El espectáculo del almendro en flor en las islas Canarias

Los municpios de las zonas de cumbre de las islas, siempre en eterna primavera. Un símbolo de los isleños que fue hasta objeto de enfrentamiento político entre Nicolás Estévanez y Miguel de Unamuno

Almendro en Flor en el Teide, Tenerife Daniel López/ElCielodeCanarias

R.L.P.

La luz que tienen las islas Canarias en invierno permite un inconfunduible espectáculo visual : la llegada de las flores, en este territorio de «eterna primavera», a sus almendros. Sonm las rutas del almendro en flor. Acudir cada año al corazón de estas islas permite un viaje inolvidable a través de montañas espectaculares.

En las islas, los municipios activan rutas de almendros en flor para que isleños y turistas no se pierdan el espectáculo visual. Así, Santiago del Teide, San Bartolomé de Tirajana, Vilaflor, Tejeda o Valsequillo se unen a las celebraciones más tradicionales de Canarias.

Un periodo que ha servido para el fomento del turismo y, en el pasado, hasta recurso literario al tiempo que político de escritores como el grancanario Nicolás Estévanez , que definía a Tenerife como «la casa del almendro». En concreto, el que fuese ministro de Guerra hizo un poema con este árbol, al que daba simbología política decía «Mi patria no es el mundo, mi patria no es Europa, mi patria es de un almendro la dulce, fresca, inolvidable sombra».

En 1910, antes de venir a Canarias desterrado, Miguel de Unamuno dijo sobre el poema de Estévanez que «desgraciado del que tenga por patria a un almendro. Sus ramas le servirán sólo para colgarse de ellas». Años después, cuando fue desterrado, en 1924, Unamuno rectificaría esa frase tras conocer de forma forzosa Fuerteventura. Pero ya decía Jorge Luis Borges que Unamuno fue era «un inventor de discusiones». Unamuno acabó enamorado de Canarias desde Fuerteventura.

Tras la visita, voluntaria, de 1910, Unamuno decía de la cumbre de Gran Canaria que ofrecía un «espectáculo» que era «imponente» porque generaba «una tremenda conmoción de las entrañas de la tierra , parece todo ello una tempestad petrificada, pero una tempestad de fuego, de lava, más que de agua».

De Tejeda y su Roque Nublo, Unamuno afirmaba que «era realmente un espectáculo que parecía sacarme de los estrechos límites en que caminaba aquel inmenso solio que se levanta entre las nubes . Diríase que estaba suspendido en el cielo. De tal modo que un mar de niebla cubría y abrigaba al mar de agua», incidía.

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