De los suburbios de Uganda al césped plástico del Sónar

La Dj africana Kampire reina en un festival que apuesta fuerte por los ritmos underground venidos de África

La ugandesa Kampire ABC

Miquel Vera

La caprichosa escena de la electrónica europea tiene una nueva debilidad: la música africana. Los programadores del Sónar, siempre atentos a lo que está por llegar, se han subido a esta a ola de ritmos fluidos y alegres citando en sus escenarios una legión de las nuevas estrellas de la escena alternativa de países como el Congo, Egipto o Uganda. Es el caso de Distruction Boyz o Black Coffee, artistas que han llegado totalmente despojados de complejos hasta Barcelona con la intención -y la capacidad- de comerse el público con ritmos efusivos y abrasadores que ya no disfrazan para acoplarse a los cánones de la música occidental. «La gente se está abriendo a este estilo y acepta músicos africanos que tocan música africana y hablan de problemas africanos, y que hemos ignorado durante décadas», explica el mánager de Kampire, una seductora Dj ugandesa que se ha metido en el bolsillo al público barcelonés con un espectáculo absorbente y colorido.

La creadora y escritora ugandesa ha sido capaz de poner su olvidado país de origen en el mapa musical en solo tres años. ¿Su secreto? Un potente discurso feminista que la ha convertido en una auténtica diva en el continente, por el que se pasea de festival en festival en volandas de un público fiel y entregado. Para ella, la tabla de mezclas es una tribuna más desde la que rebelarse ante los vicios de la conservadora Uganda postcolonial. «La música electrónica tradicionalmente ha creado espacios en los que la gente se puede sentir segura, en África eso lo han aprovechado mucho las minorías sexuales y las mujeres», resalta consciente del poder subversivo del colectivo Nyege Nyege Tapes del que forma parte. «Nuestro ritmo siempre ha estado presente inspirando la música contemporánea pero, por primera vez, los africanos estamos siendo reconocidos, pagados y contratados en festivales como este», dice la joven ugandesa con una sonrisa luminosa y cansada, que apostilla un silente «ya era hora».

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