Spectator In Barcino

Pensar en Eugenio Trías

Galaxia Gutenberg rinde tributo al pensador barcelonés con «La funesta manía de pensar» y «Sobre Eugenio Trías»

Eugenio Trías, en una imagen de 2010 EFE

SERGI DORIA

El último artículo de Eugenio Trías vio la luz en una Tercera de ABC. Era el 12 de enero de 2013. «Comedia triste» analizaba la deriva separatista de Artur Mas. Su pronóstico es hoy patética realidad. ¿Se había calibrado el desafío y la reacción de las instituciones europeas?, planteaba. Con la fe del converso, Mas no sumaba la mayoría «excepcional» que exigió a los catalanes, pero seguía empecinado: «Fue, ya entonces, una triste comedia, pero la obstinación en el mismo error puede convertir esta en una comedia triste. Triste, muy triste, porque nos afecta a todos, catalanes, españoles. Será el fin de todas las Quimeras, Ítacas y demás ensoñaciones diurnas, en culpable olvido de que la política sólo admite una categoría: lo posible». La Arcadia prometida, concluía, «se iría trocando en infierno cotidiano».

Cinco años después de la muerte -10 de febrero de 2013- del único pensador español distinguido con el premio Internacional Friedrich Nietzsche, Galaxia Gutenberg le rinde tributo con «La funesta manía de pensar» , en edición de Francesc Arroyo. Con este título, inspirado en la frase del clérigo integrista Ramon Dou en tiempos de Fernando VII, se agavillan sus artículos en «El Mundo» (2001-2008) y ABC (2008-2013).

Arte, cine, música, religión, política y, cómo no, filosofía. Trías conjugó los silogismos con las corcheas y las secuencias cinematográficas en que avistaba universos. No eran juegos para aplazar la muerte que afrontaría con serenidad sino los preparativos para lo que él llamaba «el gran viaje». Así lo expresó en su primera Tercera de ABC, 4 de noviembre de 2008: «Personalmente vuelvo a la sabiduría egipcia: prefiero entender la muerte como el gran viaje, por mucho que me esté vedado conocer el paisaje que tras ese tránsito se nos descubre».

Cinco años después, los que le conocieron echan a faltar su valiente lucidez. «La funesta manía de pensar» tiene en el volumen «Sobre Eugenio Trías» su complemento. Convocados por su viuda, Elena Rojas, y su hijo, el editor David Trías, los 41 firmantes de los textos nacieron diez años antes o diez años después del año en que nació el filósofo, 1942.

Escritores, editores, arquitectos, psiquiatras, cineastas, políticos, ingenieros, psicoanalistas, historiadores y filólogos denotan la categoría cultural de la ciudad en la que Eugenio Trías edificó su obra. Es el nomenclátor de las editoriales de Jorge Herralde, Rosa Regàs o Beatriz de Moura; la Escuela de Barcelona de Román Gubern o Gonzalo Suárez; el pensamiento de Manuel Cruz, Fernando Savater, Victoria Camps, Rafael Argullol, Víctor Gómez Pin, Enrique Lynch o Miguel Morey; la literatura de Félix de Azúa, Cristina Fernández Cubas o Jorge de Cominges… Aquella Barcelona cosmopolita y cervantina, imán de las españas: «Eugenio Trías es lo mejor de nuestro tiempo», escribe Juan Cruz; «La filosofía y su sombra» (1969) «era la declaración de guerra contra un poder académico que, en España, había caído por debajo del grado cero», subraya Gabriel Albiac. «Inauguró un rensayo filosófico que conjugaba la lingüística, la modernidad, lo poético y lo metafísico», añade Pepe Ribas.

Eugenio Trías fue un filósofo de cine, tan capaz de recordar la liturgia en latín como las ciento cuatro sonatas de Haydn. Convocar su memoria es vindicar la ciudad abierta que pretende secuestrar el nacionalismo. Como en tantas cosas, el filósofo fue un adelantado que advirtió de la deriva hacia el pensamiento único. Era el momento de los dos manifiestos del Foro Babel en favor del bilingüismo, simiente de lo que había de ser Ciudadanos, apunta Francesc de Carreras: «Nos sentimos moralmente aliviados, habíamos escogido el lugar donde debíamos de estar en el conformista mundo intelectual catalán: el de los discrepantes, los librepensadores, los disidentes. Eugenio daba estos pasos sin dudarlo ni un momento, sin pestañear, había que hacerlo y así se hacía, era lo más natural. Su actitud nos daba confianza a todos los demás».

Eugenio Trías podría haber gozado de la comodidad «equidistante»: encaramarse a la torre de marfil, seguir la corriente al pujolismo, aislarse del ruido ambiente entre volutas musicales y fotogramas. Escuchar música y ver cine lo hizo y muy bien hecho.

Pero siguió denunciando la regresiva demagogia emocional de ese Mas que nos metía en el laberinto identitario: «El caudillo carismático carece de dudas; todo en él aparenta ser certeza, evidencia. Hasta el rostro, la mirada, las mandíbulas salientes, el cuerpo entero se ajusta a ese personaje que se va construyendo… Entre figurar como el “president” de los recortes o su investidura como líder visionario ha elegido, con perturbada inteligencia, la segunda opción… Nunca como ahora reza el dicho de que entre lo sublime y lo ridículo hay sólo un paso...».

Desde su muerte, añorado maestro, se ha dado ese paso y muchos más rumbo al abismo. Cultivemos y consolémonos, entre tanto delirio, con la funesta manía de pensar.

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