Kylie Minogue, fin de fiesta soñado para un Cruïlla de récord

El festival despidió su décima edición con 78.000 asistentes, 20.000 más que el año pasado

Kylie Minogue, durate su actuación en el Cruïlla Xavier Torrent

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La última vez que Kylie Minogue actuó en Barcelona casi nadie se enteró: se encerró la cantante en la sala Bikini para presentar en formato exclusivísimo el country-pop de Golden y apenas quedó rastro de tan insólita actuación. El sábado, en cambio, todo fueron carreras, apreturas y goterones de sudor para recibir a la australiana como la diva que es. Y, ya puestos, también para colocar una vistosa guinda a un Cruïlla de récord que cerró su décima edición con 78.000 espectadores, 20.000 más que el año pasado, y 23.000 sólo el sábado. Muchos de ellos, por no decir la mayoría, acabarían fundiéndose en el coro adhesivo y madchesteriano de Can't Get You Out Of My Hea d o en la bacanal de ritmo sin freno de Spinning around , dos de los muchos clímax de una noche en la que Minogue se reivindicó como astro pop de brillo incandescente.

No faltaron las serpentinas ni el confeti ni, qué menos, unas coreografías ejecutadas por los bailarines desde una serie de plataformas móviles, pero si algo destacó en el Fórum fue la voz de Minogue, aparentemente ajena al paso del tiempo, y ese repaso antológico a una carrera que ha conseguido equilibrar con sorprendente tino la frivolidad prefabricada y los estribillos de mármol espejado. Así, de la ochentera y deliciosamente naïf I Should Be So Lucky , con los bailarines formando su nombre con letras gigantes, al superpop de Dancing, la australiana desplegó esa discoteca portátil con la que lleva media vida de gira y se aplicó a conciencia para que en el Fórum no hubiese ni un par de pies pegados al suelo al mismo tiempo.

Bloques y cambios de vestuario

Como en su actuación de 2014 en el Palau Sant Jordi, lo que trajo Minogue a Barcelona fue una superproducción con despliegue audiovisual de altura, cambios de vestuario y discurso estético adecuado a cada uno de los cuatro bloques temáticos de la noche. Love At First Sight, con la cantante y sus bailarines de blanco nuclear y el Cruïlla clamando por un éxtasis sintético, prendió la mecha y abrió la puerta a un burbujeante buffet de pop electrónico, bases ácidas y excursiones al vestuario para salir de ahí bien como burbuja Freixenet bien como figurante de Kill Bill con deslumbrante mono rojo.

Y todo mientras se sucedían himnos lozanos como Je ne sais pas pourquoi o Hand In Your Heart y el traqueto de Slow , All the lovers y una despendolada versión de The Loco-Motion ponían a prueba la agilidad del público. Incluso hizo la australiana un amago de cantar esa Where the Wild Roses Grow que grabó junto a Nick Cave, pero al final la cosa se quedó en un verso suelto y un par de susurros como el de Bill Murray en Lost In Translation a una fan a la que había hecho subir al escenario minutos antes.

A esas alturas, en el Fórum sólo había ojos y oídos para Kylie, pero por la tarde los británicos ya habían puesto a prueba las ganas de bailar del festival y Michael Kiwanuka se había destapado como un estupendo renovador del soul de corte espiritual y reivindicativo. El británico, cruce imposible entre Terry Callier, Bill Withers y Otis Redding, brincó del funk robusto al soul místico, exhibió perfil guerrero con piezas como Money o Black Man In A White World y consiguió que el Forum enmudeciese mientras él saboreaba todos los matices de Cold Little Heart (sí, la de Big Little Lies ) y . Una maravilla para reforzar el pedigrí viajero y aventurero del festival.

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