El cabo 'Pedrulo' se jubila después de casi 35 años como bombero: «He aprendido a apreciar la vida de otra manera»

Narra que, en dos ocasiones, estuvo más «en el otro mundo que aquí» ejerciendo «la profesión más bonita que hay en el mundo»

Pedro y su cuñado José Alberto, cortador de jamones en eventos, el pasado martes durante el acto de despedida

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El 7 de febrero cumplirá 60 años y se jubilará oficialmente después de 34 años y 363 días como bombero del parque de Toledo. En realidad, el cabo Pedro Luis Oliva Caño, 'Pedrulo' para los compañeros, realizó su último servicio el pasado martes. «El día de mi cumpleaños, el Ayuntamiento dejará de cotizar por mí como trabajador del parque de bomberos -explica-, pero la guardia que me queda por hacer me la he cogido de asuntos propios».

Por eso, durante la última guardia, sus compañeros le organizaron una despedida en el parque, donde los sentimientos brotaron el martes. «Me dijeron que tenía que hablar y estuve cinco minutos en mi despacho para prepararme algo. Me dejé llevar por lo que sentía y, lo primero que dije después, fue que agradecía a Dios, si hay algo, por haber tenido la profesión más bonita que hay en el mundo y en la que he aprendido a apreciar la vida de otra manera».

«Mi trabajo es ir a ver desgracias solamente: desde niños de un año hasta mayores con 90 años, de todas las edades; accidentes de tráfico, familias fallecidas dentro de un coche, gente quemada, gente pillada, gente asfixiada, gente ahorcada, gente ahogada... Y, cuando hice referencia a todo eso, me eché a llorar también. Porque he sido un afortunado de llegar a la jubilación -dice-. Porque hemos tenido hace dos años tres fallecimiento de compañeros jóvenes: uno de cáncer, otro de un infarto y otro de un derrame cerebral, Saturnino, que se tenía que haber jubilado este mes conmigo».

Una de sus últimas intervenciones fue revisar un alero de un edificio en la plaza de la República Dominicana y sanearlo. También de su primera intervención se acuerda «perfectamente» . Fue en la plaza del Solarejo, en el casco histórico, cuando él y sus compañeros tuvieron que auxiliar a unos albañiles en un incendio. «Íbamos con un Land Rover adaptado como un camión de bomberos muy estrecho para pasar por esas calles», evoca este profesional, cuyo número personal en el parque es el 29, «que se jubilará conmigo y no lo tendrá nadie».

En el centro, con escalas de madera

Con 25 años, Pedro empezó a trabajar como bombero conductor, después de superar su oposición, y su primera salida fue aquélla. «Ha cambiado un poco la exigencia de las pruebas y los bomberos actuales están mejor preparados», dice Pedro. «Todavía se mantienen pruebas de entonces, como trepar seis metros de cuerda, dominadas y la natación en piscina, pero debes hacerla en menos tiempo», cuenta.

«Podría escribir tres libros con las anécdotas e intervenciones que tengo», contesta cuando se le pregunta por las que mejor recuerda. «Cuando yo entré de bombero, el parque de la ciudad de Toledo atendía también a la provincia», justifica su primera respuesta. «Entonces había un incendio en la ciudad y venían los bomberos de Parla, por ejemplo, cuando nosotros estábamos a lo mejor en Valmojado, a la N-V mucho, a los accidentes de tráfico», rememora. «El pueblo más alejado al que tuve que ir fue a Las Ventas de San Julián, lindando ya con Extremadura, a la finca del torero Joselito porque se le estaban quemando unas naves de paja», continúa explicando la precariedad que existía entonces.

Ahora, en cambio, «trabajar en las condiciones que lo hacemos es un privilegio». «Estamos de servicio trece miembros en cada turno, por lo que podemos llevar más del doble de personal que entonces e, incluso, podemos estar atendiendo dos siniestros a la vez», subraya Pedro, uno de los bomberos más veteranos del parque , «por donde mucha gente ha pasado para agradecernos los servicios».

Un muerto muy vivo

Durante la larga conversación con ABC, le viene a la memoria una anécdota en la que él no estuvo presente porque le tocó librar, pero que cuenta a los nuevos bomberos que llegan al parque: «En la calle Hombre de Palo nos llamaron para un incendio. Estaba saliendo humo de un local, mis compañeros descendieron por un sótano y abajo había un ataúd , donde un hombre se metía para dormir», relata entre risas. «Le enchufaron con las linternas, el hombre se levantó y mis compañeros salieron por patas», remacha.

Pedro narra que, en dos ocasiones, estuvo más «en el otro mundo que aquí». Una fue poco después de aprobar las oposiciones. Ocurrió en la plaza de San Vicente, adonde acudieron para abrir una vivienda porque alguien se había quedado dentro. Mientras escalaba tres balcones, un mosquetón mal cerrado provocó que Pedro cayera al vacío. Afortunadamente, se pudo agarrar con su mano derecha a la escala de madera. «Ese día nací». Pero no fue el único.

«Otro día nos llamaron para ir a una nave de huevos en Recas, cuando el parque era de ámbito provincial. Yo ya era cabo, jefe de dotación. Cuando llegamos sobre las cinco de la madrugada, tres camiones de reparto estaban ardiendo al 80 por ciento y el fuego estaba muy avanzado en una nave toda proyectada de poliuretano, un aislante muy inflamable. Un compañero y yo entramos para ver cómo estaba la nave por dentro. Entraban unas lenguas de fuego impresionantes y decidí salir fuera. En ese momento, cuando estábamos a veinte metros de la puerta, toda la nave se inflamó, nos quedamos envueltos en el fuego, corrimos y logramos salir respirando el fuego. En cuarenta minutos, la nave colapsó y se hizo toda ella brasa porque dentro había mucho material combustible».

«Hay mucho peligro en el casco histórico»

Cuenta también el rescate de una persona en un incendio pavoroso ocurrido dentro de un tercer piso que hubo un 1 de enero, a las nueve de la mañana, junto al teatro de Rojas. Es el preámbulo a otra respuesta franca: «Sí, existe un peligro, un riesgo, de que el casco histórico se queme. Por lógica. El casco histórico de Toledo está entramado de madera. Hay mucho peligro por sus materiales de construcción».

Ya jubilado, Pedro se dedicará a echar una mano a su hijo Darío, agricultor en Villasequilla, a 30 kilómetros del parque de bomberos. «Tengo almendros, olivas, viñas y yo estoy allí encantado de la vida, en la naturaleza», suelta con alegría.

Otro hijo, Ismael, de 27 años, está en el ejército y opositando para bombero. Fue el que, en representación de la familia, le dirigió unas palabras el día de la despedida. «Y todo el mundo se emocionó», recuerda su padre, que manda un recado a su vástago: «Le meto prisa para que apruebe la oposición porque me tiene que reemplazar». 'Pedrulo' ya es historia viva del parque de bomberos de Toledo.

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