Wellington, la doble vida de un narco

Cumplió condenas por tráfico de drogas en Estados Unidos y ahora está preso en Ocaña (Toledo) por ser el presunto cabecilla de una red de traficantes de cocaína

Wellington, en 2013, vestido con un uniforme de preso, cuando cumplía condena en una cárcel de Estados Unidos. Al fondo, la comisaría de Policía de Talavera de la Reina Luna Revenga

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Trabajaba en una empresa de construcción de Talavera de la Reina como medida de seguridad para ocultar su espurio medio de vida. El engaño lo mantuvo meses, hasta que unos policías nacionales lo detuvieron hace tres semanas. Wellington , dominicano de 33 años, está ahora preso en Ocaña, acusado de ser el cabecilla de una organización, de las más activas en la zona, que se dedicaba a la distribución de cocaína en la comarca y en las provincias limítrofes de Cáceres y Ávila.

Pero no es la primera vez que pisa una cárcel. En Estados Unidos, de donde su mujer es originaria, Wellington estuvo interno también por tráfico de drogas. Y es algo que no esconde. En las redes sociales se le puede ver vestido con un uniforme marrón de presidiario durante una visita de su familia, en 2013, al centro penitenciario donde estaba recluido.

En España fue arrestado en Madrid hace un año, en un control rutinario, cuando circulaba en un vehículo «caleteado» (doble fondo) para el transporte de droga. Llevaba medio kilo de cocaína, la misma cantidad que le ha llevado ahora a la prisión de Ocaña. Sin embargo, de la cárcel madrileña en la que ingresó salió después en libertad provisional.

Luz roja

Wellington, que se crió entre traficantes de estupefacientes, llevaba una vida aparentemente normal en Talavera, donde trabajaba para una empresa de construcción desde hacía unos cinco meses. Con pareja estadounidense (nacida en Nueva York) y padre de dos hijos menores de edad, tampoco se movía ni vestía de manera ostentosa. Y conducía un coche de gama media, un Opel Astra. En realidad, eran algunas de sus medidas de seguridad para enmascarar su ilegítimo negocio.

Según la policía, Wellington era el jefe de una organización y daba instrucciones a Máximo —su lugarteniente y compatriota, ahora también preso en Ocaña — para distribuir cocaína a terceros. Contaban con la colaboración de una dominicana de 26 años , novia de Máximo, y de un español de 47 .

Fue el aumento de incautaciones de dosis de cocaína en la zona de ambiente latino en Talavera, en la que se concentran locutorios y bares, lo que encendió una luz roja en la comisaría de Policía a finales de 2018.

Su grupo de la Udyco (Unidad de Drogas y Crimen Organizado) indagó y averiguó que dos dominicanos podrían estar detrás de ese repunte. Uno de ellos, Wellington, había llegado a Talavera hace más de un año. Residía con su familia en un piso en la avenida del Príncipe, a unos dos kilómetros de la vivienda de la calle Alfares en la que su compatriota Máximo, un treintañero procedente de Galicia, se había instalado.

La policía se centró en este último piso, de 80 metros cuadrados y cuyo alquiler de 400 euros se pagaba puntualmente. Además de lugarteniente de Wellington, Máximo también era el «caletero», es decir, la persona que custodia la droga en el «piso de seguridad». Aquí se reunía con su novia, que vivía en Galicia y a la que hacía encargos para el negocio.

Pero el almacén para la mercancía no era ese, aunque no estaba muy lejos. Máximo se ausentaba de la vivienda con frecuencia y la dejaba sin vigilancia, lo que extrañaba a los agentes, ya que los narcos se roban entre ellos.

La respuesta llegó más tarde. La operación New York (en alusión a la nacionalidad de la mujer de Wellington) deparó una sorpresa a los policías. En el mismo edificio, la organización pagaba otros 400 euros de alquiler por una vivienda destartalada y muy sucia, situada en otra planta, que empleaban como almacén para la droga. Era un segundo «piso de seguridad», una circunstancia inesperada e insólita para los agentes, que era la primera vez que lo veían en la ciudad. Y fue allí, precisamente, donde la Udyco halló medio kilo de cocaína.

Distancia prudencial

La investigación policial determinó que Wellington, benévolo con sus deudores, era quien daba las instrucciones y mantenía las primeras reuniones con los traficantes que luego trapicheaban. Máximo se encargaba de los contactos posteriores.

Para transportar cocaína a pueblos cercanos y a otras provincias, Wellington y Máximo tomaban muchas medidas de seguridad, aunque no iban armados. El jefe conducía su Opel Astra de color gris y siempre iba por delante. Máximo circulaba detrás en su Seat León negro a una distancia prudencial, entre 50 y 100 metros. Siempre lo hacían así si la mercancía oscilaba entre 40 y 50 gramos; con cantidades más pequeñas, Máximo llevaba habitualmente el pedido.

A primeros de marzo, la Udyco decidió acelerar la operación. Los agentes sabían que la organización había recibido mercancía, por lo que, el viernes 8, entraron en el piso donde vivía Máximo, que estaba acompañado de su novia. Los policías, que tenían controlado a Wellington, solo encontraron 60 gramos de cocaína.

Pero sabían que había más. Dos destornilladores que Máximo tenía en su dormitorio levantaron las sospechas. Por eso los agentes fueron al otro «piso de seguridad», que revisaron durante horas. Como testigo, un español de 47 años, vecino del edificio y colaborador puntual de la organización.

Los investigadores averiguaron para qué eran usados los detornilladores: Wellington y Máximo quitaban los tornillos de un mueble de madera en el que guardaban una balanza, sustancias para cortar la cocaína y el material para embalar la droga.

Pero, ¿y la mercancía? Cuando el desánimo cundía entre los agentes, llegó un golpe de suerte. Se fijaron en un agujero, hecho a dos metros del suelo para instalar una caja de registro (un contenedor de conexiones eléctricas), y comenzaron a romper la pared, que era de pladur. El testigo, de repente, se puso nervioso . Finalmente, los policías localizaron el medio kilo de cocaína y 20.000 euros envueltos en un plástico y dentro de un calcetín blanco.

Wellington, presionado por la Udyco, estuvo sin salir de su casa todo ese fin de semana. Dos días más tarde, se entregó en la comisaría seguido por los agentes.

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