Sergi Doria - Spectator in Barcino

«Enraonar», verbo olvidado

Varada en la verborrea secesionista, la política catalana ha perdido la razón

Puigdemont, recientemente en el Parlamento catalán INÉS BAUCELLS

Uno de los hechos diferenciales de la lengua catalana respecto a la castellana es el verbo «enraonar». En español tenemos el verbo «razonar», pero este remite en exclusiva al acto de entrar en razón o desarrollar con argumentos sólidos una idea. Cuando el profesor pide al alumno que «razone» lo que ha recitado en clase le invita a un acto «a posteriori». Recordemos algún enunciado del examen: «Comenta este tema y razona tu respuesta».

El verbo catalán «enraonar» asocia el acto del habla y la reflexión. La frase «ens reunim i ho enraonem» infiere una ambiciosa simultaneidad. No hay un «antes» –hablar a tontas y a locas– y un «después» –aportar unas gotas de razón a lo dicho. «Enraonar» supone hablar y razonar al mismo tiempo. Esto es, pensar lo que se está diciendo.

Durante mucho tiempo –lamentablemente, hemos de aplicar un verbo pasado– el verbo «enraonar» sustanció una de las cualidades más reconocidas del ser catalán: el «seny».

Varada en la verborrea secesionista, la política catalana ha perdido la razón. Como todas las creencias, el nacionalismo comporta una mengua de racionalidad. No se puede «enraonar» desde las vísceras, el pensamiento mítico, o con una emocionalidad siempre a flor de piel. Se cae entonces en la concepción maniquea que conduce al victimismo o, lo que todavía es peor: al enmascaramiento de la realidad con las medias verdades que acaban siendo las más abyectas mentiras. Se pierde la razón cuando se deja de razonar y se pierde también cuando se exhiben malas maneras o se cultiva la imagen del catalán «fatxenda».

Y de eso va el discurso de los políticos catalanes en el último sexenio que no dudaríamos en calificar, abonando la terminología histórica, de «sexenni estrafolari». Se empezó intentando reformar la Constitución por la puerta de atrás con un nuevo Estatut que solo votó una tercera parte de lo catalanes; vino luego el pacto fiscal, con un Artur Mas que, en lugar de inisitir en el diálogo, arrumbó el verbo «enraonar» para lanzarse a la piscina de la «rauxa» en la primera Diada claramente secesionista; el President que se creía Moisés, Gandhi y Luther King remitía más bien al Companys desbordado en el 34 por Estat Català, en el 36 por la CNT-FAI y en el 37-38 por el comunismo estalinista. Cuando la CUP sacó tajada del envite y pidió, como Salomé, la cabeza del Bautista, el verbo «enraonar» quedó en el capítulo de arcaismos de la lengua catalana. El acto del habla, desprendido de la complejidad que implica el razonamiento, devino en silogismos con premisas amañadas, trilerismo disfrazado de «astucia», desafío o llamada a la desobediencia de la legalidad. Si se había perdido la razón, por ausencia de «enraonament», ahora se pierde por pura «fatxenderia». La Generalitat que pedía los papeles de Salamanca niega ahora el derecho de los aragoneses a recuperar las 44 piezas que alberga el museo de Lérida y pertenecen al monasterio de Sijena.

Gracias a Mas, el hombre que dejó de utilizar el verbo «enraonar» en 2011 y se echó al monte para que el foco sobre la corrupción de su partido se desviara hacia la independencia, la antigua Convergència travestida en el PdeCat ha perdido tres cuartas partes de votantes y está sometida al «diktat» de ERC y la CUP, esa formación partidaria de expropiar la Catedral, atacar buses turísticos y «desbordar» la legalidad cuando esta no gusta. Rodeado de «fuego amigo», Puigdemont –incapaz de conjugar el verbo «enraonar»– progresa adecuabamente hacia el delirio.

El pensamiento infantil y la ignorancia atrevida de la juventud son ajenos al «enraonament» porque supone el esfuerzo de reconocer las propias limitaciones y ejercer la autocrítica. El político que «enraona» no cabe en las tertulias o en twitter: es el «aguafiestas» de la romería sentimental; el que advierte de las grietas en el muro del pensamiento único. Lamentablemente, en la Cataluña actual vende más el «tot o res», el «pit i collons», el «entre tots ho farem tot» o aquella frase de Martí i Pol que parece sacada de Juan Salvador Gaviota del «tot està per fer i tot és possible».

Recuperemos el verbo «enraonar» antes de que esa turba de políticos hiperventilados nos empuje al abismo. Cuando nos propongan la Arcadia feliz en forma de República Catalana invoquemos el catalanísimo y «enraonat» interrogante de Josep Pla: «I això qui ho paga?»

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación