Análisis

La zona cero del «torrismo»

La sola imagen de la prensa con cascos neutraliza cinco años de sonrisas

Radicales de los autodenominados Comités de Defensa de la República, el sábado en la plaza Urquinaona Efe
Juan Fernández-Miranda

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El pasado viernes noche en la zona cero del «torrismo» –Urquinaona– una decena de radicales corrían con su botín entre las manos : no era la bandera de su soñada República, ni la convocatoria de un referéndum para votar la independencia , ni siquiera un proyecto de reforma constitucional para reconocer la superioridad racial de los catalanes. No: el botín era una tele HD. Las revoluciones posmodernas se miden en pulgadas, al menos en la Cataluña de Torra .

En términos de comunicación, el mejor antídoto contra la sinrazón en la que se cuecen los indepes son las imágenes que estos días están publicando los periodistas a pie de barricada. La sola imagen de la prensa trabajando con casco neutraliza cinco años de propaganda de las sonrisas. Tres escenas más, todas del viernes noche: decenas de radicales arrancando baldosas con piquetas, plenamente organizados; un grupo de policías nacionales evacuando a un agente herido , desmayado; y la plaza Urquinaona atestada de adoquines tras la batalla. Esa obra de teatro en tres actos es el epitafio del «procés» .

A los políticos indepes les urge catalogar a esa chusma como minoría; y es verdad, pero no toda la verdad. No todo el independentismo es violento hasta el punto de querer matar, afortunadamente. Pero también es cierto que la violencia no es solo golpear, diga lo que diga el Tribunal Supremo , también lo es imponer una forma de pensar y negar el pan y la sal al discrepante. Y de eso ha habido mucho en el proceso de ingeniería social del nacionalismo catalán: Pujol lo diseñó, Mas lo radicalizó, Puigdemont lo condujo al abismo y Torra se lanzó .

La pregunta es cómo seducir a esa generación de catalanes que han nacido y crecido, y se han reproducido, en el proyecto de ingeniería social de Pujol

La pregunta no es qué hacer con Torra, personaje amortizado, sino cómo seducir a esa generación de catalanes que han nacido y crecido, y se han reproducido, en el proyecto de ingeniería social de Pujol. De todos esos, me llaman la atención los que no buscan un muerto , pero que estos días merodean en los disturbios cargados de sinrazones, una suerte de «voyeurs» del radicalismo.

Entre las decenas de radicales que el pasado viernes corrían TV en mano me llamó la atención una chica, por su aspecto y por su descaro. Era diferente, pero también había robado una tele, que portaba con elegancia, parada en la acera mientras los otros corrían. Una joven esbelta, con sus vaqueros pitillo ajustados, sus zapas negras –suela blanca– de «runner», la melena al viento y el rostro descubierto. Un «look» que no se ajusta ni al icono de los barbudos de Sierra Maestra ni al de los antisistema del G20. A esa chica, que este finde semana habrá visto alguna serie de Netflix o HBO en su tele nueva, no la imagino lanzando adoquines a matar, no la imagino agitando el árbol, pero se le da genial recoger nueces .

Tal vez el viernes noche, mientras observaba a los radicales del rostro oculto huir con el botín entre las manos, ella también pensó, o pudo haber pensado, que esa noche en Barcelona era la noche de su revolución pendiente. La realidad es que bajo los adoquines de Urquinaona no hay arena de playa, hay fibra óptica para conectar la tele. Al final, el torrismo es vandalismo y pillaje .

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