José Luis Jiménez - PAZGUATO Y FINO

Feijóo y las sirenas

El presidente gallego no va a participar en ninguna conspiración que, basada en la deslealtad, busque un cambio al frente de la calle Génova. No está en su ADN político ni personal

Para resistir a los cantos de sirena en su regreso a Ítaca, Ulises ordenó a sus marineros que se taparan los oídos con cera y él mismo se ató al mástil del barco para resistir el embriagador sonido de estas ninfas mitológicas, solo comparable con los halagos de los opinadores madrileños respecto a su incalculable valía como sucesor de Rajoy. Alberto Núñez Feijóo ha sido todavía más tajante y ha optado por ni siquiera subirse al barco. Se evita así zarandeos innecesarios de rivales, periodistas y compañeros de partido, que habrían diseccionado cualquiera de sus declaraciones ad infinitum interpretándolas a su conveniencia.

La contundente respuesta del presidente de la Xunta debería poner punto y final al carrusel de especulaciones que proceden de la Corte y Villa, interesadas en desestabilizar no ya al gobierno gallego —que en Madrid importa entre poco y nada— sino a Mariano Rajoy y su particular modo de entender los tiempos políticos. Ya se ha dicho en esta misma columna que Feijóo no va a participar en ninguna conspiración que, basada en la deslealtad, busque un cambio al frente de la calle Génova. No está en su ADN político ni personal. Ni tampoco se va a prestar para que se juegue con él.

En tiempo de tribulación no conviene hacer mudanza, decía San Ignacio de Loyola. El avispero en que se va a convertir la política nacional, con Cataluña en un disparadero imprevisible, el Congreso en ebullición para ver si escalda a un Rajoy en minoría, Ciudadanos conjugando el oportunismo populista —porque sí, hay populismo de derechas—, dibujan un mar con estruendo de galerna, y ni el más experto Ulises lo podría surcar sin dejarse plumas en el camino. Feijóo se sabe a resguardo en Monte Pío. Nadie le puede pedir más sacrificios después del que hizo presentándose por tercera vez a las autonómicas, del mismo modo que nadie le puede negar dentro de su partido su legitimidad y su capital político, que empleará (o no) cuando vea conveniente para las ambiciones que entienda justas.

Feijóo ayer hizo lo que tenía que hacer: poner coto a la rumorología interesada y dejar plantadas a las sirenas con su negativa a embarcarse hacia la Ítaca madrileña. Gana tiempo, gana perspectiva, gana margen de maniobra para evitar tener que desdecirse como cuando prometió que solo gobernaría dos mandatos y ya va por el tercero. A Ulises le pudieron las prisas. Si hubiera sido gallego, habría vuelto a casa en AVE.

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