la de los incendios forestales de gigantescas proporciones que segaron sus vidas, fuegos que en Galicia han vuelto a repetirse en este 2018, aunque con desenlaces menos dramáticos que entonces.

El último gran episodio ha sido el de Mondariz (Pontevedra), el pasado día 7 de este mes, con 18 horas de lucha, 150 hectáreas quemadas, alerta de nivel dos por proximidad a las viviendas, varios focos y un marcado carácter intencionado, según la Xunta, que busca ordenar la política forestal con un nuevo plan -el actual data de 1992- que prevé se apruebe en este último trimestre o a principios de 2019.

Asociaciones ecologistas como Adega ya han criticado el avance del mismo, el planteamiento divulgado por el gobierno de Alberto Núñez Feijóo, por considerarlo continuista, lesivo para la biodiversidad y al entender además que olvida la prevención al abordar esta auténtica plaga ambiental, económica y social, que a veces provoca la acción humana y otras las condiciones climáticas, como sucedió en el último agosto, cuando una tormenta con 335 descargas eléctricas causó al menos cuatro percances de estas características.

Asimismo, las quemas para abrir pastos al ganado o eliminar vegetación de las parcelas figuran entre las casuísticas más habituales, según WWF, que reclama desde hace tiempo un «eje ibérico», con la inclusión de Portugal, para batallar contra esta temible lacra, en la que Galicia concentra el 50% de las eventualidades que se producen dentro del territorio español.

El balance del presente ejercicio, con una alerta que se extendió hasta octubre, todavía no está perfilado, tal y como ha informado la Consellería de Medio Rural, porque es demasiado pronto, pero será, con diferencia, muchísima menos la superficie forestal quemada.

No obstante, el dato del precedente, de 2017, es demoledor, sobre todo del fin de semana negro de aquellos 14 y 15 de octubre: 49.171 hectáreas devastadas en dos días y 264 fuegos.

Fue así como 2017 se convirtió en un año de los más negros, puesto que a esa cifra hubo que sumar las 12.600 hectáreas que habían ardido desde enero, con lo cual quedó equiparado a los peores registros, los de 2006, cuando la superficie calcinada ascendió a 95.047,5 hectáreas, y 2005, con 57.452.

Un verdadero polvorín que se llevó por delante a Angelina Otero, de 78 años, que esperaba en su casa en la que convivía con su marido a su amiga Maximina, viuda, para jugar a las cartas. Ese día el mar estaba como un plato y las horas caían como un cesto, pero de repente, en ese núcleo de Chandebrito, en Nigrán (Pontevedra), todo cambió.

La lumbre y las cenizas inesperadas dejaron el cielo panza de burro y las dos mujeres bregaron contra la adversidad subidas a la furgoneta de otra vecina. La fatalidad hizo que un pino se cruzase en su camino. La conductora, que se quemó una pierna, pudo salir, pero ellas no, murieron abrasadas, y sus cuerpos permanecieron allí toda la noche porque la voracidad de las llamaradas impedía acercarse.

Maximina y Angelina cuentan con una escultura que las recuerda, realizada por el colectivo artístico «Arte no Queimado», surgido tras ese luctuoso hecho, favorecido por el viento, las temperaturas elevadas y la sequía, lo que hizo que resultase ingobernable, desbordando a los servicios de extinción, a los auxilios organizados, a los que participaron con tinas y cubos...

Quedó patente la evidente insignificancia del ser humano, y no únicamente en Chandebrito.

En el lugar de Abelenda das Penas, en Carballeda de Avia (Ourense), Marcelino Martínez, de 78 años, no corrió mejor suerte. Él trató de salvar a los animales de su cuadra, pero no lo consiguió. Quedó atrapado y pereció en otro incendio declarado en su zona.

Un desenlace similar al de Alberto Castromil, de 70 años, en la parroquia viguesa de San Andrés de Comesaña. En su caso, se precipitó por un terraplén cuando trataba de apagar las llamas que se acercaban a su vivienda. Su óbito se produjo en la ambulancia del 061 que se encargó de su traslado.

Víctimas, gritos, llanto, estampas que queman la retina... La tierra quedó pintada de negro y de melancolía.

Cada cierto tiempo la desgracia sacude a Galicia, ya sea en forma de catástrofe medioambiental, como la marea negra del petrolero «Prestige» en 2002, de drama humano, con los ochenta muertos y más de 150 heridos provocados por el descarrilamiento de un tren Alvia en 2013, o de tormentas de fuego y llamas, que dejan a su paso, como en los otros casos, nombres propios: los rostros del horror.

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