Cristian Lázaro - OPINIÓN

El futuro

«Pero todavía nos quedará Toledo..., un oasis perenne en medio del tormento»

Cristian Lázaro
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Desde Toledo, ciudad colmada de memoria, quizá paradójicamente, se piensa mucho en el futuro. Visto cuán aguerridos y fervientes son sus seguidores (o «followers«, si se prefiere), y cuántos libros venden, intuyo que los próximos líderes mundiales serán los actuales «youtubers», flautistas de Hamelín en tiempos desafinados. Habrá ministerios de PlayStation y Xbox, y el FIFA se tornará deporte olímpico.

Intuyo que llegará un momento en que los discursos políticos no pasarán de 140 caracteres, pues nuestras cabezas no darán para más (ni las de los portavoces ni las de los receptores ni las de los «speechwriters»).

Y porque no hay tiempo, claro. Aparte de las nuevas maneras de distraernos que inventen, seguiremos muy ocupados atendiendo nuestros grupos de WhatsApp y asaltando los muros de Facebooks ajenos, esos que ni otro año 89 podría derribar.

¡Vaya! Habrá proyectos para que la muralla toledana, y la abulense, y hasta la gran muralla china se digitalicen. Lo que ya se percibe en esta época, donde los artículos de algunas revistas y hasta libros enteros (deliberadamente finos) se diseñan en base a un tiempo estimado de lectura, se materializará cuando la genética haga de las suyas. Con tecnología, perdamos lo justo leyendo. ¿Ajustamos también vidas plenas?

La vida humana se programará como un videoclip, para que no falten la música más biodegradable y olvidable que se tercie, la gente disfrutando en piscinas y una intensidad artificiosa. Que se viva todo intensa y hasta frenéticamente, sin tiempo a saborearlo pero sí a libar simulacros de todo. De todo un poco.

Las editoriales se esforzarán aún más en poner a régimen sus títulos, de modo que el tiempo de descarga no exceda de dos segundos con los eBooks. Y, tal vez, luego hasta se hojeen (o, debería decir, «pantalleen»). Cuidar el jardín, los tiestos o hacer punto de cruz se convertirá en algo inconcebible. Los paseos por placer se permitirán solo a jubilados mansos, pues quien lee mucho y anda mucho… Viviremos atomizados y toda suerte de contacto humano se hará más revelador que el contacto extraterrestre. El amor dejará de ser la excusa del intercambio comercial para no ser. No se amará.

Se polarizará el afán por el titular sin contenido. Primarán el «cómo» y el «en cuánto», no el «qué» ni sus porqués. Se conocerá en extensión, no en profundidad. Se borrarán del mapa las filosofías Tao y Zen. Todo aquello de «despacito y con buena letra« ya no interesará, dado que los amanuenses habrán desaparecido: todo pasará por el filtro de los teclados (táctiles, sin duda) y sus correctores.

Las nociones del bien y del mal se habrán invertido por completo. Los eficientes serán marginados. La motivación, extinta. No se buscarán soluciones, sino resultados. La estadística esgrimirá un sobrepujamiento que fagocite lo humano. El mundo será de los eficaces, cuyo triunfo sin épica gestará el absorto colectivo de los impersonales. Y los efectivos (trabajadores constantes que además obtienen resultados) acarrearán la parte insólita de nuestra existencia.

En un sistema de hijos de la prisa, allí que el barullo del hormiguero, del ir y venir sin meditar (toda meditación estará prohibida), avivará el aliento del estrés en nuestras nucas, los efectivos quedarán eclipsados entre tanto rastrero y vulgar eficaz.

Respecto a artículos como este, dicharacheros, que divagan, que no tienen por qué ser verdad (pero, como tantas cosas hoy, se publican)… solo se podrán escribir en la parte contaminada del viento, de manera que sean irrespirables.

Pero todavía nos quedará Toledo, que, salvo rutas estipuladas para extranjeros, configura su propio espacio-tiempo y admite inhalar aromas del Romanticismo y del medievo. Un oasis perenne en medio del tormento.

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