Joaquín Guzmán - Crítica

Como el día y la noche

«La London Philharmonic es una excelente formación que se ha convertido en una prolongación del intelecto de Vladimir Jurowski»

Joaquín Guzmán
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Esta es de las críticas apetece especialmente escribir, porque lo es de un concierto con unos resultados de una calidad incuestionable pero a partir de una lectura discutible. De esos conciertos que a la salida, y respecto a la segunda obra programada, se forman corrillos con opiniones cruzadas en diversas direcciones. No es mi intención abocar a la perplejidad si digo que no es una novedad afirmar que la London Philarmonic es una excelente formación, formada por magníficos músicos y que, como sucedía con aquellas orquestas de antaño en que al frente de las mismas los directores se mantenían durante varios lustros, se ha convertido en una prolongación del intelecto de ese mago de la dirección que es Vladimir Jurowski, un músico de indiscutible talento, técnica prodigiosa, personalidad acusada, y que es toda una garantía para defender el legado que dejan la pléyade de grandes maestros que se va apagando poco a poco.

Parecerá la crítica de dos conciertos distintos, pero no es así, y todo sucedió en una misma velada. La primera parte estuvo presidida por el concierto para piano número uno de Chopin con Jan Lisiecki como solista. Aquí la opinión fue unánime, como si de un congreso del partido comunista soviético. Tras lo escuchando no se puede negar que estamos ante uno de los artistas con un futuro más impresionante que quepa imaginar. No estoy muy de acuerdo con Alfred Brendel cuando mostraba cierto pesimismo en una reciente entrevista con el estado de los pianistas actuales frente a los violinistas. Qué sonido tan impresionante desde los primeros acordes, qué musicalidad tan elegante, qué madurez para un músico de apenas 21 años. Hay que decir que el acompañamiento de no le fue a la zaga, con unos contrabajos de quitar el hipo en el tema inicial. Juroswky quiso, y logró, rebatir la opinión de que Chopin prácticamente se olvidó de la orquesta al componer este primer concierto, y empleó un sonido denso y envolvente que arropó con igualdad de armas al solista canadiense, sin permanecer en un instante en un autoimpuesto nivel inferior.

Lisiecki se valió de un sonido poderoso y redondo, que extrajo del piano, para junto con los filarmónicos dar una lección de lo que es un concierto para solista y orquesta. Como momentos memorables la reexposición del tema inicial suspendiendo el tiempo o la entrada de la trompa prolongando la nota del piano con una perfección insólita. Como clara muestra de que Jurowski y Lisiecki centraron buena parte de la preparación en el sonido global, es que el Nocturno Póstumo en Do sostenido menor, que interpretó como propina, ante el clamor del público, se caracterizó por un sonido completamente distinto, más desnudo e íntimo, al que había empleado en el concierto. Dos llamadas se recibieron durante el citado bis a sendos móviles: el primero de los tonos en una afinación menor perfecta con el nocturno que se estaba interpretando, el segundo desgraciadamente en modo mayor, completamente fuera de tono. Una pena.

Sabía que el Mahler del director ruso no deja indiferente, y ya me había preparado escuchado su particular Titán, pero creo que con esta Cuarta se le va la mano considerablemente. El trabajo de Jurowski con la partitura mahleriana es muy arduo, enormemente complejo para los músicos, profundo, virtuoso, innovador como pocas veces se ha escuchado antes. Pero, ¿debe tocarse la Cuarta como si del preámbulo de la sexta y séptima se tratara? ¿funciona el expresionismo y la deconstrucción con esta obra? ¿Es aquí admisible pasar por alto la indicación de Mahler “poco adagio” para convertir el Ruhevol en un interminable molto adagio? En definitiva ¿la innovación y la búsqueda de otras formas de interpretar una composición es un fin aunque el desvío de la tradición sea más que evidente?.

Hay que aplaudir el riesgo, pero tampoco se equivoca quien ve cierta vanidad y ese “dejar impronta” por quien se sabe un director con personalidad, en una obra sobre lo que 125 años después de su composición, parece haberse dicho todo en tiempos en que se echa en faltan visionarios. Recordando aquel polémico y a la vez ejemplar episodio protagonizado por Bernstein antes de iniciar el concierto número 1 de Brahms con Glenn Gould al piano y después de unos ensayos en los que debieron saltar más chispas que en la nit del foc: señores, aunque discrepo radicalmente de la visión de la pieza del Sr Jurowski, me parece un director serio, con talento y su lectura absolutamente respetable.

Cumplió la soprano rusa Sofía Fomina, sin que tampoco se nos quede de su intervención un recuerdo indeleble. El éxito fue grande, de lo cual deduzco que la mayoría de los aficionados que llenaban la sala, no coinciden demasiado con mi particular opinión.

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