El secreto de Santo Tomé

Unos trabajos de adecentamiento en la bóveda del presbiterio de la iglesia de Santo Tomé han puesto al descubierto unas pinturas del siglo XV

PInturas murales descubiertas en la bóveda de la parroquia de Santo Tomé LUN REVENGA

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Las bóvedas de la iglesia de Santo Tomé, en Toledo, guardaban un secreto desde hace cinco siglos. Ahora, unos trabajos de adecentamiento de las paredes del presbiterio para subsanar unas grietas y humedades han desvelado la existencia de unas pinturas murales de hace quinientos años. Una grata sorpresa para todos los fieles de la parroquia y de la que aún no salen de su asombro.

El secreto de la bóveda empezó a desvelarse en octubre de 2017, con la recuperación de las pinturas de Alonso de Covarrubias , muy deterioradas por las humedades y por las sucesivas restauraciones. «Vimos que todas las bóvedas tenían una capa de yeso, como una especie de coraza, y estaban muy agrietadas. Incluso en algunos de los nervios había desplazamientos que podían llegar a ser peligrosos. Empezamos a picar para hacer las pruebas oportunas y vimos que debajo había una pintura mural», explica Ana Marichalar , de la empresa «Conservación 3A Restauración Obras de Arte».

Ella es una de las cinco restauradoras de las pinturas murales, junto con Blanca Bellosillo, Teresa de Castro, Lourdes Delgado y Almudena Arbaiza , que cantaron «Eureka» al darse cuenta de la importancia del hallazgo. «¡Nos volvimos locas de contentas!», exclama Ana, «porque es maravilloso encontrarte de repente unas pinturas del siglo XV».

Tras el descubrimiento hubo una reunión con todo el equipo de trabajo para decidir cuál iba a ser el plan de acción. Capitaneadas las obras por el arquitecto José Ramón Duralde , se decidió realizar varias catas. Se comprobó que en todos los cruces de los nervios aparecían cabezas de leones con las fauces abiertas , por lo que se optó por dejar la pintura original y retirar lo añadido con posterioridad.

Las pinturas existentes tenían una decoración en bloques simulando pan de oro (lámina muy fina de oro batido usado, tradicionalmente, para decoración por medio del dorado sobre la superficie de diferentes objetos artísticos). Estaban fechadas en 1926, pero, en realidad, «no era pan de oro, sino purpurina, y con la humedad estaban cambiando de color y no merecía la pena restaurarlas», añade Marichalar.

Con la alegría del hallazgo en el cuerpo, el equipo de trabajo tomó otras decisiones, siempre con un mismo objetivo: «Mostrar la obra tal cual fue diseñada y que no se note nuestro trabajo». Así, se optó por dejar en blanco el resto de los muros donde no había pinturas; se rellenaron las grietas de las bóvedas con yeso líquido y se reconstruyó una moldura que había sido tallada por todos los nervios, previsiblemente, para «poner una florecita que se viera bien, sin relieve».

Limpieza de cuadros y tallas

Otras actuaciones desarrolladas en el presbiterio se completan con la limpieza de las lápidas de las tumbas de los condes de Fuensalida y la de los retablos laterales —del siglo XVII—. También el remozamiento de las tallas que estaban «cubiertas por los repintes anteriores, por la suciedad del polvo y por la contaminación de las velas. ¡Han salido unos estofados preciosos!», exclama de nuevo Ana Marichalar cuando habla de una de las técnicas para pintar sobre madera.

Tampoco ha quedado al margen de estos trabajos el cuadro principal que preside el altar mayor que tiene como protagonista a santo Tomás y representa una escena de la Pasión, de mediados del siglo XIX. En esta obra de Vicente López, pintor de Cámara de Ia reina Isabel II y de Fernando VI, los efectos del paso del tiempo habían hecho lo suyo y el barniz estaba oxidado, perdiéndose así la profundidad. «Se ha limpiado y ha ganado en claridad y profundidad», explica orgulloso don Gerardo Ortega , el párroco de la iglesia, en la que también han limpiado el resto de cuadros del presbiterio, «muy ennegrecidos por el humo de las velas».

Las humedades eran otro de los problemas a solventar con estas obras. Para ello se ha construido una cámara bufa en forma de «L» en la parte izquierda del altar, a modo de respiradero, para evitar que subieran. Además, se ha hecho un orificio en el suelo para controlar las termitas, que ya habían destrozado un apoyo de madera situado bajo una mesa de un altar lateral.

El cuadro que preside el presbiterio también se ha limpiado con lo que ha ganado en profundidad

Las obras se han completado con la construcción de unos escalones de granito de acceso a la sacristía; el reemplazado de las actuales luminarias por luces LED, menos dañinas para las pinturas, y la instalación de un sistema de videovigilancia en toda la parroquia.

Todas estas actuaciones, que finalizaron el pasado mes de agosto, han supuesto una inversión de 250.000 euros, sufragados íntegramente con los fondos de la iglesia.

Con estas obras «hemos recuperado lo auténtico. Todo lo que vemos es original», recalca el sacerdote. Una emoción que se suma al hecho de poder volver a oficiar la eucaristía en el presbiterio, tras diez meses utilizando una mesa como un altar improvisado. «Imagínese. Es como si usted está de obras en casa, tiene que dormir en un pasillo y, después de tanto tiempo, ya tiene el baño y el dormitorio disponible», ejemplariza el cura.

Ahora la iglesia de El Salvador, situada a 150 metros del templo de Santo Tomé, toma el testigo de las obras. Quién sabe si sus muros esconden algún secreto aún por descubrir. Solo el tiempo lo dirá.

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