Toros

El rugido de Pepín Liria en Illescas

Cortó dos orejas en su vuelta a los ruedos tras diez años. El Juli igual salió a hombros

Pepín Liria emocionó al público con su faena al cuarto, «Sureño», de José Vázquez JOSÉ LUIS CÁRDENAS
Juan Antonio Pérez

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El rugido del león sonó con fuerza en Illescas. El león (de Cehegín) es Pepín Liria , que este sábado desempolvó el traje de luces tras una década alejado de los ruedos. Y estuvo a la altura, sí, y se llevó las dos orejas de «Sureño», el único toro potable de la corrida de José Vázquez, remendada con dos astados de Montalvo en un coso (cubierto) que prácticamente se llenó.

Al murciano le acompañó por la puerta grande El Juli, que logró un apéndice por toro y consiguió que los animales pareciesen mejores de lo que fueron. José María Manzanares , mientras, se fue de vacío por culpa de un lote de inválidos. Al resto de la corrida, salvo al ya mencionado cuarto, también le faltó casta. Toda.

Imaginen por un momento que después de una vida dedicada a su profesión deciden dejarlo. Dicen adiós a la oficina, se entretienen en otros quehaceres y diez años después, por las razones que sean, acuerdan con su cabecita que vuelven al curro. Obviamente, tendrían que pasar por un periodo de adaptación después de tantos días fuera, y el jefe, si es comprensivo, no tendría mucho en cuenta las meteduras de pata de las primeras semanas.

Sin embargo, resulta que, en esto del toreo, el que se viste de luces pone en peligro su vida y el jefe es un señor normalmente negro y malencarado de unos 500 kilos que pelea por quitártela. Cero bromas entonces.

Con esa responsabilidad, pues, se puso Pepín un terno grana y oro, y nada más pisar la arena se hincó de rodillas para darle una larga cambiada a «Mosquetero», el toro del regreso. Bien y variado con el capote, y emocionante el inicio con la tela roja, plantado en los medios. El resto fue un trabajo afanoso pero sin brillo, en el que el murciano tragó con el cierto genio que traía de casa el montalvo . Incluso tuvo un susto Pepín, que tardó mucho en cuadrar al burel por su mansedumbre. Saludó una ovación tras un pinchazo y una estocada.

Lo mejor de la tarde llegó en el cuarto, aunque la cosa pudo acabar fatal. En uno de los primeros lances, «Sureño» se coló y a punto estuvo de llevarse por delante al león de Cehegín cerquita de las tablas. Otra vez muy bien con el capote, donde una verónica (la penúltima) a cámara lenta durará más tiempo en la memoria. Y también fue gustoso el quite por cordobinas, rematado con la media. Aunque lo mejor ocurrió con las dos primeras series de la faena, con la derecha, muy templaditas, llevando al toro de José Vázquez embebido en la muleta. Fueron rematadas con el pase de pecho a la hombrera contraria y la plaza se puso en pie.

Cuando se cambió el percal de mano, la temperatura bajó, no hubo naturales de mérito, pero Pepín, a sus 47 años, volvió a levantar otra vez al público al ponerse de rodillas y culminar la faena con tres de pecho. Por aquello de la euforia, hubo peña que empezó a pedir el indulto (hubiera sido un fraude que el presidente sacara el pañuelo naranja). El león de Cehegín se lo pensó, pero finalmente se tiró a matar, dejando una estocada hasta la bola. A «Sureño» se le dio la vuelta al ruedo y las dos orejas fueron un justo premio.

Cuando Pepín se fue, en 2008, El Juli llevaba diez años, desde su alternativa, siendo un figurón del toreo. Una década después su cotización no ha variado y así puede estar hasta que se retire, pese a que solo se anuncie una tarde en Madrid. En Illescas demostró, otra vez, quién es. Fueron dos labores plenas de dominio, de poderío, en la que sus dos oponentes acabaron tan rendidos como si fueran sendos gatitos acurrucados en el sofá.

El primero tenía las virtudes de la prontitud y la humillación, pero cabeceaba, lo que Julián minimizó a base de temple. El segundo se arrancó de lejos al caballo, se metió debajo del peto y en el choque partió la vara del picador. Sus fuerzas estaban al límite y alguien desde el tendido protestó. El Juli pidió paciencia y al final le acabó dando todos los muletazos que quiso. A ambos, sin embargo, los mató mal. Pinchazo hondo y descabello en el primero, y horrible metisaca en la paletilla, previa a una estocada, al segundo.

Manzanares, en cambio, no tuvo opciones. Su primero, que era manso a raudales, se cayó después del primer pase y aquello se acabó. Al sexto apenas lo picaron y fue lo mismo. Otra birria.

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