Salvador Sostres - Todo irá bien

La voz de mi vida

Mocedades es el resumen de lo mejor de España y la voz de Amaya colorea los mejores humores de un país que cree demasiado poco en su talento

Amaya Uranga

La voz de mi vida es la de Amaya Uranga. Me llena y me basta. Encajo en los pliegues de su calidad como en la casa de mi infancia. Mi padre ponía los cassettes de Mocedades en el coche cuando subíamos a Sort. Ahora escribo cassettes y me doy cuenta de que mi hija no sabrá a qué me refiero, y que el corrector ortográfico me marca en rojo la palabra, que ya no guarda en su archivo. Han pasado muchos años. Ya no hay cassettes ni los viajes se nos hacen tan largos. Mi hija tienen sus propios electrónicos y si yo pusiera Mocedades en los altavoces del coche ni escucharía las canciones, absorta en su iPad y en sus AirPods, y mi mujer me llamaría fascista, o machista, o se reiría de los dramones que explican las letras. Hemos perdido tanto swing, tanto charme.

Pero Amaya continúa siendo mi voz y cuando la escucho mi cuerpo y mi ánimo vuelven a caber en ella, a encajar, y es el sonido que mejor explica mi vida. Es el tono pero sobre todo la textura, que permanece intacta, aunque algunos años hayan pasado. Esa textura amable, acolchada, y de una finísima elegancia. Si tuviera que compararla con algún objeto sería con una vánova que te cubre y a la vez te lleva a sobrevolar tus mejores sueños. La voz de Amaya fue la seguridad de mi infancia, y de mi adolescencia, y cuando mis amigos empezaban a escuchar a drogadictos y a rockeros y a llevar sus espantosas camisetas, yo me ponía los discos de Mocedades de mi padre y mi mundo de jerarquía y orden se mantenía en pie. La voz de Amaya como un dique de contención contra la barbarie.

En 2003, bajo el nombre de El Consorcio, Amaya grabó en México un hermoso disco de sus canciones de siempre en directo. En uno de los medleys canta las principales estrofas de su gran éxito «Tómame o déjame», entre «Eres tú» y «Amor de hombre». En el modo que tiene Amaya de decir «Tómame» que abre la canción, en el modo de decir aquella palabra, está todo lo que yo espero de la vida, y del amor, y de la belleza. Toda la vida en una palabra, en la lentitud de su pronuncia, y cómo se detiene en el último «me». Si algún día me siento desamparado, príncipe destronado, me pondré esta primera línea hasta volverme a sentir importante, hasta volverme a sentir en casa, con la voz de Amaya como siempre calmándome, como siempre guiándome, como siempre cubriéndome y llevándome donde siempre fui feliz. «Tómame» umbilical, hospitalario, total, es imposible decir mejor una palabra, es imposible hacer sentir mejor a nadie que con este «me» final» pegado a la ternura que cura cuando da miedo la soledad.

Hay cuatro canciones que resumen no sólo una trayectoria artística sino también una época, un pedacito de la mejor historia de España. La primera y más sensacional, una de mis canciones preferidas de todos los tiempos, es «Secretaria». «La que escribe, escucha y calla», «casi esposa, buen soldado, enfermera y un poquito enamorada». Una canción de cuando hombres y mujeres todavía nos queríamos, de cuando el amor no era delito, y estar enamorada de un hombre porque lo admirabas no era culpa del patriarcado sino uno de los más nobles sentimientos. Es una canción triste, pero de una época en que solíamos estar muy contentos. Apurábamos la vida. Reíamos. No nos enfadábamos tanto. En esta secretaria se resume el mejor costumbrismo español, el que dio pie a una sociedad próspera, brillante y libre. Era cuando en los restaurantes las cartas de las señoras no tenían precio, cuando pagar era una cortesía y no una humillación, cuando las secretarias se desvivían por complacer a su jefe y no por cogerse la baja por cualquier catarro o por denunciarle por acoso para disimular su incompetencia o su maldad.

En la misma línea, aunque de un modo más físico, está «Amor de hombre», hermosa reivindicación de la masculinidad, del macho, y de una feminidad que se basa en quererle, en desearle sin sentirse inferior por ello, en temblar cuando le ve en lugar de tratar de ser iguales -¡no lo somos!- o de reñirle todo el rato para demostrarle que no manda. «Amor de hombre» es un triunfo de La Civilización y de todo lo que hace que este mundo merezca la pena frente al absurdo resentimiento de las que al no saber ser felices pretenden que también los demás seamos, como ellas, unos absolutos desgraciados.

«Pange lingua», en latín, el himno de Santo Tomás de Aquino sobre la transubstanciación, le da profundidad al grupo, le sitúa en la correcta dirección, que no es otra que la del Señor. Todo mejora cuando Dios se hace presente, todos estamos a salvo. Además de su gran belleza, resulta llamativa la valentía de Amaya Uranga y de Mocedades al incorporar a su repertorio una canción tan inequívoca y tan comprometida. Vuela hacia vosotros mi reconocimiento y mi gratitud. La cuarta canción confirma la universalidad de El Consorcio -y antes, de Mocedades- y es «La otra España». La han cantado mucho en sus exitosas giras sudamericanas, especialmente México, de donde es aquel idiota que dijo que Felipe VI tendría que disculparse por el Descubrimiento. «Eres la otra España, la que huele a caña, tabaco y brea»: dulce paternalismo de madre patria contra tanto buenismo acomplejado; «eres la perezosa la de piel dorada», en una demostración de que cuando sabes escribir, y lo haces de buena fe, es posible llamarles morenos y vagos a los mexicanos y que encima te aplaudan.

Mocedades es el resumen de lo mejor de España y la voz de Amaya colorea los mejores humores de un país que cree demasiado poco en su talento y se deja llevar con demasiada facilidad por sus complejos, por los iracundos y por sus fantasmas. Tendrías que escuchar más a El Consorcio, España, y acurrucarte como una niña en la voz que todo lo mece de Amaya. Tendrías que escuchar muchas veces cómo dice «Tómame» en el concierto de México y no tendrías tantas ganas de pelearte, y creerías más en ti misma; y en el camino que conduce a la Salvación hallarías más sosiego y menos piedras.

Mocedades y ahora El Consorcio representan nuestra bondad, nuestra inocencia; son la banda sonora de los hombres y mujeres de buena voluntad. La voz de Amaya es de una extraña elegancia en un mundo que se ha vuelto aparatosamente vulgar. En la gira de despedía que estos días están realizando -esperemos que esto de la «despedida» sea, más que una literalidad, una metáfora- el poder de la voz de Amaya conserva la emoción, la calidad, la delicada textura de siempre. Algo de nuestra vida, algo de le mejor de nuestra vidas se despide también de ella, y está la nostalgia, y está el agradecimiento, y está la voz de mi vida en la voz de Amaya, y su luz que me ha traído hasta aquí y que siempre va acompañarme, vaya donde vaya.

El Consorcio

Tarragona. Palacio Ferial de Congresos. Sábado 19 de octubre

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