Salvador Sostres - Todo irá bien

He vuelto a Hisop

Merece la pena ir a Hisop. Yo, a partir de ahora, además de disfrazado (pero sin bigote), iré con un camarero vestido de calle

Salvador Sostres

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Le pedí a mi maquilladora de Crónicas Marcianas que me disfrazara de agitador independentista de red social para volver a Hisop y ver si en modo pobre el servicio de la casa me gustaba más. En las reacciones al último artículo que escribí sobre la casa vi que la mayor parte de los insultos que recibí eran de independentistas que no habían estado nunca en Hisop y lo que es peor, de gente –porque esto es gente– que prometía «fer guardiola» para poder ir. Curiosa autoridad moral.

Como llevo escribiendo durante casi 20 años, me alegré de volver a constatar que la cocina de Hisop es sobresaliente, aunque el bigote postizo me dio algunos problemas con la cabeza de rape al caviar. Nada grave, pero un poco más y «me se» cae. Disfruté con el tartar de araña (el pescado) y el pichón me pareció soberbio. Las gambas con bearnesa son algo retóricas, no aportan nada nuevo, pero en cualquier caso están muy buenas.

Oriol Hivern, el cocinero, es la viva demostración de que se puede ser un gran cocinero y lento, lento. El genio –y a mí también me cuesta de entender– no siempre va ligado a la inteligencia. Sin duda hay que tener un talento fuera de lo común para rozar la perfección como este chico hace con su cocina angelical, delicadísima, de estilizado cuerpo hermoso, sutil y coherente. Pero con la misma certeza digo que hay que ser muy tonto para reaccionar con un ataque personal a la crítica al servicio de tu restaurante, que es lo que el chef hizo en Twitter, afirmando que estaba orgulloso de que un cliente «como yo» se hubiera sentido maltratado en su casa.

Interior de la cocina del restaurante barcelonés HISOP

Cada uno tiene sus orgullos, pero sin duda el de este chico, y el de los que le jalearon, es muy poco inteligente, como es poco inteligente la sala de Hisop y lo es su servicio, que tiene una idea estreñida del lujo y un concepto socialista de la felicidad. No suelo comentar los comentarios a mis artículos, y menos los de Twitter, que es la gran cloaca de nuestro tiempo. No suelo comentar los comentarios ni siquiera leerlos, porque si tuviera que hacerlo no me quedaría tiempo, no ya para escribir, sino ni siquiera para ir a buscar a mi hija al colegio.

Pero el tuit de este chico me llamó la atención por el enorme abismo que percibí entre su vulgaridad personal y su talento creativo, entre su finura artística y su negación intelectual, y la lección fundamental de que hasta en las más deprimentes cochambres nacen y crecen flores extrañas y maravillosas.

Hisop tiene un problema con su servicio mediocre, con su servicio contrario a la alegría y a los intereses de la Humanidad pero sobre todo al espíritu de la cocina de Hivern, que tan evidentemente llama a la celebración de la vida. Si El Bulli hubiera tenido semejantes sepultureros en su sala, nos habríamos muerto de pena antes de terminar los aperitivos.

Ni disfrazado de independentista –con mi lacito amarillo, oigan–, ni acudiendo con el espíritu de quien «ha fet guardiola» para permitirse el almuerzo, ni siquiera en el papel –que lo interiorizo con gran facilidad– de odiar a Salvador Sostres por fascista y por machista, pude moverme ni un milímetro de mi opinión sobre aquel servicio torpe, inculto, y tan triste como la gente que no cree en Dios.

El precio me volvió a parecer bajo, pero en este caso estúpidamente bajo, porque tuve la sensación que las raciones escaseaban para mantener la factura por debajo de los cien euros, como si cobrar más fuera de mala educación o un pecado.

Merece la pena ir a Hisop. Yo, a partir de ahora, además de disfrazado (pero sin bigote), iré con un camarero vestido de calle que además de almorzar en nuestra mesa será el encargado de relacionarse con el servicio, para ahorrarme la funesta experiencia.

No es práctico tener un público que sea demasiado pobre para ir a tu restaurante, ni que los que podemos pagarlo tengamos que ir disfrazados para no ser insultados. No es interesante que los que se supone que son tus amigos te jaleen en tus errores en lugar de animarte a mejorarlos. Y es definitivamente un milagro que se pueda ser tan mentalmente llano y poseer un talento tan extraordinario. Dios es, sobre todo, un sentido del humor.

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