Juan Soto - El garabato del torreón

Una chica encantadora

El podemismo autonómico ha decido instalarse en la frontera de la delincuencia común, por ahora a escala media/alta

Hasta ahora, la presencia podemita en las instituciones que la padecen se notaba exclusivamente en su incesante exhibición de incompetencia para todo lo que no fuera desplegar su generoso catálogo de groserías y ordinarieces, con o sin cubatas: desde aquella cordial expansión ferrolana en los lavabos de la alcaldía hasta el pregonero blasfemando desde el balcón del pazo de Bendaña, a cargo del erario municipal. «Actor», llamaron algunos colegas, en alarde de audacia metafórica, al joven rebuznante.

Hace unos días, el repertorio de esta gente se ha ampliado con actuaciones que, si bien se veía que estaban al caer, hasta ahora permanecían agazapadas en el trastero donde se amontona el amplio stock de gamberradas de bajo, medio y alto calibre. Hemos dado un paso hacia delante. Por fin («xa iba sendo hora», dice la morrallita acólita), el podemismo autonómico, sector parlamentario, ha decidido instalarse —de hoz y, sobre todo, de coz— en la frontera de la delincuencia común , por ahora a escala media/alta (el modelo Lavapiés, para entendernos, también llamado kaleborroka madrileña) pero ya con pujos y vocación de palabras mayores.

Es bien conocido el itinerario marcado: se empieza destruyendo mobiliario urbano, se continúa tratando de afanar (distraídamente, eso sí) algún teléfono móvil, se prosigue arrancando los espejos retrovisores de los coches y se acaba con la agresión a cualquiera que pase por allí y no sea de los nuestros. Todo ello, bajo el paraguas salarial de los fondos públicos y el argumental de «usted no sabe con quién está hablando» .

El currículum profesional de la encantadora muñequita que inspira esta columna a modo de parábola (una perífrasis ficcional, diría un gramático: cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia) es tan apabullante como su historia laboral, según confesión de parte: «Enfermeira eventual». Y ahora, ahí tienen a la criatura: 4.800 euros mensuales a la buchaca y recién afeitada de peluquería. ¿No es maravilloso?

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