Sergi Doria - Spectator in Barcino

Ferrater y los burgueses «oprimidos»

«El vicario Torra celebró su I Año Triunfal. Triunfal: pasarse 12 meses sin pegar sello entre gimoteos por 150.000 euros tiene mérito»

Gabriel Ferrater y Helena Valentí, en Londres en 1963 ABC

Sergi Doria

El vicario Torra celebró su I Año Triunfal. Triunfal: pasarse 12 meses sin pegar sello entre gimoteos por 150.000 euros tiene mérito. El afortunado sufriente lo celebró en una quesería de Campdevànol, acompañado de sus agentes rurales.

Mientras nos las da con queso (y ratafía), los cuarenta centros del Consorcio de Bibliotecas de Barcelona protestan por la insuficiente dotación de personal y el deterioro del servicio. Las universidades públicas catalanas denuncian también su estrangulamiento financiero por el descenso de aportaciones de la Generalitat: de 900 millones en 2010 a 700 en 2019. Tanto adular al independentismo -señora Arboix rectora de la UAB- para que el régimen les diga que los presupuestos llevan dos prorrogados.

Debemos al buen hacer editorial de Jordi Cornudella la recuperación del Curs de literatura catalana contemporània que Gabriel Ferrater impartió en la Universidad de Barcelona entre 1965 y 1967. Y debemos al autor de Les dones i els dies, una rara objetividad al analizar el catalanismo y la burguesía del país.

En aquel tiempo de la Nova Cançó, la campaña «Volem bisbes catalans» y la alianza de Òmnium, Montserrat, el banquero Pujol y una izquierda acomplejada por no ser prou catalanista, Ferrater rompía la unanimidad sobre las bondades del nacionalismo, en este caso, literario: «En nuestra literatura, ha habido una inflación de las mediocridades y una deflación de las verdaderas excelencias. Por el simple hecho de escribir en catalán, los escritores han obtenido una prima de estimación».

Al abordar la poesía de Jaume Bofill i Mates (Guerau de Liost ) señalaba las raíces carlistas del autor y se refería al golpe de Companys en octubre del 34, derivado de la pugna de los rabassaires por la Ley de Contratos de Cultivo: «La última explosión del carlismo».

Ferrater tampoco caía en la mitificación de la burguesía autóctona. El catalanismo, apuntaba, «era un determinado movimiento político de determinados fabricantes catalanes que necesitaban modificar el régimen de aranceles del Estado español para poder competir con ventajas ilícitas con los fabricantes ingleses de tejidos. Como eran unos incompetentes y eran incapaces de fabricar buenos tejidos, si no había protección arancelaria no podían competir».

Para ilustrar tan descarnado retrato, echaba mano de una anécdota atribuida a Unamuno o Baroja. El escritor, que llevaba un abrigo de paño de Sabadell tan pesado como poco útil para protegerle del frío mesetario, se refería a la prenda como «la venganza catalana». Ferrater demostraba cómo las razones meramente económicas habían instrumentalizado el catalanismo literario: «Para montar un movimiento, incluso de protección arancelaria, se necesitan motivos nobles y románticos y una aureola espiritual para permitir hacer propaganda. Pues bien: los escritores catalanes fueron utilizados para forjar esta aureola, esta gloriosa aureola por el movimiento de protección arancelaria».

Cuando Ferrater aplicaba su erudita mordacidad hablaba siempre de Cataluña y «el resto» de España, nunca de Cataluña «y» España. Tampoco caía en la trampa del victimismo. El mal crónico de la literatura catalana moderna era el catalanismo que interpretaba «las discordias sociales intracatalanas como una discordia entre Cataluña y el resto de España».

Eso mismo sucede hogaño: más allá de los agravios -reales o ficticios- del Estado, la sociedad catalana vive una evidente fractura originada por ese cuarenta por ciento independentista que no respeta la legalidad constitucional.

La actitud, infantil y protestataria, de los jubilados, burgueses oprimidos, funcionarios a dedo y agentes rurales que pretenden ejercer de segadors, ya se vivió en los años republicanos. Ferrater ponía el ejemplo de Joaquim Ruyra. Según contaba Carles Riba, cuando el contencioso del 34, el prosista de Blanes, casi octogenario, amenazaba con agarrar la escopeta y plantarse en las barricadas. Dos años después llegó la guerra de verdad: tras ver colectivizadas sus tierras, hubo de malvivir en Barcelona como un sonámbulo atiborrándose de somníferos que utilizaba contra la angustia permanente. En aquel momento, apunta Ferrater, «vio que ya no se trataba de adoptar actitudes pintorescas, ni de agarrar escopetas ni de ir a las barricadas, sino que la cosa iba de verdad…».

La verdad de lo acontecido en Cataluña constituye uno de los vectores narrativos de Una família imperfecta (Pagés editors) de la periodista Pepa Roma. La indagación en los demonios familiares conduce al conocimiento de los demonios nacionalistas. Tantos años escuchando el cuento infantil de los buenos -catalanes catalanistas- y los malos -aquellos de allende el Ebro-; tanto escuchar que la guerra se hizo «contracatalunya» -todo seguido- para que la madurez haga que la protagonista comprenda por fin a un padre (republicano) que definía así al separatismo: «Una ideología arcaica de derechas, emboscada en la izquierda».

Tan sabia definición podría amenizarse con la canción de Alfonso Vilallonga: «Ha esclatat una revolta / a Dinamarca del Sud. / I les nits de lluna plena / que és quan ploren les elits / se sent la cantilena / dels burgesos oprimits». Olé.

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