Artes&Letras

Lorca romántico por la «España vieja»

Con motivo del centenario de su publicación aparece la edición conmemorativa de la primera obra del poeta, «Impresiones y paisajes» una colección conmemorativa de textos que plasman sus viajes juveniles con paradas en distintos lugares de Castilla y León

García Lorca en el burgalés Monasterio de las Huelgas, en 1917 FUNDACIÓN F. G. L.

BRUNO MARCOS

Cuando Lorca todavía no era escritor realizó varios viajes por la España de hace cien años. Su profesor en la Universidad de Granada, el salmantino Martín Domínguez Berrueta, le unió a un selecto grupo de estudiantes que iba a poner en práctica aquello que las renovadoras corrientes pedagógicas provenientes de la Institución Libre de Enseñanza proponían, conocer de primera mano la realidad que estudiaban y no solamente a través de los libros.

La primera excursión en 1916 viajó únicamente por Andalucía, pero las siguientes pasaron por El Escorial, Ávila, Medina del Campo, Salamanca, Zamora, Santiago de Compostela, La Coruña, Lugo, León, Burgos, Palencia, Segovia o Madrid. En todos sitios les recibieron magníficamente y tuvieron ocasión de conocer a Machado en Baeza y a Unamuno en Salamanca. La prensa local se hizo eco de su paso por las diferentes provincias. Las jornadas solían acabar en una velada con el joven Lorca al piano, porque para el grupo -y para él mismo- era un proyecto de músico. Sus aspiraciones se malograrían justo entonces, al morir su profesor de música y ante la negativa de sus padres para irse a París a continuar su aprendizaje.

«Ávila, Zamora, Palencia, el aire parece de hierro y el sol pone una tristeza infinita en sus misterios y sombras»

Es así que dirigió su vocación artística hacia la literatura y algunas de las notas que fue tomando en los viajes aparecieron ya en los periódicos de las ciudades visitadas. Enseguida deseó publicarlas y el padre hubo de costear la edición, no sin antes consultar a algunos amigos sobre la calidad de la obra porque no quería que los señoritos del casino de Granada se rieran de su hijo. Casi todos los ejemplares que se distribuyeron fueron regalados, con entusiastas dedicatorias del muchacho, y el resto permaneció en un anaquel de la Huerta de San Vicente, el hogar de veraneo de los García Lorca.

El primer título que quiso poner al volumen fue «Caminatas románticas por la España vieja», que indica bastante mejor que el definitivo Impresiones y paisajes cómo fue la mirada de su autor. Escribió en las primeras páginas: «Ávila, Zamora, Palencia, el aire parece de hierro y el sol pone una tristeza infinita en sus misterios y sombras». A este Lorca de apenas dieciocho años se le ve influido por la mirada crítica de los regeneracionistas, que desde finales del siglo XIX habían vuelto el rostro hacia los males de la patria, y de su cristalización estética, que se dio en la Generación del 98. Muy pronto cita la sombra machadiana de Caín que camina por los campos de Castilla.

«Por todas partes hay angusti, pobreza, fuerza (...) Ciudades de Castilla llenas de santidad, horror, superstición...»

Aunque el tono general del libro sigue la estela del Romanticismo, lo más característico son súbitas reacciones de naturaleza vitalista en las que el principiante autor se rebela anunciando en buena medida lo que será el núcleo central de su obra futura.

La España pobre que tenía un pasado glorioso y aún no se había hecho a la idea de que su imperio había sido liquidado fue la que encontró el poeta en los monumentos que visitó.

Ávila, Burgos...

En Ávila sintió «Una sombra de muerta grandeza por todas partes». Dedicó buena parte de este tomo a criticar la miseria, la sordidez y la abulia. «Por todas partes hay angustia, pobreza y fuerza. (…) Ciudades de Castilla llenas de santidad, horror y superstición». En un mesón halló lo siniestro: sogas en el techo bordadas de moscas que señalaban acaso el lugar de un ahorcado. En la Cartuja de Miraflores (Burgos), la famosa escultura de San Bruno le decepcionó: «Qué poca expresión». Admitió que estuviera bien ejecutada pero para él carecía de emoción, parecía la cara de cualquiera, y compadecía al escultor Pereira que no supo plasmar al místico más que como a un hombre vulgar.

Más adelante fueron los monjes los que llamaron su atención, recluidos, privados de una vida plena, de los gozos terrenales que el joven Federico empezaba a divisar. Intentó entablar conversación con algunos de ellos a través del tema de la música. Se dio cuenta de que uno de los religiosos que era organista no sabía quién era Beethoven y cuando pulsó en las amarillentas teclas unos acordes del gran romántico apareció otro fraile que, extasiado, se tapaba los ojos mientras le rogaba que siguiera. En otro convento conoció a uno que le recomendó apartarse de la música, como había hecho ya él por temor a embrutecerse, ya que la encontraba como la lujuria misma, todo en ella falso. Era este un monje a quien visitaban grandes pintores del momento, Darío de Regoyos o Zuloaga, y que conservaba en una vitrina las pajaritas de papel que hacía Unamuno cuando iba a verle.

Sobre San Pedro de Cardeña (Burgos): «Una llanura de oro viejo coronada por un nimbo rojo, unas murallas de plata oxidada y en los cielos la azul frialdad de la luna en creciente»

En Covarrubias, ante las representaciones de San Cosme y San Damián, se asombró de que toda la fe de un pueblo estuviera depositada en unos muñecos mal hechos. Señaló también el disgusto que le causaban las obras de modernización caciquil que a lo largo del país iban destruyendo los rincones antiguos más hermosos, comportamiento propio de un desdichado país que se reía de quien admiraba la belleza y en el que «ser poeta era una irrisión».

Lorca con otros alumnos y su profesor en Las Huelgas (Burgos)

Las mejores páginas las dedicó a su Granada, no sin sorprender al lector con el brutal retrato de una esperpéntica bruja, o alcahueta, del Albayzín.

En su conjunto, esta obra incipiente de Lorca nos permite conocer la sensibilidad juvenil del autor, con aspectos latentes que desarrollaría más adelante y otros que abandonaría en su creación posterior; también brinda la ocasión de visualizar un momento histórico, principios del siglo XX, en el que convivían un gran pasado con unos grandes deseos de renovación. Impresiones y paisajes es el relato de lo que sintió un muchacho, especialmente dotado y destinado a ser una leyenda, al que se llevó a ver un país muy viejo.

BRUNO MARCOS

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