Serafín González Prieto, miembro del Instituto de Investigaciones Agrobiológicas de Galicia (CSIC)
Serafín González Prieto, miembro del Instituto de Investigaciones Agrobiológicas de Galicia (CSIC) - Miguel Muñiz

LAS MIL GALICIAS | LA TIERRA INVESTIGADORA (III)Científicos tras los incendios

El Instituto de Investigaciones Agrobiológicas sabe que a veces «las prisas son malas consejeras» en la extinción de fuegos:un componente muy eficaz añadido al agua perjudica al suelo

Santiago Actualizado: Guardar
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Existe otra brigada de extinción de incendios forestales cuyos miembros no visten trajes ignífugos ni emplean motobombas y mangueras. Ni siquiera necesitan una especial preparación física porque los laboratorios no lo exigen. Son científicos que curan las heridas de los incendios y que previenen —tras años y años de estudio— de tratamientos muy eficaces para apagar más rápidamente los fuegos, pero que en ocasiones pueden suponer un certificado de muerte para especies vegetales en peligro de extinción. Uno de ellos es Serafín González Prieto, miembro del Instituto de Investigaciones Agrobiológicas de Galicia, integrado en el CSIC, desde el que ha liderado a lo largo de la última década una investigación de trascendencia internacional por ser la primera vez que un estudio mide la repercusión en el suelo, a diez años vista, de distintas clases de componentes que se añaden al agua para combatir mejor las llamas.

Algunas consecuencias observadas le llevan a advertir sobre su uso.

Lo relata para ABC con un tono divulgador que huye del alarmismo. En 2004, se realizaron quemas controladas en una hectárea de terreno en Tomiño, al sur de Pontevedra. El fuego fue extinguido con distintos métodos en diversas parcelas:varias permanecieron sin arder;en otras se arrojó solo agua; a cuatro más se les sumó un agente espumante; en otro grupo se incorporó un terpolímero de acrilamida, y las cuatro finales se sofocaron con un polifosfato amónico, el tipo de compuesto que más se añade al agua —de tono rojizo— con la que los hidroaviones rocían montes y bosques cuando se prenden.

Se conocían, por análisis científicos anteriores, los efectos sobre la vegetación y el agua, pero no sobre el suelo. La conjunción de factores «venturosos» ha permitido medirlo ahora a corto, medio y largo plazo con resultados ya publicados en revistas y que han sido notificados al Ministerio y las consellerías competentes. Las conclusiones más preocupantes se derivan de las secuelas del polifosfato amónico, el tipo de componente más usado en la extinción no solo en Galicia, sino en toda España, la cuenca mediterránea y en países como Estados Unidos o Australia.

«Descubrimos que tiene un efecto muy cambiante con el tiempo. A muy corto plazo, seis meses, hace que los niveles de nitrógeno y de fósforo sean tan elevadísimos que son tóxicos para la germinación de las semillas. Después disminuye la concentración y tiene un efecto fertilizante. Entonces el matorral y los pinos [plantados tras el incendio] crecen mucho más de lo habitual», algo que se da entre los nueve meses y los cinco años posteriores al fuego.

Pinos con pies de barro

—¿Y a los diez años?

—Vimos que los pinos eran gigantes con pies de barro. Estaban tan sobrefertilizados que la parte aérea creció mucho, pero no necesitaban estirar las raíces porque tenían mucho nutriente en poco espacio. No desarrollaron lo suficiente las raíces mientras crecían. A los diez años, la mitad o estaban muertos o los había tumbado el viento y crecían deformes. Había habido, por tanto, un efecto negativo. Además, dos especies de matorral se veían perjudicadas.

—¿Entonces?

—Si el polifosfato amónico es muy útil para apagar los incendios, habrá que utilizarlo, pero habrá que ver dónde. Se sabía ya que no se debe usar cerca de cursos de agua porque contamina el agua. En la Unión Europea, hay especies de plantas amenazadas que crecen en suelos pobres en nutrientes. Si echamos ese tratamiento podríamos estar perjudicando a hábitats en peligro de extinción. ¿Hay que emplearlo? Desde luego que sí siempre que haya en peligro vidas humanas o bienes muy valiosos, pero habría que intentar no hacerlo en los espacios naturales más valiosos y sensibles. A veces, por intentar una extinción más rápida, se pueden perder para siempre especies.

Biólogos, químicos y farmacéuticos implicados en este proyecto del CSIC, a través del equipo de Bioquímica del suelo, y del Centro de Investigación Forestal de Lourizán descubren así que «las prisas pueden ser malas consejeras y por apagar más rápido el incendio, se hace más daño a largo plazo».

—¿Se ha tenido en cuenta su consejo?

—Por el momento no.

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