Tambores tribales de Twitter

Los linchamientos de millones de sonámbulos digitales que imponen su relato con amenazas y aparente unanimidad inspiró el 4º Congreso de Periodismo Cultural

Logotipos de Twitter fotografiados en una pantalla AFP

SERGI DORIA

Decía McLuhan que la radio es un «medio caliente» porque revivía los rumores de la tribu. Como ejemplo, un discurso radiado de Hitler en 1936: «Sigo mi camino con la seguridad de un sonámbulo». La radio brinda al oyente una experiencia propia que remite a los antiguos tambores tribales por «su poder de convertir la psique y la sociedad en una sola caja de resonancia». Lo escribió en «La comprensión de los medios como extensiones del hombre» (1964).

Medio siglo después el pánico que Orson Welles transmitió con su adaptación radiofónica de «La guerra de los mundos», se reconduce en las redes. Es la actualización digital de la ley de Lynch (1736-1796) plantador de Virginia que ejecutó -al margen de los tribunales- a los compatriotas «lealistas» que querían seguir perteneciendo al Reino Unido.

Los linchamientos de millones de sonámbulos digitales que imponen su relato con amenazas y aparente unanimidad inspiró el 4º Congreso de Periodismo Cultural: tres jornadas en el Centro Botín de Santander dedicadas al acoso, difamación y censura en las redes sociales. Si la telefonía móvil apareció como una forma de libertad y hoy ha devenido en servidumbre, las redes sociales han pasado de la promesa de divulgación cultural, el intercambio horizontal de conocimiento y la democratización del debate al hostigamiento del que opina diferente. El resultado: el linchamiento, la muerte civil y una autocensura que condiciona los puntos de vista políticamente incorrectos o no gratos al pensamiento único de la masa.

Los tambores de Twitter con su estribillo de difamador anuncian la quema del hereje. ¿Se puede escribir igual con tan inquietante rumor de fondo? Basilio Baltasar plantea «hasta qué punto la amenaza del escándalo corrige y altera nuestra responsabilidad de periodistas: cómo abandonamos ciertos temas con tal de evitar el furor de la muchedumbre o elegimos otros para granjearnos su favor».

En esos días se ha abordado la celebración de la mentira, la violencia revolucionaria digital, los ajustes de cuentas del resentimiento mediante la difamación, el asedio a los profesionales médicos, la imposibilidad del desmentido, la manipulación de los datos personales, la implantación de la desconfianza, el bullyng colectivo que alimenta la economía del clic, las emociones desbocadas…

Al hablar del Congreso con mis compañeros –cada uno con su experiencia a cuestas–, he recordado comentarios hirientes acerca de artículos colgados en la edición digital. El verbo «colgar» rememora la vieja secuencia del western: los linchadores enlazan la soga a la rama más robusta del árbol del ahorcado. Rememoré el acoso programado del lobby castrista y la reacción de los ciclistas por un texto mío sobre su continuo atropello del peatón en las aceras. Los castristas me llamaban fascista, sin más; los del ciclo venían a decir que si les atacaba es que estaba loco, o beodo… De no hacer deporte tenía las entrañas negras…

El inventario de linchamientos incluye tuits como el del -¿cómico?- Toni Albà pidiendo el boicot contra Carmen Machi. Su pecado: firmar un manifiesto a favor del federalismo y contra el secesionismo… Por aquel entonces la gente del teatro no había cedido al pensamiento único nacionalista y defendió a la actriz: «Todos tenemos derecho a opinar, pero ha cometido un grandísimo error conmigo, me he llegado a sentir asustada», comentó Machi. Era diciembre de 2012, en los albores del Procés. En abril de 2017, el periodista de El País Cristian Segura padeció la virulencia de los digitales independentistas. Su pecado: revelar que Lluís Llach aseguraba que muchos funcionarios serían sancionados si no acataban las leyes de desconexión... «Muchos de ellos sufrirán», amenazaba el cantautor metido a redentor.

Los políticos regurgitan eslóganes que tejen redes del linchamiento. El más conocido de nuestros sonámbulos confirmó que las sonrisas eran una máscara: «Fem por, i més que en farem!», exclamaba Puigdemont el 1 de julio de 2017. El acoso a los alcaldes no dispuestos a ceder espacios municipales para el referéndum ilegal del 1-O comenzó con otra consigna del caudillo visionario. Aconsejaba a la gente que acosara a sus ediles: «Mira’m als ulls, et deus a mí. I de forma serena preguntin: Em deixaràs votar o m’impediràs que voti?». «¿Por qué no vuelves a Cádiz?» era el gruñido xenófobo de Núria de Gispert contra Inés Arrimadas… Puigdemont sería víctima de su propia munición. El 27-O había decidido convocar elecciones y desechar la DUI... Pero los tuits que le tachaban de Judas vendido por 155 monedas le acobardaron. Twitter llevó a Cataluña al abismo.

En 1895 Gustave Le Bon denunció los vaivenes de la psicología colectiva: «Las muchedumbres no han tenido nunca sed de verdad. Se desvían ante las evidencias que les disgustan, prefiriendo divinizar el error, si el error les seduce. El que sabe ilusionarlas se hace fácilmente su dueño; el que intenta desilusionarlas, es siempre su víctima». Demasiados caracteres para un tuitero. ¡Lástima!

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación