Vicente Á. Pérez - Corazón de león

Santos Castro

«Dicen quienes lo conocían en cercanía humana y profesional que tenía «una personalidad brillante y seductora, por su gran cultura y su amabilidad, y también ejemplar, por su compromiso con la función pública (...)»

Vicente Á. Pérez
Valladolid Actualizado: Guardar
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Salvo alguna honrosa excepción, el fallecimiento de Santos Castro Fernández, el pasado 24 de agosto, ha sido víctima del vergonzoso silencio de estos modernos medios de comunicación tan escasos de memoria como de criterio o rigor informativo; un silencio que clama en el aluvión de banalidades, frivolidades y peleas de gallos políticos con los que periódicos, teles y radios se nutren en estos tiempos desnortados. La muerte de Santos Castro no ha merecido un obituario en los periódicos nacionales, ésos que día a día analizan, a su modo y manera, la Transición española que tuvo en Castro Fernández uno de sus grandes pilares. Este moderno periodismo, que sigue cavando su tumba con la pala de la frivolidad, ha enterrado en el silencio a una personalidad, a un intelectual que dedicó su vida a la empresa de colaborar en la construcción de una España más grande y más libre de la heredada en 1975.

Santos Castro ha muerto a los sesenta y seis años y sus coterráneos de la Maragatería leonesa, de su cuna Santa Colomba de Somoza, de El Ganso (en donde tenía casa veraniega) y de Astorga (en donde aprendió sus primeros y fundamentales conocimientos antes de irse, con diez años, a los jesuitas de Comillas) han lamentado la muerte de un ilustre vecino, paisano, amigo, que jamás alardeó de sus saberes o de los importantes cargos públicos que desempeñó a lo largo y corto de su vida. Dicen quienes lo conocían en cercanía humana y profesional que tenía «una personalidad brillante y seductora, por su gran cultura y su amabilidad, y también ejemplar, por su compromiso con la función pública, que él entendía como servicio a un proyecto ambicioso de modernización y de cambio social».

¿Y quién era Santos Castro? Ni en tres páginas de un periódico se podría resumir esa vida truncada a los sesenta y seis años, ni muchas personas podrían acumular en tres vidas tantas vivencias y tan enorme currículo. Para resumir, pues, baste decir que este maragato obtuvo cuatro licenciaturas (Filosofía y Letras, Ciencias Políticas, Geografía e Historia, Derecho) y la diplomatura en Sociología. ¡A ver quién lo supera en estos tiempos de pereza escolar y universitaria…!

Tenía por delante una carrera académica envidiable, por su talento y su amplia formación, «pero prefirió participar más activamente en el cambio político y social de principios de los 80, con voluntad de contribuir a la modernización general de España desde la función pública. La vía que escogió fue la del Cuerpo Superior de Administradores Civiles del Estado, que le llevó a desarrollar una carrera de alto funcionario y a intervenir en las políticas públicas y en la reforma de la Administración en distintos campos», recuerdan sus compañeros y no esos medios de comunicación tan cicateros a la hora de recordar a quienes, como Santos Castro, tanto hicieron por esa Transición hoy devaluada por unos políticos de tres al cuarto.

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