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Sánchez vuelve a fracasarJueves, 25 de julio de 2019 a las 16:41:03

Sánchez vuelve a fracasar
LA NOTICIA

El «no» del Congreso abre paso a nuevas elecciones

No hubo acuerdo. PSOE y Podemos, después de tres meses de idas y venidas, no han conseguido acercar posturas y Pedro Sánchez ha vuelto a perder la votación de investidura, con 124 votos a favor, 155 en contra y 67 abstenciones. El resultado de las urnas el pasado 28 de abril obligaba a Sánchez a elegir entre un pacto moderado con Ciudadanos o escorarse a la izquierda y mirar hacia Podemos; y la segunda opción puede acabar condenando a España a convocar nuevas elecciones en noviembre. Eso siempre y cuando ambos partidos no acerquen posturas antes del 23 de septiembre, un escenario que Sánchez no contempla, ya que dijo que no daría una segunda oportunidad al acuerdo. Socialistas y morados han protagonizado en estos meses unas negociaciones repletas de ruido, con filtraciones y órdagos continuos en lugar de propuestas serias, y con la imposición de sillones en vez de mirar hacia el futuro del país. Podemos exigió desde el inicio de las negociaciones que Pablo Iglesias fuera vicepresidente, pero después rebajó sus exigencias a una vicepresidencia social y cinco ministerios (incluso solo tres carteras, aunque sin renunciar a Trabajo, a escasas horas de la votación de investidura). Ninguna de las opciones era válida para Sánchez, que no se ha movido de la oferta de una vicepresidencia y tres ministerios que hizo ayer. En La Moncloa creen que una repetición electoral les beneficiaría. Solo el tiempo lo dirá, si es que finalmente se convocan los comicios, pero, de momento, España se queda sin Gobierno.

REPERCUSIÓN

Pablo Iglesias intentó un acuerdo hasta el último momento. Desde el estrado del Congreso y sin que nadie lo esperara, renunció a algunas de las exigencias que habían impedido el pacto definitivo, pero recibió un «no» claro de la bancada socialista. Adriana Lastra acusó al líder morado de ser el culpable de que no haya un gobierno de izquierdas «por segunda vez», mientras que Pablo Casado, en su intervención, tildó la investidura como «la historia de un gran fracaso». Albert Rivera, por su parte, aseguró que PSOE y Podemos habían intentado «repartir España como un botín» y Santiago Abascal obvió al candidato, como este había hecho con él en la primera votación, y se dirigió únicamente al «frente popular».

LA OPINIÓN DE ABC

Sánchez nunca quiso negociar

El cruce de reproches y acusaciones con que se ha cerrado el debate de investidura de Pedro Sánchez representa el mejor resumen de una legislatura no solo fallida, sino reveladora de una forma de entender la política que va contra el interés general de España. Como mal menor, el fracaso parlamentario de la iniciativa socialista evita que España vuelva a caer -solo de momento- en manos de un gobierno secuestrado por el voto de la extrema izquierda, el separatismo catalán y los herederos de ETA. El daño infligido a la credibilidad de la clase política y a la confianza de los votantes, sin embargo, será difícil de reparar. Podemos y el PSOE aparecen como responsables de una crisis institucional que tiene su origen en la táctica autodestructiva de una izquierda que desde el siglo pasado predica el diálogo y practica la exclusión, pero todos los partidos corren el riesgo de salir marcados y tocados de un proceso frustrante para la opinión pública, un electorado que tiende a generalizar su rechazo a lo que entiende por clase política y que tras lo sucedido en los últimos días vuelve a ser presa del desaliento. No puede ser este el balance de la guerra particular que, de espaldas al interés general, Pedro Sánchez declaró a Podemos para recuperar la hegemonía de la izquierda. En eso ha consistido todo su plan renovador, concentrado en un segundo discurso de investidura dedicado en exclusiva a Pablo Iglesias. Ahí empieza y termina su idea de España. Predeterminado por su estrategia, el líder del PSOE nunca quiso negociar con Podemos, sino aniquilarlo a través del sometimiento, hacerlo irrelevante hasta una nueva campaña electoral con la que ampliar su número de escaños y su margen de maniobra. Los cantos de sirena lanzados por Sánchez al PP y Ciudadanos no han pasado de ser la coartada para el segundo frente de batalla abierto por el secretario general socialista, decidido a aumentar su área de influencia por la izquierda de Podemos y también por el centro que teóricamente quiso ocupar el partido de Rivera, descolocado y sobreactuado como aspirante a líder de la oposición. Pedir la abstención del PP sin contrapartidas, para desarrollar una política incierta y cuyos precedentes no han podido ser más lesivos para España, tampoco ha sido una opción. Quizá lo sea, de aquí a septiembre, si Sánchez aprende de sus errores, rebaja su ambición y comienza a conjugar el verbo negociar, en esta ocasión por España. Para el PSOE no había planes para España. Ni siquiera existía el problema catalán, ignorado a lo largo y ancho del programa electoral redactado por Ferraz y evitado durante las dos horas que duró el discurso de investidura de un Sánchez que al día siguiente, el pasado martes, toleró todos los agravios con que sus socios de moción de censura vejaron al Estado de Derecho y el orden constitucional. Que Gabriel Rufián se convirtiera ayer en mediador de la crisis entre PSOE y Podemos, mesías de la gobernabilidad de España, pone de manifiesto la altura del compromiso de Pedro Sánchez, que no ha dudado en alardear de sus «convicciones», con nuestro modelo de Estado. Nunca hubo una guerra de sillones, como trata de simplificar la izquierda, sino una lucha por la supervivencia entre dos partidos cuyos líderes han mostrado estos días su peor perfil político, quizás el único que pueden ofrecer a la sociedad. La falta de principios éticos, la impostura y el despecho cierran una página negra del parlamentarismo español. Corresponde al líder del PSOE, desde ahora y hasta que disuelvan las Cortes, explicar a los españoles qué tipo de izquierda quiere representar y proponer. Sus métodos y su fines ya los conocemos y no han funcionado, menos aún con el «socio preferente» que eligió para sacar a Mariano Rajoy de La Moncloa, única gesta política que, después de someter al PSOE, tiene en su haber el candidato Sánchez.

Bufones sin gracia

AGUSTÍN PERY Por AGUSTÍN PERY

Hoy no será presidente, pero podrá liderar el relato con la ventaja, enorme, de seguir ocupando La Moncloa. No es mala cosa para un gobernante mutante que si un vicio humano y una virtud política ha dejado sobradamente demostrada es la de sostener una cosa y hacer la contraria. No hay tiempo para enumerar la lista interminable en un artículo precipitado, ni acaso tampoco la necesidad porque unos, los que se lo afeamos, seguiremos haciéndolo y otros celebrándolo en la indulgente convicción de que eso, mutar, es lo que necesita nuestro país o los jirones que queden de él. Pedro Sánchez gana cuando aparentemente pierde. lo tiene somatizado y lo celebra porque cuenta con un terapeuta de cabecera, Iván Redondo, que le susurra: «vamos campeón, en el próximo duelo llegas a 150 escaños y los morados desaparecen, lo tenemos a huevo». Porque al final, el relato oficial que vocean los ministros lanzados en tromba a sus terminales mediáticas atufa a consigna: hemos salvado a España de las garras del populismo. Que lo parezca en ningún caso lo convierte en cierto. El sanchismo, versión perfeccionada y aumentada del zapaterismo, consiste en mostrar como extremista a todo aquel que no le acompaña en su ascenso al monte. En el caso de Podemos no hay ninguna duda de que su pócima política además de pueril es enormemente tóxica. Lo terrible es que la de Sánchez también lo es. Nada hay de centrado en su romance con el independentismo, su blanqueamiento del filoterrorismo y su arrogada autoritas moral que reparte carnes de buen homosexual y de mejor feminista; mucho menos en quien agita el fantasma del dictador con la esperanza de enterrar no su cuerpo sino la reconciliación. Sánchez nunca ha buscado el centrismo sino que le ha dado una patada para desplazarlo tan al extremo que haga inútil la existencia de Podemos y le permita aprovechar el histórico complejo del liberalismo patrio, incapaz éste de escribir su propio guión por temor a que les tilden, ay, de fascista retrógrado. Incapaces de anteponer la razón de Estado a la sinrazón de partido. Podían haberse sentado, negociado las líneas rojas, aventar el miedo al desgaste de sus siglas. Oigan, pactos de Estado, al menos para evitarnos el bochorno de que Rufián se erija en el relator de esta bufonada, que reprende a la Cámara en hipocresía mayestática clamando por un acuerdo que haga posible la quimera del independentismo posible. Sí, es verdad, Sánchez pide abstenciones nada menos que por el bien de España, en perverso sinecdoque. La parte, él, representa el todo, por más que las urnas, tozudas dejaran meridianamente claro que no es así. Nada que ni al PP ni Cs pueda sorprenderles. Precisamente porque la capacidad de indignarse con el presidente mutante es infinita pero la de hacer política también, hoy ambas formaciones están obligadas a intentar hoy lo que parece imposible: que el PSOE vuelva al redil del constitucionalismo. Hoy no tenemos presidente ni los, más populistas, han entrado en el gobierno. Hoy estamos en campaña electoral, la que arrancó el mismo día que la izquierda simuló entenderse. Ábalos pierde, Iván Redondo, gana. Y al fondo, los de siempre, mofándose del constitucionalismo en desbandada, ese que nunca representó el sanchismo. Al menos hay que concederle a Podemos que nunca ocultó a lo que venía ni lo que quería. En eso es mucho más honesto que este PSOE, hijos ambos de esa izquierda cainita que tiene en su seno el incubo de la autodestrucción. Magro consuelo, esperpento todo que antepone un graznido en tuiter y una frase ingeniosa en la tele a lo que verdaderamente debería importarles: gobernar como les han ordenado.