Gastronomía

Un restaurante iniciático

Como «El guardián entre el centeno», Barra Alta es una novela iniciática con algunos momentos memorables

En la cocina de Barra Alta Abc
Salvador Sostres

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He ido a Barra Alta, siguiendo el consejo de mi querido Adrià Martínez y de su hermosa hija Matilda. Matilda tiene 5 años pero sabe perfectamente lo que le gusta y por qué. Le gustó Barra Alta, aunque no tanto como a su padre. Barra Alta, como el Direkte de la semana pasada, es artesanía. Somos modestos, pero hacemos las cosas bien. Y aunque no somos unos genios, somos honrados. Oiga, para qué quiere más. Sobre todo si 50 euros es lo máximo que te piensas gastar.

De Barra Alta se dice que acerca la alta cocina al público modesto. Bueno. El concepto de la «alta cocina» se usa en nuestro tiempo con demasiada ligereza, pero puedo estar razonablemente de acuerdo con que la casa intenta cocinar con imaginación y esmero y a bajo precio. Hay un plato realmente redondo: pedí tres. Es el tartar de bogavante y de vieira. Sólo este plato justifica acudir a Barra Alta, tomar diez, y considerar que has cenado mejor que en cualquier restaurante de París o de Londres: es lo que tiene Barcelona.

Luego -quiero decir, en general- Barra Alta presenta una cocina menos chispeante y más previsible, pero perfecta en su factura, correcta en la calidad de sus productos, y que constituye una magnífica contestación a la mala fe tramposa del Grupo Tragaluz. Si Rosa Esteva, con una decoración tan resultona como barata, te levanta 60 euros haciéndote creer que te da alta cocina a un buen precio, cuando te está humillando con carraca provinciana; Barra Alta se esfuerza increíblemente por enseñarte a comer con curiosidad, elegancia y gusto por el mínimo precio posible: el tícket medio es de 35 euros pero para una cierta alegría tal vez haya que llegar hasta los 40.

Es un restaurante ideal para jóvenes que quieran huir del tópico, del lugar común, del restaurante de moda. Como «El guardián entre el centeno», Barra Alta es una novela iniciática con algunos momentos memorables. El bocadillo de bogavante está igualmente bien tirado, así como las croquetas y los codillos de pato Pekín, o el pollo con chili dulce. Platos originales, bien resueltos, fáciles de compartir (el tartar hay que tomarlo uno cada uno: lo mágico necesita una intimidad) y que suponen un fantástico primer campamento base en el ascenso hacia la alta cocina.

También una ciudad como Barcelona tiene que tener un restaurante para que la gente pueda mejorar con sus sueldos de becarios, peluqueras, oficinistas o secretarias. Si no, siempre seríamos los mismos, y al final ni la hemofilia nos iba a respetar. No es menor la función social que Barra Alta puede hacer para rescatar a tanto público de trileros como el grupo Tragaluz o de otros restaurantes como Oliana, Silvestre, Lázaro o el racó d’en Cesc que te aburren tan soberanamente que hasta agradecerías que de vez en cuando, ni que sólo fuera por no dormirte, te entretuvieran con una leve intoxicación.

Estamos a favor de Barra Alta, simpatizamos con su idea, aunque probablemente no seamos el público objetivo de la casa. Para dos personas, la barra es lo mejor. Hay una mesa redonda, para cuatro, al fondo, que tiene su encanto. La carta de vinos no es carísima. El local no está hecho con cuatro chavos y resulta agradable. El servicio es paciente y amable, y corona con calidez la experiencia para que, sobre todo los debutantes, no se sientan unos intrusos -o unos imbéciles.

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