Juan Milián Querol - Tribuna Abierta

Por un patriotismo liberal

«Ante el apagón ético del separatismo, debemos lograr un 'visca Espanya' que signifique libertad y modernidad»

La tensión en Cataluña no se solucionará con un nuevo sistema de financiación, ni con una reforma constitucional, ni con una recuperación económica que alivie esas inseguridades que son combustible para el populismo, ni mucho menos con un referéndum divisivo. Sí, teniendo fuertes raíces históricas, parte del problema es institucional. Desajustes en el desarrollo del Estado autonómico han incentivado el victimismo y la deslealtad, y justificarían un impulso reformista en pro de un autonomismo más responsable y una unión más perfecta. Así, el debate sobre cómo encajar a los nacionalistas debería superarse con un debate sobre cómo mejorar nuestras instituciones democráticas e integrar y ofrecer más oportunidades a todos los ciudadanos. Sin embargo, el problema en Cataluña va más allá. Es una cuestión profundamente emocional. Se han ahogado las virtudes cívicas en el charco del tribalismo, gracias, en parte, a la ausencia en Cataluña de un relato español de finalidades morales compartidas.

El nacionalismo es, señaló Orwell, un deseo de poder. Y a este deseo se supedita todo, incluso aquello que sustenta la civilización: el respeto a la ley, la ética de la responsabilidad o el aprecio a la verdad. La deriva, en este sentido, del nacionalismo catalán nos ofrece, paradójicamente, una oportunidad a todos aquellos que defendemos las libertades individuales y la unidad de España. Dado que el nacionalismo catalán se ha ligado a valores negativos -la insolidaridad, la intolerancia y la mentira- y ha pretendido crear un Estado con aquellos instrumentos que precisamente critica a su parodia de Estado español -burocracia, intervencionismo y redes clientelares-, debería ser más fácil promover y compartir una idea afectuosa de España vinculada a valores positivos.

El amor a una patria puede ser, escribe Maurizio Viroli en Por amor a la patria (Ed. Deusto), «generoso, compasivo e inteligente, pero también puede ser exclusivo, sordo y ciego». Mientras un patriota ama la riqueza cultural de su país y defiende las libertades de todos sus ciudadanos, un nacionalista persigue una homogenización que le garantice el control social y el poder. Así pues, ante el apagón ético del separatismo, debemos lograr un «visca Espanya» que signifique libertad y modernidad. Un «visca Espanya» que no lograremos ni con bravuconadas, ni con cesiones, sino con inteligencia y persistencia.

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