Educación

Aulas de cultura: 35 años de placer por aprender

Más de 40.000 personas han pasado por este programa formativo de la Diputación, que mantiene la enseñanza a lo largo de la vida en las poblaciones del medio rural

ABC

C. ROSADO

Ver cómo disfrutan las personas a las que les ha gustado estudiar y no han podido por situaciones tan adversas como las que pueden haber vivido, cómo están abiertos a aprender, sus caras y esos ojos de descubrimiento me llenan de satisfacción». Quien pronuncia estas palabras es Marisi Lázaro la profesora más antigua de las Aulas de Cultura de la Diputación de Valladolid. Primero fue alumna hace 35 años, cuando el programa arrancaba para llevar la cultura a los pueblos de esta provincia, pero luego la experiencia la enganchó y desde el curso 1987-88 no ha podido ni ha querido desprenderse de este trabajo, que comparte con 23 docentes más, que son personal de la institución provincial.

Al igual que Marisi, según explica la hoy coordinadora del programa, Natividad García, esta iniciativa se puso en marcha para que la «población participara de actividades culturales y saliera del hogar, aunque muchas de las personas que entonces se sumaron al mismo lograron alfabetizarse con él, aprender a leer y escribir, alguno también sacarse un graduado escolar con el que progresar en el trabajo y personalmente.

Más de 40.000 personas han participado en ellas y muchas eran mujeres, «que tenían que justificar el salir a formarse y debían llevar algo hecho a casa a la vuelta», por lo que también se hacían manualidades, comenta Natividad García. Pero el aprendizaje ha ido cambiando y de aquellas experiencias, también de teatro (de ahí surgió el germen de la muestra provincial), se ha pasado hoy a un aprendizaje que incluye la informática, la historia, el arte, la escritura creativa y la literatura e incluso la filosofía, logrando que estos alumnos puedan saciar su ansia de aprender a lo largo de la vida. Porque, como relata García, «el denominador común es el gusto por aprender, por mero placer, sin que les suponga esfuerzo». Algunos de los alumnos escriben y han ganado algún certamen de poesía, y otros no se despegan del ordenador y el smartphone: «Bueno, bueno, el compañero que da informática no da abasto, enseguida quieren hacer ellos las cosas», apunta, divertida, Marisi Lázaro.

También surge una «unión muy grande de apoyo en los grupos -comparten experiencias y encuentros entre los pueblos cercanos- y en muchos casos esto sirve para limar las asperezas que hayan podido surgir entre vecinos, y se trabajan mucho los valores de ayuda. Como sirve también para paliar la soledad: «Se puede decir que hasta se previenen enfermedades mentales; es una forma de salir de una situación emocional mala en algunos casos y hacerlo de forma muy airosa», apunta Natividad, mientras lo corrobora Marisi al señalar que «es algo que vemos, están pendientes de que llegue el día que toca esta clase», porque no hay que olvidar que es una forma de mantener relaciones sociales en pueblos con cada vez menos población -el 70% de los pueblos tienen menos de 500 habitantes y el 14% menos de 100-.

El trabajo «es muy gratificante porque el trato que te dan es exquisito; hay días en que te dicen ¿por qué has venido, que está lloviendo?», dice, emocionada, Marisi Lázaro, para quien los kilómetros de carretera que tiene que recorrer -cada profesor tiene que atender 8 ó 10 pueblos- son imperceptibles, «porque estoy tan enamorada de mi trabajo...», comenta.

Como si fuera domingo

Alumnos y profesores también van a las residencias de mayores, donde los ancianos esperan ese día «pidiéndoles que les preparen con sus mejores ropas, con su collarcito, como que fuera domingo», dice Lázaro, que ha recibido recientemente una mención especial en el acto que la Diputación organizó para celebrar estos 35 años de un programa formativo en el que estas personas también aprenden «a ser críticos». Estos alumnos no reciben un título oficial por sus clases, pero sí «el título de vivir», concluye Natividad.

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