Sin prestigio ni beneficio

Los premios son de esas cosas que llegan con los años, como la artrosis o el urólogo. Y raras veces se dan a tiempo. Para los galardones, igual que para abogacía del Estado o para la RAE, hay que opositar. Es un trabajo constante y sacrificado el de estar y dejarse ver para figurar en las quinielas. Un trabajo concienzudo y diario, como aquel que llevaba a cabo González Ruano cuando, siendo joven, dedicaba un rato de las mañanas a llamar a los cafés de Madrid preguntando por sí mismo. De esa manera se aseguraba que el camarero gritara su nombre por el local. Y todavía les hay que vienen a dárselas de revolucionarios, como si hubieran inventado ellos la imagen de marca.

De esto también sabe Félix Cuadrado Lomas, que de un premio que le habría dado repercusión un día logró estar tres en los papeles de los diarios. Y en privado han sido otros tantos los Premios Castilla y León de otras ediciones que le reconocían el valor y toda la razón al pintor de mulas y eriales.

El PSOE de Tudanca estuvo hábil el otro día al llevar una PNL al pleno instando a recuperar la dotación de unos premios devaluados desde 2010. La respuesta del PP fue de esas que le recuerdan a uno lo que ha decaído la altura de nuestros políticos. Recibir el premio es un «orgullo», dijeron, que «no tiene precio». Por la misma razón deberíamos defender que ser representante de la ciudadanía viene a ser lo mismo, un «orgullo» que «no tiene precio» y así ahorrarnos su sueldo. Y cuadrando las cuentas sobraría presupuesto para dotar nuevamente los Premios de Castilla y León como se merecen. Con esto de Internet, algún político, con buena memoria y mala leche, me recordará este artículo cuando yo -ya viejo, porque los premios quieren decir que a uno lo ven viejo, pues son los adornos con los que decorar la antesala de la muerte- busque entrar en las quinielas. Así, con la decisión del PP, se quedan los premios sin prestigio ni beneficio.