Artes & Letras

Actores, bailarines y músicos dan la vuelta a Bernarda Alba

La versión del texto de Lorca que estos días se representa en el Calderón de Valladolid encierra un alegato feminista para denunciar una sociedad que todavía no se compromete con la igualdad

Actuación de «Esto no es la casa de Bernarda Alba» ABC

JOSÉ GABRIEL LÓPEZ ANTUÑANO

Sí una rareza, no una novedad, La casa de Bernarda Alba, interpretada por un elenco masculino y una violinista mujer. La cuestión acerca de semejante opción es comprobar si una intervención dramatúrgica de esta naturaleza está motivada por la necesidad de contar algo propio, inspirado en el texto de Lorca, que espolea la creatividad de Carlota Ferrer, la directora.

La versión de José Manuel Mora parte del texto de Lorca. Sobre él practica un ejercicio de deconstrucción e intertextualidad (con textos del poeta y otros propios), procediendo a añadir un prólogo y un epílogo discutibles. El primero por reiterar con extractos lorquianos la función del teatro, algo frecuentado en estos tiempos, rompiendo con una textualidad excesiva un ambiente teatral y mágico, creado en los minutos previos con un provocador trabajo corporal de los intérpretes; el segundo por insistir con una perspectiva feminista la denuncia machista de esta propuesta: diez minutos tediosos y prosaicos que enturbian un interesante espectáculo, quizá el mejor de Ferrer. Pero está práctica de excesivo didactismo, por si algún espectador se despistó, ya estaba en la traducción del texto Harrower, Blackbird, el anterior espectáculo.

En Esto no es la casa de Bernarda Alba desaparecen tramas, accesorias unas, de interés otras, planteadas por Lorca para contar su historia y dotar de consistencia dramática a los personajes. En su lugar, la versión se centra en Pepe el Romano, eje sobre el que giran las relaciones de las hermanas. Pero más allá de esta cuestión, interesa el retrato de las mujeres, seres desvalidos, solitarios, angustiados que, por la idiosincrasia social, sufren en el desamparo: un alegato feminista, para denunciar una sociedad que todavía no se compromete en la igualdad de sexos en la diferencia bio/antropológica.

La lectura se clarifica con la escenificación: las palabras cuentan, pero se diluyen en una inteligente y sensorial puesta en escena que llega más al espectador por vía emocional que intelectiva. No es frecuente en España asistir a espectáculos donde la tarea del director se imponga sobre el texto, pero Carlota Ferrer redimensiona en positivo y el espectáculo crece, al tiempo que esconde reiteraciones expositivas de este texto.

Entre los aciertos de la dirección, destacan: la creación de atmósferas, sugerentes y significantes, por la plástica y la iluminación; la variedad de lenguajes interpretativos (e incluso de estilos entre los actores), que se complementan sin solapamientos palabra, música, danza y audiovisuales; la dirección de actores con significantes propuestas gestuales o el dibujo de los movimientos en el espacio; la apuesta por una interpretación distanciada: las palabras resuenan, pero siempre con contención y, a veces, como prestadas a unos actores, que dicen opinando sobre su personaje (mujer), de este modo, la empatía emocional se elimina y posiciona al espectador en relación a la propuesta. La sustitución de mujeres por hombres, sin cambiar códigos ni mensajes, subraya esta distancia, desapareciendo la pasión sexual. Se trata de una decisión de ideología de género.

La escenografía de Ferrer y Delgado es sencilla: un panel blanco (coloreado con la luz) de superficie no uniforme: es la pared que cierra, que tiraniza a los personajes; un perímetro lumínico que de vez en cuando se enciende y unos leds, que bajan del techo y ayudan a marcar este clima de opresión.

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