Ana Pedrero - Desde La Raya

Ser catalanes

«La próspera Cataluña ha sido la niña mimada de un país que se desarrolló hacia el este, dejando como un desierto al lejano oeste»

Ana Pedrero

Arde Barcelona y arde el corazón, la pena y la vergüenza de los hombres y mujeres de bien, los de allí y los de aquí, los que defienden la unidad de España y los que creen que es posible una independencia dentro de la ley, sin que nadie apague ese fuego miserable que consume de odio y sinrazón a quienes lo provocan y lo alimentan. Yo, tan apegada a las aguas de mi río atlántico, a esta tierra de campos y surcos, confieso que a veces he querido ser catalana y creer a pies juntillas que España nos roba para no saber de la terrible desigualdad con esta tierra nuestra, tan sumisa y desgobernada, tan complaciente con quienes la han dejado tiritando.

La próspera Cataluña ha sido la niña mimada de un país que se desarrolló hacia el este dejando como un desierto el lejano oeste, que no es ninguna película; que es el día a día de todo el territorio fronterizo con Portugal, esa Raya tan pobre como hermosa que vertebra el Duero y su vino amargo, la poesía de Claudio y la dulce saudade.

Si en Cataluña el problema es de banderas e identidades, de pasarse la Constitución de todos por el forro, en esta España Vacía y devastada el problema es que no hay azoteas donde ondear la bandera de la vida. He querido que toda nuestra tierra fuese Cataluña; ir atrás en el tiempo y que en Castilla y en León se levantasen fábricas y complejos industriales antes de la democracia.

Rebobinar cuarenta años y que cada Gobierno, derechas e izquierdas, pactase prebendas y dádivas aunque el resto de comunidades se quedasen en cueros. Que las autovías que no hemos conocido hasta hace un puñado de años no sirvan solo para que nuestros hijos se vayan. Que la tristemente famosa Nacional 122 deje de computar muertos en su ir y venir a Portugal. Que en los pueblos nazcan niños y no desaparezcan los consultorios médicos o que se vea la tele; simplemente eso: que se vea la tele.

Quizá nuestro problema haya sido ese: no ser catalanes, ser lo que somos, unido al secular y manso silencio que guardamos. Y algo dentro de mí arde, como arden las calles de Barcelona.

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