El pico Ocejón
El pico Ocejón

Diez excursiones de otoño e invierno por la provincia de Guadalajara

Muchas veces la gran olvidada por su cercanía con Madrid ofrece al viajero singulares parajes naturales y rincones que permiten viajar en el tiempo

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  1. Pico Ocejón (desde Majaelrayo)

    Vista del pico Ocejón
    Vista del pico Ocejón

    Es el monte mítico de Guadalajara. Ascender hasta su cima tiene premio gordo: unas vistas espectaculares. Desde sus 2.048 metros, en un día despejado, se divisa toda la sierra de Guadalajara, parte de la de Madrid e incluso las cuatro torres de la capital de España. Se puede subir desde Valverde de los Arroyos, pero la clásica es desde Majaelrayo, el pueblo de pizarras negras donde vivía el tío Jesús, el del anuncio del Mitshubishi, aquel que preguntaba: «Y el Madrid, ¿otra vez campeón de Europa?». La ascensión se cubre en tres horas de empinadas rampas pasando por Peña Bernarda y el Collado Perdices. Mucho cuidado con las placas de hielo en la cima, sobre todo a la hora de descender. Hay que llegar entero porque, de vuelta, nos espera un exquisito cabrito en alguna de las fondas de Majaelrayo o del resto de la comarca.

  2. Chorrera de Despeñalagua (desde Valverde de los Arroyos)

    Quien bautizó a este pueblo serrano -probablemente el más bello y cuidado ejemplo de la comarca de la arquitectura negra- no mintió al describirlo: es verde y tiene infinidad de arroyos. El más conocido es el de la Chorrera de Despeñalagua, una cascada de 50 metros de altura a la que se llega en apenas tres cuartos de hora por una senda estrecha pero accesible incluso para los niños. El camino está indicado desde la pradera de Valverde y, una vez frente a la catarata, se puede volver por donde hemos venido o retroceder unos metros y coger una senda a la izquierda que nos llevará hasta lo alto de la chorrera. Desde allí sale una senda que nos devuelve a Valverde, un pueblo con mucho encanto: balconadas de madera, tejados de pizarra y un cabrito asado de los que quitan el hipo.

  3. Hayedo de Tejera Negra (desde Cantalojas)

    Río Lillas, en el hayedo de Tejera Negra
    Río Lillas, en el hayedo de Tejera Negra

    Sin duda, los mejores meses para disfrutar del Hayedo de Tejera Negra (uno de los más meridionales de Europa) son los de octubre y noviembre. Pero el Hayedo es bonito también el resto del año, con la ventaja de que en otras épocas estaremos a nuestras anchas. En todo caso, es necesario reservar con antelación nuestra plaza de aparcamiento en su web. La ruta básica, de seis kilómetros (unas tres horas a ritmo cómodo), es circular y discurre por la denominada «Senda de carretas». Subiremos siguiendo el río Lillas, entre robles, hayas y algún tejo aislado, hasta llegar a la pradera de Matarredonda, desde donde podremos observar una bonita panorámica y aprovechar para tomar el almuerzo. Retomamos la ruta que hemos dejado continuando por el mismo sendero, esta vez llaneando entre hayas, robles y pinos, que desemboca en nuestro punto de partida.

  4. Monasterio de Bonaval (desde Retiendas)

    El monasterio de Bonaval
    El monasterio de Bonaval

    Fue el rey Alfonso VIII de Castilla quien, en 1164, cedió el valle donde se asienta Bonaval a unos monjes cistercienses. De hecho, fue uno de los primeros monasterios del Císter que se fundaron en España. Desde entonces hasta la Desamortización de Mendizábal, Bonaval vivió todo su esplendor en un entorno paradisiaco. Pero desde la Desamortización hasta ahora, el abandono es total y ahora sólo quedan las ruinas. Lo cual no es óbice para que merezca la pena recorrer los dos kilómetros de ida y los dos de vuelta desde Retiendas hasta Bonaval. Un paseo confortable por la margen izquierda del arroyo, entre chopos, robles, encinas y grandes quejigos. De lo que llegó a ser el monasterio solo se conserva parte de su iglesia, principalmente la cabecera, crucero y nave meridional, además de una sacristía adosada al ábside del Evangelio y algunos paredones de lo que debieron ser dependencias monacales, celdas, salones y refectorios.

  5. Barranco del río Dulce (desde Pelegrina)

    Vista del castillo de Pelegrina, que preside el barranco del río Dulce
    Vista del castillo de Pelegrina, que preside el barranco del río Dulce

    El plan es imbatible: por la mañana, una excursión por el río Dulce. Después, comer en alguno de los excelentes restaurantes de Sigüenza, y por la tarde, visita al Parador, a la Catedral y al casco histórico seguntino. Pero vayamos por partes. Lo primero que hay que hacer es llegar al pueblo de Pelegrina, santuario natural que descubrió Félix Rodríguez de la Fuente. El divulgador filmó en esta bella aldea (cuyo nombre significa «bella vista») algunos de los episodios sobresalientes de su «Fauna ibérica». Por eso, se le dedicó un impresionante mirador que deberemos haber visitado, para divisar todo el cañón desde lo alto, antes de llegar a Pelegrina viniendo desde Madrid. Una vez en Pelegrina, cogeremos el camino que baja al río Dulce, que cruzaremos para ir ascendiendo suavemente por una senda hasta los aledaños de las buitreras. Un auténtico espectáculo, el de las aves rapaces que pueblan el lugar, que en pocos sitios como aquí observaremos desde tan cerca. Regresaremos por el mismo camino y luego subiremos en un momento al castillo de Pelegrina antes de partir hacia Sigüenza.

  6. Hundido de Armallones (desde Ocentejo)

    Hundido de Armallones
    Hundido de Armallones

    Se trata de una de las excursiones más bellas y fáciles de realizar por el Parque Natural del Alto Tajo. La caminata, de cinco kilómetros de ida y otros cinco de vuelta hasta las salinas de la Inesperada, transcurre por una pista forestal ancha y de escasos desniveles. Lo más espectacular se encuentra apenas a un par de kilómetros desde Ocentejo. El camino está bien indicado: primero se pasa por unos huertos y luego se asciende por una pista hasta el corazón del Hundido, un paraje que se formó en el siglo XVI cuando, como consecuencia de un intenso temporal, se desprendieron grandes rocas calizas sobre el curso del Tajo. La pista baja hasta el mismo río (en verano, si no somos frioleros, podremos darnos un baño) y vuelve a ascender hasta las salinas abandonadas de la Inesperada. De regreso a Ocentejo, podemos coger el coche y descender tres kilómetros para comer a la orilla del Tajo en el merendero de «Los Ceños».

  7. Salto de Poveda y Laguna de Taravilla (desde Poveda de la Sierra)

    Una de las zonas más bonitas de Guadalajara, el Salto de Poveda
    Una de las zonas más bonitas de Guadalajara, el Salto de Poveda

    En el corazón del Parque Natural del Alto Tajo, se pueden visitar sin apenas esfuerzo y de una tacada dos de sus parajes más conocidos. Al primero de ellos, el Salto de Poveda, se llega en coche desde el municipio de Poveda de la Sierra, primero por carretera y luego por una buena pista forestal hasta una impresionante cascada que no se formó de forma natural, sino por la rotura de una vieja central hidroeléctrica. Por un puentecillo de madera, se puede cruzar hasta el otro lado del río y ascender, en escarpada pendiente, hasta la Laguna de Taravilla. El paseo nos llevará poco más de media hora de ida y otro tanto de vuelta, pero merecerá la pena, pues esta balsa de leyenda (se relata que en el fondo se esconde un preciado tesoro) es un formidable remanso de paz.

  8. Barranco de la Hoz (desde Corduente)

    Vista desde el barranco de la Hoz
    Vista desde el barranco de la Hoz

    Para visitar el barranco de la Hoz es necesario ir a la localidad de Corduente. Desde allí, se deben seguir las iniciaciones que marcan cómo llegar al Barranco y a la ermita de la Hoz, situados a unos pocos kilómetros de la población. En el interior del barranco, junto a la ermita, existe un aparcamiento donde se puede estacionar el vehículo. El río Gallo fue labrando este espectacular cañón fluvial, que podremos disfrutar en todo su esplendor si ascendemos a sus tres miradores. La subida está incluida en la Geo-ruta 5, un itinerario autoguiado equipado con paneles y placas de afloramiento. La ascensión requiere aproximadamente una hora y media entre subida, bajada y descansos. El desnivel es fuerte, pero la senda está bien acondicionada con escalones y barandillas. Se parte desde el Santuario de la Virgen de la Hoz, una ermita de estilo gótico a renacentista en la que la roca viva forma parte de la construcción. Se puede aprovechar el resto de la jornada para callejear, comer y subir al castillo de la cercana Molina de Aragón. La capital del Señorío bien merece una visita reposada.

  9. Castillo de Zafra

    El castillo de Zafra ha sido escenario de la serie «Juego de Tronos»
    El castillo de Zafra ha sido escenario de la serie «Juego de Tronos»

    La Sierra de Caldereros, en aquella Guadalajara que está a punto de llamarse Teruel, es uno de los lugares más desconocidos, y sin embargo más bellos, de la provincia de Guadalajara. Merecidamente fue declarada en 2005 «Monumento natural» por la Junta de Castilla-La Mancha. La excursión desde Hombrados, de seis kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, nos llevará más de cuatro horas, pero merecerá la pena por las impresionantes vistas que ofrecen las cumbres: los montes Universales de Teruel, las lagunas de Gallocanta y el Moncayo de Zaragoza, el castillo de Molina… No deberemos detenernos demasiado, porque hay que llegar a nuestro destino: el castillo de Zafra, uno de los más singulares de la provincia (y que ha servido de escenario para la serie «Juegos de Tronos»). Se erige a unos 1.400 metros de altitud en una alta lastra de roca arenisca que ayudaba a su defensa. El castillo es de propiedad privada, pero puede contactarse con el propietario previamente a través de la oficina de turismo de Molina de Aragón a efectos de visitar la Torre del Homenaje, hoy convertida en espacio privado.

  10. Alto Rey (desde Gascueña de Bornova)

    Vista Alto Rey
    Vista Alto Rey

    Son los días claros de invierno los mejores para otear el incomparable horizonte que rodea la sierra del Alto Rey. A mitad de camino entre Gascueña de Bornova y Prádena de Atienza, parte la la pista que sube a este monte majestuoso. No es una subida de grandes pendientes, pero sí lo suficientemente larga y empinada como para desanimar al caminante poco acostumbrado. Arriba nos esperan la ermita del siglo XVIII y un puesto militar de transmisiones. Pero sobre todo, como hemos dicho, el privilegio de estar muy cerca del cielo.

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