Artes&Letras

Necesario y merecido homenaje a Antonio

El Ballet Nacional de España recupera cinco coreografías del bailarín en un espectáculo programado del 15 al 17 de febrero en el Calderón de Valladolid

«Homenaje a Antonio Ruiz Soler» del Ballet Nacional de España, el espectáculo programado en el Teatro Calderón de Valladolid JESÚS VALLINAS

JOSÉ GABRIEL LÓPEZ ANTUÑANO

Hace medio siglo, pronunciar el nombre Antonio no necesitaba ni de apellidos ni calificativos para conocer que se hablaba de Flamenco (con mayúscula) y de Ballet español en toda su extensión. Sin embargo, en este país donde la memoria flaquea, sacar del olvido a Antonio es una de las mejores contribuciones que ha hecho el Ballet Nacional de España, a iniciativa de su director Antonio Najarro, en el 20 aniversario de su muerte (en sentido amplio, pues falleció en 1996).

Además de la desmemoria española y de la escasa, aunque intensa, afición al ballet español, contribuyeron al olvido de Antonio (Ruiz Soler), las rencillas de artistas (¿cuándo reconoceremos los legados patrimoniales para avanzar sobre ellos?), la cruel enfermedad de sus últimos años, una hemiplejía que le retiró de la vida pública, y el abrupto cese como director del Ballet Nacional de España en 1983, después de dos años de recuperación e impulso del Ballet hispano. Pero, esto último, lo llevan los socialistas en su ADN, en aras de una falsa progresía: prescindir de todo lo que les parece rancio y suene a español (flamenco, toros, etc), confundiendo tradición con franquismo, con ignorante olvido de raíces patrimoniales y trayectorias biográficas como las del propio Antonio.

Najarro recupera cinco coreografías de Antonio (además de un gran bailaor y bailarín fue un excelente y personal coreógrafo): Eritaña, Zapateado de Sarasate, La taberna de Toro, Fantasía galaica y El sombrero de tres picos. Programa atractivo, variado e importante para acercarse a la figura del coreógrafo, que se podrá ver en el teatro Calderón el próximo mes de febrero.

Sarasate y Falla

Destaco por menos conocida Zapateado de Sarasate, creada en 1946 en México (durante su gira por América, que empezó con el inicio de la guerra civil, mientras él actuaba en el sur de Francia y decidió no volver, y que terminó en 1949). En este zapateado se pone de relieve el hilo coreográfico que lo sustenta, donde la intuición se ajusta a un patrón, que hace del mismo una pieza variada, compleja e imprescindible para acercarse a las diferentes formas expresadas por un bailador: además de genialidad se percibe una perfecta técnica.

El programa incluye la coreografía más celebrada de Antonio, El sombrero de tres picos, sobre música de Falla y figurines en el estreno de Picasso. Interesante resulta saber cómo a Antonio le «persiguió» en sus entrañas la música de Falla. En su gira americana de los años 40 incorpora parcialmente algunos fragmentos del compositor, sin que pueda hablarse de coreografía. En el inicio de los 50, Massine le invita a interpretar, como bailarín principal, El sombrero de tres picos en la Scala de Milán. Actuación muy convincente, pero que remueve los barruntos de Antonio: crear una coreografía completa que incorpore experiencias y creatividad. Se estrenó en 1958, con gran éxito, y alguna reducida polémica por ruptura de algún canon. Se repuso, con variaciones no del todo acertadas y con poca «alma», en la apertura del teatro Real de Madrid en 1997 (revisión coreográfica de Antonio Márquez).

Muchas facetas sobresalen en la trayectoria de Antonio que merecen una puesta en valor. De entre ellas destaco la decisión de coreografiar a los más importantes compositores contemporáneos españoles (Albéniz, Granados, Falla, Turina, etc); la dignificación del flamenco, no solo como arte de la emoción, sino como material para la composición coreográfica, que tantos seguidores ha tenido después; la extensa y compacta carrera, comenzada en 1928 y terminada en 1979, desarrollada en España y más en el extranjero; y la capacidad para trasformar el martinete en baile. Además, quede el recuerdo de la personalidad de un bailaor que focalizaba la atención cuando aparecía sobre el escenario, imprimiendo personalidad y sentimiento.

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