Ignacio Miranda - Por mi vereda

Menores amorales

«Ha surgido la controversia sobre la tan traída y llevada Ley del Menor, un mestizaje de buenismo, candidez e irresponsabilidad»

Ignacio Miranda

Rafael y Lucía salieron hace décadas de la llanura cerealista de la Lampreana, en el corazón de Zamora , con destino a las Vascongadas, como se decía antaño. En aquel paisaje salpicado de pequeñas lagunas, donde un día abundaron las lampreas, quedaba un escaso margen de porvenir ligado a la dureza del campo. Decidieron entonces emigrar a Bilbao . Como tantos miles de casos, allí se establecieron, se integraron, trabajaron de lo lindo en un modesto negocio familiar de pinturas y criaron a sus hijos. Allí veían crecer a sus nietos y vivían, a sus 87 años , entre visitas frecuentes a su tierra de origen que nunca olvidaron.

Lucía y Rafael ya no regresarán cada estío a la casa de Pajares de la Lampreana, cambiando la humedad del Nervión por las agostadas eras de abrojos, el aurresku por el Bolero de Algodre. Hace unos días fueron brutalmente asesinados en su piso del barrio de Otxarcoaga por dos adolescentes de catorce años. Un crimen de una violencia extrema que ha consternado a la opinión pública. Ipso facto, ha surgido la controversia sobre la tan traída y llevada Ley del Menor , un mestizaje de buenismo, candidez e irresponsabilidad engendrado por quienes piensan que los chavales que matan se pasan la tarde merendando nocilla mientras ven Los mundos de Yupi. O similar.

Cuanto más detalles trascienden sobre los autores del crimen, más crece el sentimiento de indignación ante un escandaloso fracaso de las medidas preventivas de la Administración. Dos sádicos desalmados bajo la tutela de la Diputación Foral de Vizcaya, que llevaban fugados de los centros de régimen abierto ni se sabe. Es una derrota humillante de la ciudadanía y las instituciones. Porque el doble asesinato cometido por unos menores amorales, sin posibilidades de reinserción, refleja que son capaces de ejercer su tiranía sobre una sociedad débil, sin autoridad. Así, la carne de cañón siempre se crece.

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