Un mundo mítico y desangelado

José Antonio Abella arma una parábola de lo humano en «Tramas en la niebla», trece relatos relacionados entre sí

El escritor burgalés José Antonio Abella ICAL

NICOLÁS MIÑAMBRES

Probablemente, Trampas de niebla debería empezar a leerse por la Cronología. En ella se reflejan «los principales sucesos referidos o mencionados en este libro». En ellos late la clave de la obra, compuesta de trece capítulos bastante extensos, que abarcan desde 1715 a 1997. Descrito con un estilo dinámico, rico y expresivo, la acción se complica a veces de forma exacerbada. Por ello, estas líneas se centrarán en los capítulos «El secreto de la torre», «Un paso de menos» y «Trampas de niebla», esencia de las claves de la novela. En el ambiente subsiste la figura de Lucien Renaud, que «viajó a las Tierras Altas de Eliambroz y las abandona en 1956». Las evoca Tomás de la Caína y, sobre todo, Dolores Presa Pinto, Lolines, maestra en los tiempos actuales en la escuela del pueblo. Aunque resulte extraño, preside todo el mundo de la zona la caza brutal de los jilgueros, captados de forma alevosa con el mecanismo de «Trampas de niebla».

La lectura de los trece relatos, interrelacionados temáticamente, informan de la presencia del citado Tomás de la Caína, hijo de campesinos analfabetos y sin recursos, antiguo alumno del Padre Feijoo. En 1769, se instala definitivamente en estas tierras, «con un séquito de esclavos negros», creando un mundo distinto y exótico en esa comarca sumida en una pobreza y en una brutalidad ancestrales. La trama desemboca en el capítulo «Trampas de niebla», título también de la obra, aclarando literariamente sus elementos, pero sobre todo su significado, en lo natural y en lo cruel de la caza. Todo ello es una parábola de lo humano, con dos actores: el viejo falangista Ponciano y su hijo, «aprendiz de la crueldad». Pero la joven maestra, Lolines, ha vuelto al pueblo para descubrir la verdad del trágico pasado de su familia. Con su presencia en el bar del pueblo, las líneas finales describen los tres tiempos de la historia: el pasado de la familia y el del falangista Ponciano, el presente de ambos y el futuro del triunfo de la chica maestra, con el triste fracaso de él. El anuncio del tiempo fresco («Hoy será un buen día de caza») coincide con la canción que el padre tararea y que a su hijo le recuerda la vida del «niño albino», uno de los símbolos más desoladores de la obra. Es un presagio del futuro que llega.

El final se corresponde con el tono de tragedia de la familia de Lolines y la desgracia de Ponciano y su hijo, consumada por la naturaleza del mundo de los lobos. Entretanto... «Sobre sus ojos gotea la saliva verdinegra del arroyo. Contra su boca, los hilos invisibles aprietan el cadáver de un jilguero». No queda espacio para la esperanza: «A lo lejos, bajo el cielo transparente, la línea gris del horizonte parece recortada a punta de cuchillo». Mientras... «Los alcotanes, sobre los postes del teléfono, convocan a los pájaros muertos en la helada». He ahí un digno final para un bello libro de relatos, cargados de un complejo simbolismo y unidos por un extraño sentimiento de primitivismo ancestral.

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