Sergi Doria - SPECTATOR IN BARCINO

La ciudad que fue admirable

Barcelona vegeta en el invernadero nacional-populista y ya no respirael aire libre que merecióser admirable

Colau, en el centro, durante la manifestación del domingo por los políticos presos EFE

La indigencia cultural de la Barcelona de Ada Colau es una realidad incuestionable. La alcaldesa-activista sigue ahí, con su raquítica mayoría de once concejales; cediendo el espacio público al independentismo que amordaza los árboles con plástico amarillo, pintarrajea el mobiliario urbano o acapara recintos como La Modelo. Leemos que Sergi Belbel se marcha a Madrid para «oxigenarse». No es un juicio político, advierte el dramaturgo, aunque el verbo lo dice todo.

En un acto sobre el maragallismo y Barcelona, Colau confesaba en el Ateneo que cuando llegó al cargo sabía que Pasqual Maragall era el mejor alcalde que había tenido la ciudad. Tres años después, la ideóloga de las multiconsultas chapuceras, la okupación chabolista de la plaza de Cataluña, la trashumancia mantera, los «narcotours», las «soluciones habitacionales» nonatas, las huelgas de metro y el tranvía a ninguna parte está todavía más convencida.

Como a sus amigos independentistas, esos pícaros que abominan del 155 para prorrogarlo cada semana con «presidents» telemáticos, lo que le va a Colau es cargarse la estatua de Antonio López –¿por dónde para «La Atlántida»?– y echar gasolina demagógica a una calle recalentada por los Comités de Defensa de la República (CDR).

Montarse una «Primavera republicana» hasta la víspera de Sant Jordi mantiene enardecido al personal y acoquina a empresarios y turistas. Como el paisaje urbano no está bastante manoseado por los del lacito, resucitemos el nomenclátor de la República: sin incluir, claro está, templos quemados, fábricas colectivizadas, rutas de los «paseos» de la FAI y los antros de tortura estalinista más conocidos como «chekas».

Para culminar la fiesta, otro asalto a la memoria en la calle que atraviesa la Barceloneta desde el paseo de Juan de Borbón (otro topónimo en peligro) y el paseo Marítimo: quitamos la placa del almirante Pascual Cervera –infausto defensor del colonialismo español al mando de la Armada vencida por los yanquis en Santiago de Cuba– y ponemos la de Pepe Rubianes, el cómico que encendía las risas con sus «tremendas» mulatas. Queremos creer que se reconoce a Rubianes por su hilarante gestualidad, su cachondeo charlista y mestizo, no al que se cagaba en «la puta España» en TV3 con Albert Om jaleándolo.

Aludíamos al homenaje a Maragall y la melancolía de su evocación. En aquella Barcelona sí que estábamos todos; la viví con mi padre, orgulloso de encender el pebetero la noche mágica del 25 de julio del 92. Hoy es una ciudad tomada por quienes dicen respetar el maragallismo aunque desprecien, «sotto voce», la lealtad que comprometía Barcelona con la capitalidad de España.

De aquella urbe abierta e ilustrada, este cronista conserva el grato recuerdo de las «Lecciones de Literatura Universal» que dirigía el profesor Jordi Llovet en el Institut d’Humanitats y que han sido rescatadas en el volumen «La literatura admirable». Lo publica Pasado & Presente, la editorial de Gonzalo Pontón, premio Nacional de Ensayo. Cincuenta y cuatro títulos inmortales presentados por sus mejores especialistas. ¡Esto sí que es un canon y no la pedantería anglosajona de Harold Bloom! Los libros comentados, apunta Llovet, «permiten entender que Occidente ha dado al mundo entero una literatura de enorme valor, y que este valor no fue vigente solo en el momento en que se publicaron los libros respetivos, sino que alcanza a todas las generaciones del pasado, el presente y el porvenir».

Viajar del «Génesis» a «Lolita» permite ausentarse de la algarada ambiental que embota el espíritu: «Las Bacantes» (Carles Miralles), Luciano de Samósata (Carlos García Gual), «Tristán e Iseo» (Isabel de Riquer), «La Celestina» y «El Lazarillo» (Francisco Rico), Shakespeare (Salvador Oliva), «Robinson Crusoe» (Fernando Savater), «Cantos» de Leopardi (Rafael Argullol), el Pickwick de Dickens (Jordi Llovet), «Moby Dick» (José María Valverde), «Villette» de Charlotte Brontë (Nora Catelli), «Madame Bovary» (Lluís Maria Todó), «Las flores del mal» (Gonzalo Pontón Gijón), «El primo Basilio» de Eça de Queirós (Basilio Losada), la poesía de Rubén Darío (Luis Alberto de Cuenca), «La tierra baldía» de Eliot (Andreu Jaume)... Cambiaremos el «procés» por «El proceso» de Kafka con Luis Izquierdo; Terenci Moix –¡quién mejor!– nos presenta al Gran Gatsby, Enrique Murillo relee «Lolita» y Anton M. Espadaler «El quadern gris» de Pla...

El Institut d’Humanitats sigue ofreciendo cursos, es cierto; pero en esta Barcelona que vegeta en el invernadero nacional-populista ya no se respira el aire libre y cooperativo de aquellos años en que mereció ser admirable: por su capitalidad en la edición hispanoamericana, por su convicción metropolitana frente al gallináceo ruralismo secesionista…

En el CCCB, Félix Riera convocó a nueve ponentes bajo el psicoanalítico epígrafe de «Cinco horas con Barcelona». La conclusión, que extracta Ignacio Orovio en una ilustrativa crónica: «La inercia heredada del maragallismo se acabó y Colau no ha sabido o querido hacer bandera de la cultura».

Nada es bueno ni es malo sino por comparación, afirmaba Jonathan Swift. En el triste caso barcelonés, la comparación resulta lacerante.

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