ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

Lugar para el reencuentro (89): La vertical firmeza de los acantilados

«En lo sublime hay siempre algo que nos sobrepasa, y no pocas veces nos produce a un tiempo admiración y miedo»

Acantilados de Moher (Irlanda)

POR BEATRIZ VILLACAÑAS

La naturaleza no escatima manifestaciones sublimes. Junto con lo bello, lo sublime es un regalo para nuestros ojos, aunque en el caso de lo sublime, se nos ofrece un regalo gigantesco que nos pone en contacto con nuestra propia pequeñez . Pues en lo sublime hay siempre algo que nos sobrepasa, y no pocas veces nos produce a un tiempo admiración y miedo. No un miedo a lo horrible, sino un miedo que es, en esencia, sobrecogimiento ante algo tan grande (y no solamente por dimensiones físicas) que nos desborda. Fuera del ámbito de la naturaleza, lo sublime se encuentra en el arte, como una pintura del Greco, una composición de Bach, l a arquitectura de una catedral gótica , la literatura en sus distintas manifestaciones, como el drama y la poesía. Lo sublime está ligado a la altura, no necesariamente física, pues un sobrio templo románico puede ser sublime igualmente: la altura de lo sublime es, en esencia, de carácter espiritual.

Beatriz Villacañas, poeta

En la naturaleza, sin embargo, lo sublime sí suele estar unido a dimensiones a menudo colosales, sublime el mar, las llanuras inabarcables , bosques, la silenciosa sabiduría de árboles centenarios, la altura de montañas y acantilados. Los acantilados marítimos son ejemplo de vertical firmeza ante las olas que, incesantes, los golpean, y, junto a las olas, sublimes también, de las que son inseparables compañeros, son metáfora de las batallas del amor. Los acantilados de Moher , en el irlandés condado de Clare, me inspiraron, hace ya muchos años, los siguientes versos:

Acantilados de Moher

Va oscureciendo, Moher./ Casi como carbón, hecha un girón de noche,/ está tu verdiazul presencia ahora./ Los alaridos de las gaviotas/ confluyen en oblicuo descenso hacia las sombras./ Eco de tu grito colosal de piedra./

Se aproxima el otoño./ Los colores ya comienzan su huida/ presintiendo galernas./ Los guerreros de la niebla y el viento/ se han ceñido sus armas/ y obedecen las órdenes de sus dioses atlánticos./

El mar, en sus salobres embestidas,/ ha ido engendrando en ti hijos de furia y vértigo/ erosionándote con cada estallido de sus olas./ Tú y él, amantes violentos/ fortalecidos a fuerza de derrotas/

Moher, después de esto:/ ¿qué puede ser un hombre para ti?

(del libro El silencio está lleno de nombres, Premio de Poesía Ciudad de Toledo 1995).

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