Sergi Doria - Spectator in Barcino

Terapia lectora con rosas rojas

Teñir las rosas de colores alternativos al rojo no funciona; la floricultura amarilla nos quiere dar el día con su cromatismo políticamente connotativo.

Observo una banderola: un hombre con una rosa amarilla llena de espinas. La campaña oficial le pone pantone amarillo a Sant Jordi. Observo, también, la abulia de muchos autores ante la politización de nuestra fiesta más civilizada. Teñir las rosas de colores alternativos al rojo no funciona; la floricultura amarilla nos quiere dar el día con su cromatismo políticamente connotativo.

Hace días conocí a Vincent Monadé, un hombre que habla por los codos de los libros que leen las mujeres. Antes de presidir el Centre National du Livre (CNL), organismo que cuida de la salud lectora francesa con un presupuesto de treinta millones de francos -¡quién los pillara en España!- llevaba toda su vida enganchado a los libros. De los tebeos de los seis años pasó al naturalista Zola cumplidos los dieciséis. Luego fue librero, escritor para políticos y agregado cultural en el Congo.

No es ningún secreto que la facturación editorial -3.900 millones en Francia frente a los 2.317 de España- se debe a las mujeres. A ellas dedica Monadé “Como hacer leer a los hombres de tu vida” (Plataforma): “Toda lectora que carga con un no lector lo sabe: el hombre, este ingrato, nunca lee los libros que le regala, aunque haya fingido alegría”, ironiza. Para arrancar al varón de su diario futbolero -el Marca, en la versión española- propone una ración de literatura deportiva: “Correr” de Jean Echenoz, “El combate” de Norman Mailer, o “Diarios de bicicleta” de David Byrne; si al varón le va lo bélico, “Nos vemos allá arriba” de Pierre Lemaître.

En el “canon Monadé” los clásicos reconocidos conviven con los mosqueteros de Dumas. Si la cosa funciona, aconseja conjugar los Maigrets de Simenon con “El mundo según Garp” de Irving, la novela negra de Lehane y el Stephen King de “Mientras escribo”. Desvanecida la desconfianza masculina, conviene desvelar sensibilidades leyendo juntos la “Carta a una desconocida” de Zweig. Las dosis literarias se irán intensificando: “El lector” de Schlink, “Bajo el volcán” de Lowry, el “Viaje al fin de la noche” de Céline… “Si vemos que es más fácil hacerlo adicto al género bastará con comprar, regalar y alimentar su pasión por los vampiros, los elfos, los detectives privados alcoholizados o las variaciones temporales”, apunta Monadé. Como buen francés barre siempre para casa. De ahí que la edición española injerte autores de aquí: Almudena Grandes, Arturo Pérez Reverte, Manuel Vázquez Montalbán…

Volvamos a la biblioteca de las mujeres. Edicions 62 y el Institut d'Estudis Catalans -con el apoyo del Ministerio de Cultura, eso nunca lo dicen- reunieron en 2015 la obra de juventud de Mercè Rodoreda: cinco novelas de 1933 a 1938; narraciones de esa misma etapa y piezas periodísticas de 1932 a 1934. De sus entrevistas en la revista “Clarisme” destaca la de Miquel Llor, autor de “Laura a la ciutat dels sants” (Premio Crexells, 1930). La novela denunciaba el integrismo y la hipocresía de Vic: capital en el mapa del antiguo carlismo, el independentismo “arrauxat” y la patria chica -nunca mejor dicho- de Marta Rovira.

Cuando Llor publicó su novela, ya sufrió los ataques del nacional-catolicismo vigatanista. Rodoreda le pregunta si Laura nace de un personaje real o imaginario... Llor se inspiró en su abuela Esperanza, una ampurdanesa cosmopolita. Al casarse, aquella dama -”exquisita, culta, bellísima”- fue a parar a Vic. A los lugareños les molestaba que leyera libros en francés; que acompañara a su marido siempre y en todo lugar; que se ausentara -agárrense-... ¡de las corridas de toros que se organizaban en la plaza de Vic! A la dama se le murió un hijo: su discreta forma de llevar el duelo -sin llorar en público, puntualiza Llor- hizo correr el rumor de que no le amaba...

“Laura a la ciutat dels sants” fue un escándalo en una comarca donde se vendían, a lo sumo, cuatro ejemplares por título... La novela de Llor alcanzó los cuatrocientos: “En la biblioteca -que sin mencionarla se reconoció- se prohibía a las chicas jóvenes la lectura de mi libro por considerarla demasiado avanzada; y es que en el fondo, aunque se haya modernizado, aunque tenga electricidad, y otra novedades, continúa siendo lo que fue en tiempos de mi abuela. Una ciudad de falsos santos, envuelta en la niebla...”

En esa niebla estamos, con un florilegio amarillo de agravios. Y como no hay dos sin tres consolémonos con el “Breviario de escolios” de Nicolás Gómez Dávila (1913-1944), un colombiano tan sabio como secreto que Jacobo Siruela nos descubre en Atalanta: “Una denegación de justicia evita a veces la agravación de la tragedia” -¿Catalunya?-. “La última degradación de un edificio es su conservación para el turista” -¿Barcelona?-. Leánselo, compren su rosa roja y regálenla a una mujer como las lectoras de Monadé, o aquella Laura que se llamaba Esperanza.

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