Artes&Letras

La naturaleza simbólica de Merino

Eolas edita «Cuentos de la Naturaleza» del escritor leonés, que reúne una serie de cuentos y un estudio previo de Natalia Álvarez

El escritor leonés José María Merino F. HERAS

NICOLÁS MIÑAMBRES

Desde comienzo de los años setenta, formando grupo con Luis Mateo Díez y Juan Pedro Aparicio, José María Merino ha ido creando, en verso y en prosa, una obra extensísima, ajustada a un rígido proceso temático y formal. Cada libro presenta una forma concreta, desde las novelas largas (con la última entrega, «Aventuras e invenciones del profesor Souto», de 2017) hasta los afortunados y exitosos microrrelatos.

Aparte de esta producción, hay que referirse al trasfondo temático de la presente obra y especialmente, al tono simbólico y filosófico que esconde, magníficamente apuntado por Natalia Álvarez. En este contexto hay que situar «Cuentos de la naturaleza», título tal vez ambiguo para quien piense que se trata de una naturaleza geológica. No es así: en ella late un significado especial.

La edición se compone de cinco apartados: «I. La inmovilidad del bosque. II. En la barandilla del balcón. III. Bajo la protección de la hiedra. IV. En el borde del estanque y V. Por el camino de la braña. Apéndice distópico y realista. Tres cuentos inéditos: Novísimo continente. Qué rico el cordero. La fuerza del aire».

Leído el prólogo, se observa una claro objetivo: captar el significado que la naturaleza esconde en la obra de José María Merino, que Natalia Álvarez analiza descubriendo su objetivo: «Este libro opta, en consecuencia, por un nuevo enfoque susceptible de aplicarse a la lectura de la cuentística meriniana». Y lo afirma rotundamente: «La ficción fue la primera sabiduría de la humanidad. Cuando la realidad exterior parecía solo un conjunto de adversidades incomprensibles, hostiles, violentas, la ficción ayudó a entenderla». Todo lo completa plásticamente: «el sol es una brasa que una mano inocente lanzó una vez al cielo. (…): La ficción fue la primera forma comprensible de la realidad».

Estas líneas exigen una reflexión respecto a Por el camino de la Braña, cuyo primer cuento «Novísimo continente» nos adentra en el ambiente de la nueva civilización. Si el relato juega con el idealismo y el narrador afirma que Adán y Eva están en el edén, la mujer ha llegado irónicamente más lejos: «-Pero ahora Adán y Eva ya no están en el Génesis, sino en el Apocalipsis- repuso ella. Y tras un silencio, ambos se echaron a reír». Algo semejante ocurre en el desenlace de «Qué rico el cordero»: la vida pasa y la belleza desaparece, aunque la hija lo lamenta, «pero no dejaba de sentir la amargura de pertenecer a una especie tan sensible e hipócrita…».

El hombre, intruso

Parecido ambiente flota en «La fuerza del aire». A la desbordante y triunfadora carrera económica del protagonista le sobran los triunfos actuales, los triunfos materiales, los triunfos humanos. En el fondo…tiene, junto a la mujer, un futuro basado en la belleza y la sencillez: «Le pagaré el triple, asegura, antes de besarla con ansia, mientras los acaricia la fuerza del aire». Está claro el mensaje: A pesar de los tiempos, hay poco imprescindible para ser feliz… De la aproximación a todo lo dicho se extrae la conclusión, un poco pesimista: «El ser humano es retratado como un intruso en el espacio natural que nos enfrenta a nuestra condición efímera, a un tiempo evanescente y pasajero».

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