El Rey coloca un reloj de arena en su despacho

El despacho de Don Felipe está lleno de objetos metafóricos: una lupa para ver con precisión, una brújula que marca el rumbo, una Constitución cada día más desgastada y un reloj multi husos horarios que permite conocer la hora en cualquier rincón del planeta

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La Monarquía siempre se ha comunicado a través de los símbolos, y el Rey lo sigue haciendo cuando manda izar su guión carmesí al llegar al Palacio Real o cuando concede el Collar del Toisón de Oro a su hija Leonor, la Princesa de Asturias. Por eso, sería ingenuo atribuir al azar la aparición de un objeto tan metafórico como es un reloj de arena en este momento político y en un lugar destacado del despacho de Don Felipe. «El tiempo pasa», parece advertir el Rey.

Desde el Palacio de La Zarzuela nadie ha podido/sabido precisar en qué momento puso el Monarca este reloj en la balda de la librería, si fue antes, durante o después de cuál de las tres rondas de consultas con los políticos. Se sabe que es un objeto personal de Don Felipe, probablemente un regalo y que no aparecía en las fotos anteriores de su despacho, tomadas hace menos de un año.

Y que un buen día el mismo Rey lo colocó donde ahora está, como si quisiera tener un testigo del paso del tiempo, de la brevedad de los plazos que él, por mandato constitucional, debía marcar.

«No hay tiempo que perder», parece advertir el Rey a través de su reloj de arena. Los grandes Reyes de la antigüedad siempre tenían un gran reloj de arena -dicen que el de Carlomagno era tan grande que duraba doce horas- y las grandes epopeyas de la navegación se apoyaron en estos instrumentos porque el movimiento del mar no afecta al paso de la arena.

Los otros objetos metafóricos

Pero este no es el único objeto metafórico que se encuentra en el despacho del Rey. Sobre su mesa también hay una brújula náutica antigua, indispensable para orientarse y marcar el rumbo, y una lupa para ver con precisión, porque las cosas no son siempre como parecen.

Junto a estos instrumentos, aguarda, como un diario de a bordo, el viejo ejemplar de la Constitución del Rey, su libro de cabecera, tan usado en los últimos tiempos que los bordes han perdido su color original. Y, como un faro de inspiración o una lectura oxigenante, una carpeta con los documentos del IV centenario de Miguel de Cervantes, ese español que todos quieren hacer suyo.