Rubalcaba o la pasión política

Fino estilista de la palabra, era legendaria su capacidad dialéctica

NIETO

Antonio San José

Resulta imposible analizar la historia reciente de este país, sin reparar en la figura inmarcesible de Alfredo Pérez Rubalcaba . Admirado por sus correligionarios, denostado por sus adversarios políticos -con los que en ocasiones fue implacable-, y respetado, más allá de las discrepancias ideológicas, su nombre quedará en la memoria como una de las más personas más conspicuas e inteligentes que ha dado nuestra vida pública.

Fino estilista de la palabra, era legendaria su capacidad dialéctica que demostró en tantas ocasiones en el hemiciclo. Los oponentes parlamentarios temían su verbo acerado y preciso, tanto como su capacidad infinita para las invectivas ocurrentes y, en ocasiones, demoledoras. Tengo para mí que contribuyó con una frase, mucho más que decisiva, a la victoria del PSOE en las elecciones de 2004 , cuando, en la desastrosa gestión comunicativa del declinante Gobierno popular, tras los atentados islamistas del 11-M, apareció en televisión la noche anterior a los comicios afirmando con rotundidad: «Los españoles se merecen un Gobierno que no les mienta».

Así era Rubalcaba, eficaz y avezado en el análisis, lo mismo fuera un estudio demoscópico que un estado de opinión, que sabía cazar al vuelo para aprovecharlo a favor de su proyecto. Asesor muy influyente, de Javier Solana, su mentor político, Felipe González, José Luis Rodríguez Zapatero y Josep Borrell , en la breve etapa en la que éste ofició como aspirante socialista a la Presidencia del Gobierno en tiempos de la bicefalia con Joaquín Almunia, supo encontrar siempre la vía directa para alcanzar el oído de los máximos responsables socialistas.

Paradójicamente, fue más brillante actuando en ese papel que cuando ostentó la Secretaría General del PSOE. Rubalcaba era un actor secundario extraordinario, pero no supo o no pudo encontrar el rol de protagonista absoluto en el transcurso de los avatares políticos más importantes ocurridos en España en las tres últimas décadas.

Personalmente era una persona cercana, que sólo descolocaba en esa forma tan suya de entrecerrar los ojos mientras miraba fijamente a su interlocutor, como si estuviera comprobando el resultado de una mezcla en la probeta que tantas veces manejó en su profesión de químico. Su tono afable era capaz de desarmar, al igual que su cólera embridada podía intimidar a quien se le atravesaba en el camino. Pragmático como nadie , supo tejer relaciones de complicidad con algunos adversarios con los que encontró, contra todo pronóstico, una línea abierta de comunicación. Manuel Marín contaba que la cercanía de Alfredo Pérez Rubalcaba a Eduardo Zaplana, cuando él era presidente del Congreso y ambos políticos ejercían las portavocías de sus grupos parlamentarios, era capaz de exasperarle, por eso les denominaba coloquialmente «Fredy y Edy». Y, en efecto, Rubalcaba siendo un rival político implacable fue capaz de encontrar puntos de acuerdo en asuntos fundamentales con el PP, desde una lealtad institucional y un patriotismo fuera de toda duda.

Mariano Rajoy ha revelado que nada más salir del Palacio de la Zarzuela, tras recibir el encargo del Rey Juan Carlos para proceder a los trámites de su abdicación, se dirigió a Moncloa y lo primero que hizo fue convocar a Rubalcaba, en su calidad de jefe de la oposición , a una reunión para abordar la hoja de ruta de un asunto transcendental para nuestra democracia. El entonces presidente del Gobierno encontró en su opositor socialista a un aliado leal y resolutivo para coadyuvar a llevar a término una delicadísima operación institucional que concluyó con éxito para la tranquilidad de todos.

En el haber político de Rubalcaba se encuentra, sin duda, su capacidad para entender a la perfección el papel y la influencia en la sociedad de los medios de comunicación. En esto fue un avanzado que supo usar los canales públicos de conexión con la sociedad para su estrategia política que, aun siendo a veces alambicada, sabía traducir ante un micrófono o una cámara, con una maestría inigualable. Con respuesta para todo, todavía se recuerdan sus ruedas de prensa de los viernes tras los Consejos de Ministros en su etapa de portavoz. En la despedida dijo que el primer día «le temblaban las piernas» , pero lo cierto es que ningún profesional de la información recuerda haberle visto nervioso, ni siquiera inquieto, ante una comparecencia mediática en las que, por el contrario, se crecía haciendo gala de una capacidad comunicativa como ha habido pocas.

Su larga mano llegó a influir de manera significativa en determinados grupos periodísticos a los que trataba de convencer, siempre que era posible, de las bondades de su proyecto frente a sus adversarios. Esa influencia, que también se dejó notar en los medios públicos, llevó a la denominación de «comando Rubalcaba», con la que la oposición definía a los periodistas más cercanos al político socialista.

Se nutría de política

No es retórico afirmar que su vida se nutría de política con una pasión desbordante, porque a ella dedicó los mejores años de su vida. Además del amor que tenía por Pilar, su mujer, el resto de su afecto encontró en la actividad pública su mejor destino. Rubalcaba respiraba política y se alimentaba de política.

Esto último es literal, como podrán atestiguar todos los que alguna vez compartieron con él mesa y mantel. Frugal y austero en todo, se limitaba a picar del plato mientras esperaba su momento favorito, fumarse un habano, en los tiempos en que tal cosa era posible en los restaurantes. Un pequeño vicio, tras su pasado de atleta, que le servía para hablar en la sobremesa de su irrefrenable afición por el Real Madrid.

Cometió errores, como aquel acuerdo con Izquierda Unida, en tiempos de Francisco Frutos, que dejó al PSOE por detrás del PP. Esa misma noche del año 2000, Almunia dimitió, pero es justo reconocer los éxitos que obtuvo en su larga trayectoria política. Está por escribir, y sería justo hacerlo, su papel absolutamente determinante en el final de la banda terrorista ETA, durante la etapa como ministro del Interior. En el viejo caserón del Paseo de la Castellana, dejó su impronta personal y característica, al igual que ocurrió en el Ministerio de Educación o el de la Presidencia, y, por supuesto, en su periodo de vicepresidente del Gobierno. Nunca supimos si tenía a Maquiavelo entre sus autores de cabecera, pero siempre sospechamos que así era, por su forma de actuar y la visión a futuro de todo lo que ideaba. Lo suyo no era perderse en teorías intelectualmente abstractas , sino vivir la política encarnada en el día a día. Y eso, hay que reconocérselo, lo bordó como nadie. Su papel entre bambalinas resultó siempre determinante. Al igual que Romanones prefería hacer los reglamentos a las leyes. Rubalcaba disfrutaba más en la sombra que bajo el cañón de luz que reservaba para otros que, al final, desarrollaban sus ideas y estrategias punto por punto. Entre influir y mandar, siempre eligió lo primero, que, bien mirado, es la forma más efectiva de ejercer el poder.

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