Spectator In Barcino

La hora de los traidores

Después de haber portado esteladas y repetir como un loro eslóganes mesiánicos, es comprensible que resulte un tanto embarazoso iniciar el repliegue hacia la realidad

Anna Simó y Carme Forcadell, en mayo de 2017 Inés Baucells
Sergi Doria

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Un escritor independentista afirma que la sinceridad está sobrevalorada. Es coherente: Cataluña es el país del «nostre mal no vol soroll». Desde el Neo-Estatut a la derrota del procés, la hipocresía constituyó el modus operandi de la tribu. La denominada «reforma estatutaria» fue una reforma constitucional de tapadillo. El acomodaticio doblepensar guió la corrupta Convergència hasta la espita de la independencia. Amenazado en la calle por sus recortes sociales, Mas disfrazó las estrategias clasistas de reivindicaciones nacionales aderezadas con sobadas metáforas marineras.

Desbordado por sus arietes civiles -ANC y Òmnium-, arrojado a la papelera de la Historia por la CUP, el Astut dio paso a Puigdemont, caudillo comarcal reconvertido hoy en el Fugitivo picaresco.

El 9 de agosto se cumplirá un trienio de la festassa de la predicadora Rahola en Cadaqués. De la corte del rey Artur a la del tuitero KRLES: Joan Laporta y Rafael Yuste -impulsores del Barça separatista-, Buenaventura Clotet -nadie es perfecto, doctor-, el mayor Trapero -ojalá no hubiera estado allí-, Helena García Melero -televisión del régimen-. Dieciséis comensales compartieron una paella amenizada con mejorables versiones de «Let it be», «Paraules d’amor» y, como no, «La Gallineta» del melifluo Llach. Entre cantos y chupitos comenzó la falaz revolta dels somriures. Tres años después, en «Preguntes freqüents» (FAQS), abyecto programa de pornopolítica, Rahola declaraba que pasará este verano entre Cadaqués y Waterloo: lo volverá a hacer (la paella), esta vez para el Fugitivo.

Asistimos a la derrota del procés. A la división independentista por las cuotas del poder autonómico y municipal que desprecian, se une el autismo de la filogolpista ANC: su lideresa sigue diciendo que un 50 por ciento de voto secesionista es suficiente para una Declaración Unilateral de Independencia. Pese a las bravatas, pese a la pintura amarilla en la Diputación que ha quitado el lazo, pese al gasolinero Canadell amenazando con un «paro de país», el secesionismo ya olisquea el post-procés. Datos significativos: Sant Vicenç dels Horts, patria consistorial de Junqueras, abandona la Associació de Municipis per la Independència (AMI). Anna Simó y Josep Huguet pasan de la Diada: «No iré a una manifestación que por primera vez una pandilla de exaltados quiere convertir en un aquelarre purificador contra los traidores», declaraba el segundo. Siempre fue un «aquellarre purificador contra los traidores», señor Huguet, pero se agradece la decisión.

El doblepensar que llama «repliegue táctico» a la retirada será el leitmotiv de la desbandada separatista. Entra en juego la figura del traidor en su más benéfica acepción. Hans Magnus Enzensberger lo caracterizó en Zig Zag (Anagrama, 1997) en los «héroes del repliegue»: Janos Kadar, Adolfo Suárez, Jaruzelski, Egon Krenz o Mijail Gorbachov. Según el pensador alemán era la hora de que los políticos convencionales devinieran en «especialistas del desmantelamiento». Y lo que vale para desmontar una nuclear obsoleta es aplicable a la política tóxica que ha fracturado la convivencia en Cataluña.

El traidor deberá resistir a los insultos de sus correligionarios: así lo hizo Suárez cuando los ultras del búnker le llamaban «perjuro». El búnker catalán -mimado desde la Generalitat de Torra y TV3- hace todavía mucho ruido, pero no suma más de 200.000 adictos entre ANC y Òmnium.

El traidor habrá de soportar que lo tachen de «fascista»; si lee a Emilio Gentile -Quién es fascista (Alianza)- sabrá que en 1975 el escritor Leonardo Sciascia ya observó que el germen del fascismo anidaba en los autodenominados «antifascistas». Esos jóvenes, decía, «no tienen ninguna gana de pensar ni de saber. Son una masa que hay que tener muy en cuenta porque ese fascismo que se llama antifascismo, son ellos quienes contribuirán en gran parte a forjarlo».

Después de haber portado esteladas, embutirse en ridículas camisetas, repetir como un loro eslóganes mesiánicos y llevar el lacito en el ojal, es comprensible que resulte un tanto embarazoso iniciar el repliegue hacia la realidad.

Así ocurrió también en la Cataluña de 1934, tras el golpe del 6 de octubre que sofocó con guante de seda el injustamente olvidado general Domingo Batet. En su artículo Cataluña enferma, Agustí Calvet, Gaziel, describía la disección de un cuerpo políticamente exánime. Aunque persistía la enfermedad crónica del nacionalismo, el analista constataba que aquella Cataluña -la de Companys, Dencàs y los Badia- no representaba a todos los catalanes. Su fatalidad, escribía Gaziel, había sido «que el partido mayoritario (ERC), no solamente gobernase en Cataluña -cosa justa-, sino que además tuviese como en acaparamiento la representación exclusiva y suprema del país, la presidencia de la Generalidad -cosa monstruosa- ha hecho que el desastroso hundimiento del partido mayoritario pudiese aparecer, a los ojos inexpertos del vulgo y bajo la perspectiva amañada por los maliciosos, como un hundimiento global, de los catalanes todos».

Es, pues, la hora de los traidores al secesionismo instrumental de una oligarquía extractiva e inmoral.

Sea bienvenida su traición.

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