Primera condena

«Ahora sabemos que incluso estaban dispuestos a propiciar un referéndum simulado que permitiera que las dos partes en litigio, constitucionalistas e independentistas, salvaran la cara»

José Antonio Nieto declara en el juicio que se sigue en el Tribunal Supremo EFE
Luis Herrero

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Me cuentan mis espías paraguayos que a algunos letrados que defienden a los líderes del procés les ronda por la cabeza la idea de romper el juicio. En cualquier momento pueden levantarse de su asiento, clavar su mirada en Marchena y decirle con fingida pesadumbre que abandonan la defensa de sus clientes por la falta de libertad que les concede el tribunal para realizar su trabajo. La vista, en tal caso, quedaría paralizada hasta que los acusados contrataran nuevos abogados (o en su defecto hasta que recibieran la asistencia del turno de oficio) y la causa independentista volvería al escaparate internacional en el que sus estrategas siempre han querido mantenerla. Es evidente que las cosas no les van bien. Poco a poco, los corresponsales extranjeros han ido despoblando la tribuna de prensa del Supremo como si fueran hinchas madridistas tras el cuarto gol del Ajax y las declaraciones de los últimos testigos han tintado el horizonte penal de los encausados de una negrura tenebrosa. Algo tienen que hacer los defensores, por circense que sea la pirueta, para que cambien las tornas del juicio.

Las principales declaraciones de esta semana —Nieto, De los Cobos, Millo y del Toro— no solo han servido para encabritar el vuelo de las togas entre los bancos de las defensas, también han dictado la primera condena, en este caso moral, contra algunos de los políticos que testificaron antes que ellos. Tras las deposiciones del Rajoy patético que lamentó las imágenes de las cargas policiales que se vieron el 1-O y del Zoido Pilatos que se lavó las manos cuando le preguntaron por la autoría de las órdenes que las causaron, los sindicatos policiales saludaron con efusiva gratitud el gesto del ex Secretario de Estado de Seguridad, José Antonio Nieto, de defender la profesionalidad y el arrojo de los agentes que se jugaron el tipo para tratar de conseguir que prevaleciera el imperio de la ley. Los policías calificaron las declaraciones previas de los mandamases del Gobierno de «ambiguas» y «escurridizas», pero su ánimo les pedía utilizar (según confiesan a micrófono cerrado) otros adjetivos menos veniales. Aun así se les entendió todo. Hay eufemismos que matan. El espectáculo que dieron los antiguos ocupantes del banco azul habla por sí mismo. Ahora sabemos que incluso estaban dispuestos a propiciar un referéndum simulado que permitiera que las dos partes en litigio, constitucionalistas e independentistas, salvaran la cara antes sus clientelas respectivas.

Pincho de tortilla y caña a que las encuestas cuyo trabajo de campo se haya realizado estos días constatarán un nuevo brinco de VOX cuando se tabulen los resultados. Rajoy hizo posible con su indolencia que el partido de Abascal saliera de la marginalidad y ahora le ha dado un nuevo empujón para ponerlo en órbita. Si algún votante cabreado no recordaba el motivo que le llevó a buscar la protección de Vox en los momentos de mayor desamparo de la Nación española, ahí ha estado Rajoy para refrescarle la memoria. Creíamos que a Vox el juicio del Supremo podía venirle bien por el papel que ejerce su secretario general en la acusación popular, pero no podíamos sospechar —yo al menos— que también sería el escenario donde el viejo PP terminara de cavar su propia tumba.

El ex presidente del Gobierno pasará a los anales de la historia como autor intelectual de los dos fenómenos extremos que han revolucionado el tablero político en los últimos años. Primero favoreció la eclosión de Podemos para dividir a la izquierda y asustar a la derecha y después hizo posible —aunque esta vez sin proponérselo— que Vox llenara el hueco que su dolce far niente había dejado vacío. Es verdad que el motor que ha propulsado con más potencia el ascenso de Abascal en las encuestas ha salido de la factoría Frankenstein, pero si el PP no hubiera estado tocando el violón durante los momentos más duros del desafío independentista, la musculatura del nuevo jabato de la derecha no habría llegado a ser, ni de lejos, la que es hoy día.

Mucho me temo que la primera condena del juicio del procés ha recaído en el PP. Ahora la sentencia depende de las urnas.

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