Alberto Núñez Feijóo - Tribuna

En la alborada de Galicia

En su alborada Galicia tuvo un presidente que supo escuchar a los rumorosos. Ya está en nuestro paisaje

Del presidente Fernández Albor podemos decir que llevó Galicia a la autonomía, y llevó también la autonomía a Galicia. El presidente Albor se incorpora a la vida pública llevando consigo innumerables experiencias vitales recogidas en la práctica de la medicina. Después de escucharlo muchas veces en las consultas, conocía a nuestro pueblo, sabía descifrar sus anhelos y compartir su lenguaje. El doctor Fernández Albor se convierte en presidente sin abandonar el talante de su profesión original, y de ahí nace esa comunión con la gente que pocos mandatarios lograron de una manera tan intensa.

El presidente que viene de decirnos adiós impregna con su estilo una etapa inicial de nuestro autogobierno que, a falta de grandes competencias y presupuestos, necesitaba estar en sintonía con el país para unirlo en anhelos comunes. Galicia inaugura la etapa más prometedora de su historia de la mano de un hombre próximo, capaz de encaminar los grandes problemas del momento con ese talismán llamado «sentidiño». Con él entra en las recién nacidas instituciones un galleguismo integrador del que no estaba excluido ningún gallego y donde cabían todos.

Al mismo tiempo se empeña por acercar la autonomía a la sociedad con una presidencia de a pie que superó la distancia y el aislamiento que el ejercicio del poder a veces promueve. Ahora que el término «populismo» tiene resonancias inevitablemente negativas, se debe reivindicar el cultivo de una proximidad a las personas en la que el presidente Albor fue pionero y maestro. Hizo de la autonomía un espejo en el que Galicia podía mirarse y reconocerse, sin presentarla como solución mágica para los defectos del país, sino más bien como un camino que podemos y debemos hacer juntos.

El legado de Fernández Albor está vivo. Más que buscarlo en sus discursos, ensayos y artículos periodísticos, hay que sentirlo en su ejemplo de dignidad tanto en los momentos de esplendor político, como en aquellos otros amargos; en la presidencia y en la expresidencia. Llega sin vanidad, se va sin rencor y traslada, ya en el Parlamento Europeo, la concordia conseguida en Galicia a esa pieza fundamental de la unificación europea que fue la reunificación alemana. No es casual que uno de los grandes representantes del galleguismo conciliador sea también uno de los mejores estandartes del europeísmo fraterno. Con él, Galicia vuelve de nuevo a tener un protagonismo notable en la andadura del Viejo Continente.

El presidente Albor es la prueba de que la historia la hacen los hombres y las mujeres, no el destino. Nuestro autogobierno pudo tener un primer capitán diferente, menos sensible al latido popular, menos integrador, grato y próximo, haciendo así que la autonomía echase a andar de manera distinta. Afortunadamente no sucedió eso. Galicia y la autonomía se encuentran gracias a Fernández Albor, para iniciar una andadura que hoy continuamos. Las instituciones gallegas forman un Pórtico tan acogedor como el catedralicio, en el que hubo varios maestros Mateo. Entre ellos figura, en lugar singular, el presidente Albor.

Nuestros diccionarios definen Albor como «la primera luz del día, cuando sale el sol». En su alborada Galicia tuvo un presidente que supo escuchar a los rumorosos. Ya está en nuestro paisaje.

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