¿Por qué el incendio de la catedral de León se resolvió con éxito?

El fuego puso en grave peligro este monumento en 1966, pero una actuación rápida y eficaz lo salvó

Incendio de la catedral de León en 1966. Fotografía de César Andrés Delgado cedida por el Archivo del Cabildo Catedralicio ICAL

ROSA ÁLVAREZ

Era el 26 de mayo de 1966, Domingo de Pentecostés y final de la Copa del Generalísimo (actual Copa del Rey) y sobre la ciudad de León se estaba descargando una gran tormenta eléctrica. Uno de estos rayos acertó sobre la cubierta de la Catedral y desató un incendio que puso en grave peligro el templo y que, pese a haber ocurrido hace más de 50 años, regresó este lunes a la memoria de los leoneses, que vieron horrorizados cómo Notre Dame estaba siendo pasto de las llamas . En León, por aquel entonces, fue el arquitecto Torbado el que pidió no utilizar el agua para sofocar las llamas, sino espuma. En su opinión, el peso que se añadiría con la primera habría facilitado la caída del cuerpo principal de la Catedral, y causado daños aún mayores. La estructura se salvó gracias a una actuación inteligente que este martes recordó el administrador de la Catedral, Mario González, que fue testigo del incendio (desde el Seminario Mayor y cuando apenas contaba con 13 años). Para él, que solo se viera afectado el tejado fue una cuestión de «suerte» -recoge Ical- pero también de «pericia», la que demostraron los que dieron las órdenes y combatieron el fuego.

Ardía la techumbre

En León, nadie se percató del incendio en la Catedral hasta varias horas después de que se iniciara, cuando el humo y las llamas comenzaron a ser visibles. Ya con la caída de la noche, la estampa era estremecedora. Según recoge el Boletín de la Diócesis, a las 21.30 horas -se cree que el rayo cayó sobre las 18.30- «ardía toda la techumbre, desde el ábside hasta el hastial de la fachada principal, ofreciendo un aspecto desolador». El crujido del derrumbamiento del tejado y el «estruendo aterrador» de la caída en el interior de la Catedral de los ocho florones de madera que colgaban de las claves de los arcos -según recoge el mismo texto- hizo temer lo peor. «Se pensó de momento que las bóvedas comenzaban a derrumbarse y la imaginación veía a toda la catedral en ruinas y las vidrieras saltando a pedazos». Pero no fue así, tras varias horas de incertidumbre, miedo y trabajo, el único daño se produciría en la cubierta y no habría repercusión en la parte artística del edificio.

Antes de apagarse los últimos rescoldos, se dice que ya se iniciaron las tareas de restauración. En el Boletín Diocesano se explica que «en menos de un mes» estaba puesto el tejado nuevo. Se retiraron los escombros, las vigas quemadas, los materiales partidos, se repusieron las tejas… en definitiva, se trabajó sin descanso para devolver el esplendor al templo, para que la Catedral recuperara su brillo. Esta agilidad permitió que solo seis días más tarde del incendio la Catedral abriera sus puertas al culto.

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