CULTURA

Carlos Álvarez: «Los teatros americanos están mostrando una falsa moralidad con Plácido Domingo»

El intérprete malagueño pide que la sociedad «no caiga en tics justicieros» y «se acuse sin pruebas a alguien de algo que igual no ha hecho»

El barítono Carlos Álvarez, este miércoles en el Teatro Colón antes de un ensayo IAGO LÓPEZ

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De Carlos Álvarez (Málaga, 1966) se habla poco, pero el barítono español tiene una agenda con citas en plazas exigentes como Londres, Nueva York o Viena. Este sábado es uno de los atractivos del «Don Carlo» de Verdi que programan los Amigos de la Ópera de La Coruña, ciudad de la que estaba ausente «desde hace dieciséis años».

La pregunta obligada. ¿Cómo ve la polémica de las acusaciones contra Plácido Domingo por acoso sexual?

La veo mal. En principio, la situación de trato hacia cualquier persona debe ser de absoluto respeto, sea hombre o mujer. Cuando alguien siente que no se le ha tenido el suficiente respeto, tiene el derecho a decirlo. ¿Cuánto tiempo tiene que pasar hasta que eso deja de tener efecto? Esa es la pregunta fundamental. En nuestra sociedad hay determinadas circunstancias que son delito, otras no, y hay que saber diferenciar muy bien. Todos tenemos que ser conscientes de nuestros actos, incluso en lo privado. En el mundo profesional aquello que es privado tiene un linde muy indefinido con lo público y pueden aparecer los conflictos. Es una situación difícil para todos, y especialmente para sus protagonistas.

Recientemente la Royal Opera House ha despedido a Vittorio Grigolo por comportamientos inapropiados con una compañera. ¿Todas estas acusaciones ensucian al mundo de la ópera?

Creo que no. El mundo de la ópera tiene elementos virtuosos que están por encima de esta situación, y sobre todo generalizar me parece que es bastante duro en cualquier circunstancia. Sería absurdo. Esto demuestra que cualquier actividad humana está llena de gente de cualquier clase. Eso quizá desmitifica esta profesión, y eso está bien, que se nos obligue a estar con los pies en el suelo, y que por mucha gente que venga a decirte lo alto y guapo que eres, no tienes derecho a hacer cosas que no debas hacer.

El Met ha cancelado a Domingo para siempre. Sin embargo el maestro mantiene todas sus fechas en Europa. ¿Hay una moralidad distinta entre teatros europeos y americanos?

Lo que hay es una falsa moralidad. Debemos tener cuidado con esta sensación de que en Estados Unidos la gente es culpable hasta que se demuestre lo contrario. Pero en el Met ha sido la propia gente del teatro la que le ha hecho desistir a Plácido. Ante ese tipo de atmósfera, debe ser difícil estar ahí. A veces este apriorismo, que podría ser un cordón de seguridad para evitar determinadas circunstancias, me parece que debemos tener mucho cuidado, sobre todo para que la sociedad no caiga en tics justicieros y que sin pruebas se pueda acusar a alguien de lo que a lo mejor no ha hecho. Es complicado y delicado a la vez poder hacer este tipo de juicios. ¿Por qué se hacen en Estados Unidos y no en Europa? No lo sé.

En un caso así cabe la pregunta si comportamientos privados afectan al reconocimiento profesional de un artista. ¿Menoscaban su arte?

Se conocen casos de artistas de una enorme proyección profesional que en el terreno privado han sido deleznables. El arte a veces es una aptitud, te capacita para desarrollarte de una determinada manera. Pero eso en la faceta personal puede quedar diluido. Cuando uno rasca, a veces se encuentra cosas que no se esperaba. Es una circunstancia que va con el arte y no se puede explicar. Los propios nazis eran capaces de observar el arte más excelsas con delectación, y sin embargo políticas de exterminio. ¿Es como cuadra? ¿El arte debería llevar una bondad? Es muy aristotélico, la bondad del arte, y no siempre es así.

«Debemos tener mucho cuidado para que la sociedad no caiga en tics justicieros y que se pueda acusar a alguien sin pruebas de algo que a lo mejor no hizo»

Volvamos a la ópera. Viene a La Coruña a cantar el Rodrigo del «Don Carlo», uno de esos papeles que pueden robar una función

En este caso, creo que hay otros personajes que también tienen esa posibilidad, Filippo II y Éboli. Son bastante más desagradecidos los papeles de la soprano y el tenor, que cantan mucho tiempo y al final no tienen tanto reconocimiento. Lo que sí me parece que es muy evidente es que el papel de Rodrigo, un personaje bueno, con ideales, que es capaz de inmolarse por la amistad, es un bombón para cualquier intérprete. Podría ser la Micaela de la «Carmen».

¿Cómo es vocalmente este «Don Carlo» coruñés?

El elenco es estupendo. Y poderlo hacer en versión de concierto nos permite estar mucho más atento a los detalles musicales que cuando haces una interpretación operística normal. Y eso el público lo va a agradecer mucho.

O sea, que esta es una de esas partituras para escuchar con los ojos cerrados y disfrutar

Pero eso lo puedes hacer casi siempre en una función operística. Si no te gusta mucho lo que ves en escena, siempre puedes cerrar los ojos y disfrutar de la música. De todas maneras, algo de interacción entre los personajes habrá sobre el escenario, aunque sea una versión de concierto

¿Y Carlos Álvarez hubiera querido cantar en alguna ocasión con los ojos cerrados?

(Risas) En todo caso, cuando llegara a una situación así sería deplorable, porque significaría que no has sido capaz de entender los elementos que pudiera ser más cuestionados en la idea de un director de escena. Lo que sucede sobre el escenario debe ser una situación de consenso, y eso nos obliga al intercambio de ideas, y llegar al objetivo fundamental de que el espectáculo sea el mejor para todos. No, no he tenido casi nunca esa sensación de querer cerrar los ojos. Cuando aparecen estas producciones un tanto contradictorias exigen más esfuerzo de nuestra parte. Pero te involucras, sobre todo para poder vender con algo más de gracia lo que es más difícil para ti. Va incluido en el sueldo.

Recordaba el «Rigoletto» de Graham Vick que se vio en el Teatro Real y el Liceo, una producción que le obligaba a cargar con varios kilos de peso

Aquel fue mi primer Rigoletto, y con tal de cantarlo estaba dispuesto a cualquier cosa. La cuestión es que eso luego supuso un peso añadido para los compañeros que venían detrás y que hacían esa misma producción, que me miraban con cara de odio por haber aceptado y obligarles a ello a hacer lo mismo. Es una cuestión de convencimiento y de dar siempre una oportunidad a que las cosas puedan suceder. El «no» como primera opción de respuesta a mí no me gusta.

«Verdi lleva siendo contemporáneo mío prácticamente desde el principio de mi carrera»

¿Verdi es su terreno?

Lleva siendo contemporáneo prácticamente desde el principio. Lo que sí me ha permitido es que, como el propio Verdi evolucionó en su repertorio, yo he tenido la oportunidad de hacer esa evolución con él, asumiendo papeles de mayor dramatismo conforme me he ido haciendo mayor. Desde «Traviata» que era lo más ligero que podía hacer, hasta el «Otello» que es lo más dramático, creo haber pasado por casi todo el repertorio verdiano.

¿A determinada edad se entienden mejor los padres verdianos, que es lo que canta un veterano como Leo Nucci?

Sin duda, claro. No sé si llegaré a la situación de Leo, pero entiendo que cuando uno ha vivido determinadas experiencias en la vida es capaz de afrontar ocn más conocimientos este tipo de papeles. De hecho, una de las razones que alegué para no hacer mi primer Rigoletto, allá por el año 93, fue la falta de la experiencia de la paternidad. Y conforme he ido haciendo distintos papeles, cuando hice la «Giovanna d’Arco» en La Scala, ese terrible rol de Giacomo, yo tenía que llamar a mi hija y decirle que la quería por encima de todas las cosas y que nunca haría lo que hacía en la ópera mi personaje, que la entregaba al enemigo porque éticamente era lo que debía. Todos los papeles verdianos me obligan a mirar dentro de mí para aportar algo de veracidad en un personaje.

¿Y cómo le añade un intérprete su propia psicología a un papel?

Posiblemente en lo menos percibido. Quizás una mirada, una gesticulación, porque la música es tan brutal y definitiva que, en todo caso, en la vocalidad es difícil que tu personalidad aparezca. Aunque yo siempre digo que uno canta como es. Puede ser lo más evidente la manera en que uno deambula por el escenario. Pero no siempre es conveniente, porque hay que confrontar también la idea del director de escena. De ahí la necesidad de consenso.

Su agenda da vértigo: Viena, Berlín, Londres, el Met… No son plazas pequeñas

Pero también las hay, eh. Voy a trabajar en Málaga, vengo a La Coruña, tengo conciertos en otros sitios… El trabajo no se afronta de manera diferente en función del sitio en el que estés. Eso puede ser una muestra de que el trabajo nos lleva a sementar más compromisos en el futuro. Esa es mi idea. Y es nuestra obligación dar siempre lo máximo con independencia de su repercusión.

«Recuerdo mi afección vocal a diario y no como un mal sueño. Forma parte de mi vida»

Cuando mira atrás y recuerda la afección vocal que lo obligó a parar y casi lo retira, ¿lo ve como un mal sueño?

No, no, lo veo como parte de mi historia. Creo que cuando uno intenta esconder u olvidar determinadas partes de nuestro desarrollo nos estamos equivocando, porque cada una de las circunstancias positivas o negativas te van a permitir aprender algo. Aquello me permitió aprender a priorizar. Afortunadamente los teatros me han permitido seguir eligiendo, decidir en qué condiciones organizo el trabajo, configurar mi agenda para que un compromiso me permita salir airoso de cara a la siguiente. Es otra forma de aprendizaje. No lo olvido en absoluto, lo recuerdo a diario. Salí en buena lid y forma parte de mi vida. Fue un periodo de situaciones importantes en mi vida personal.

Volvió hace poco a su ciudad para recoger el doctorado honoris causa de la Universidad de Málaga. ¿No siente una cierta obligación de ejercer ese magisterio?

Sin duda. Ha utilizado las palabras que empleé en mi lección de aceptación. Es obligación de la gente más experimentada poder transmitir conocimiento y experiencia. Y cuando alguien recibe ese reconocimiento, hay que devolverlo. Yo estoy devolviendo a la sociedad constantemente, desde que empecé a trabajar, porque el sistema funcionó para que yo sea un producto del mismo, y me siento comprometido con la sociedad en la que vivo y pertenezco. Esa sensación de que los artistas o los cantantes en particular podemos pasar de puntillas sin inmiscuirnos en la sociedad, no me gusta. Un cantante de ópera, del que se tiene además una cierta distancia y al que se puede mitificar, el compromiso social debe ser serio y obligatorio.

Devolver a la sociedad es lo que está haciendo Antonio Banderas metiéndose a empresario teatral en Málaga. ¿A usted no le tira dar ese salto?

Yo lo intenté hace unos años. En 2003, cuando gané el Premio Nacional de Música no sabía que conllevaba una dotación de 30.000 euros. Consideré que, de alguna manera, no me pertenecían. Y pensé cómo podía retornarlo a la sociedad, y la solución parecía hacer una fundación que potenciara la lírica desde Málaga, que mi ciudad se convirtiera en un polo de atracción y proyección. Pero se truncó porque la acción de los políticos desgraciadamente en nuestro país casi nunca tiene ese sentido de generosidad que se pretende y todos buscan sacar partido. Aquello se truncó. Es otro aprendizaje.

Carlos Álvarez se declara ateo. ¿Pero esto de la ópera no tiene algo de milagroso?

A veces es una cuestión de fe (risas), situaciones en las que tienes que cantar y sabes que será tu técnica vocal la que te va a permitir estar bien, porque de lo contrario te irías a casa por no tener a todos los dioses contigo. La ópera es también el resultado del esfuerzo de mucha gente, y eso sí que no tiene nada que ver con encomendarse a Dios o al Diablo.

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